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Prat hacía pis, como todo el mundo

Si quieren presentar la verdadera imagen de Prat, cuya administración no sé quién les ha delegado, escriban otra obra de teatro y háganla representar por los cadetes.


Ciertas polémicas me hacen pensar que los chilenos nos estamos volviendo tontos, y para colmo con méritos suficientes para clasificarnos en la subespecie de los tontos graves y solemnes. Esto se pone en evidencia cada vez que a algún artista se le ocurre explorar desde un ángulo transgresor a nuestros héroes.



Personajes variopintos, incluyendo en la lista a algunos dignos de mucho mérito, se vuelven tiritones apenas se oye decir que un documentalista va a abordar la secreta vida amorosa de Gabriela Mistral. De inmediato salen cariacontecidos en su defensa. En realidad salen en defensa del modelo de heterosexualidad, pues no entiendo por qué suponerle a Gabriela amores diversificados debería constituir un insulto.



Otro día, un escritor de ingenio se pone a hurguetear en la vida amorosa de Matilde Urrutia y descubre episodios que declara bochornosos. Recibe la misma gritería, aunque en este caso solo se trata de una heroína adjunta.



Pero la situación ha sobrepasado todo límite con la obra de teatro sospechosa de presentar a Prat de una manera indigna. Algunos afirman que se agraviará su memoria mostrándolo como un niño sobreprotegido, y otros dan a entender que la dramaturga revelaría cierto afeminamiento del héroe o describiría una borrachera en las que participó de adolescente.



Se dice que para evitar esta vejación se ha entrometido una agencia especializada de la Armada, que se siente propietaria de Prat. Se murmura que han actuado agentes de inteligencia que intentan inculcarle a la autora una visión más patriótica del personaje.



De haber tenido lugar esos acosos absurdos, sería indispensable que las autoridades superiores de la institución conminaran al organismo involucrado a preocuparse de cuestiones significativas, en vez de tratar de legislar sobre las interpretaciones artísticas de la vida del insigne marino, tarea que no le corresponde a esa institución ni a ninguna otra.



En todo caso, parece que la Armada en efecto está muy ofendida, porque de otra manera no se explica que la titular de Educación haya recomendado darle al tema el cariz de un asunto de Estado y que el hecho, para colmo, haya terminado con la renuncia de una funcionaria de méritos relevantes. Todas estas agitaciones merecerían formar parte de algún relato cómico, si no fuera porque en nuestro país las instituciones de inteligencia han conquistado un negro prestigio. Cualquiera se asusta, y con razón, cuando recibe ese tipo de visitas.



La mayor manifestación de tontería en estado puro ocurrió en la puesta en escena organizada por un ex almirante con tejado de vidrio convertido ahora en senador. La semana pasada, mientras hablaba para alardear de su patriotismo y criticaba las vejaciones a las que sería sometida la memoria de Prat, las tribunas del hemiciclo se llenaron de marinos en retiro que hicieron manifestaciones como si estuvieran en un partido de fútbol, e insultaron con expresiones de cantina a los senadores que les disgustaban.



De ahora en adelante, en lugar de acordarnos del célebre «ruido de sables» de 1925, que provocó efectos tan significativos, recordaremos el ruido de bototos. La ocasión está pintada para citar la frase de Marx sobre la doble aparición de los hechos históricos, una como tragedia, otra como tragicomedia, y en este caso como pieza de vodevil.



Si algo empaña la memoria de Prat no es la futura obra teatral, sino la conducta pasada y presente de ese singular senador patriótico y de otros de su calaña. Mostrar al comandante de la Esmeralda haciendo pis no lo deshonra en absoluto, pero sí lo hace haber usado el buque que lleva el mismo nombre de la nave hundida en la gesta de Iquique para torturar a cientos de chilenos.



Para colmo, algunos distinguidos intelectuales se han unido a esta desafinada orquesta, y deploraron las supuestas vejaciones que la pieza aun inédita inferiría al héroe. En vez de hacer ver la ociosidad de estas preocupaciones, se han sumado al coro polifónico de la ridiculez. La excepción ha sido Fernando Villegas, autor que en ocasiones perpetra artículos bizantinos, pero en esta oportunidad dio en el clavo y puso el énfasis donde había que ponerlo.



Para no merecer el calificativo de relativista y menos el de antipatriota, señalaré las razones por las cuales considero las reacciones descritas como una demostración de tontería. Además que nadie ha visto la obra de teatro, no logro entender qué ofensa podría ocasionarle a la figura del héroe que una joven dramaturga lo interprete como un hijito de su mamá o lo presente en calzoncillos. Nada de ello tendrá el menor efecto desmoralizador sobre el «alma nacional». Esto no ocurriría ni aunque la autora negara que Prat saltó a la cubierta del Huáscar. Todo el ruido realizado es absurdo y es una demostración más de nuestra mentalidad aldeana.



Los héroes son seres humanos, y los actos por los cuales los honramos no se desvanecen porque alguien los presente de una manera u otra en una obra de teatro. Es tan artificial y tonta esta polémica que si la pieza en vez de tratar sobre la vida de Prat hubiera presentado a O’Higgins como niño huacho o como un gobernante autoritario, no habría pasado nada.



Parece que Prat tiene un estatuto especial como héroe. ¿No será porque tenemos una relación culpable con la guerra del Pacífico? Varios síntomas lo revelan. Casi no hablamos de Carlos Condell, quien realizó una gran hazaña militar, ni nos gusta recordar que nuestros soldados ocuparon Lima, ni el papel jugado por Patricio Lynch. Pero cuidado con osar recordar que Prat era ser humano y no una esencia impoluta. Ä„Y cuidadito con meterse con los soldados de La Concepción!



Además, si a la escritora se le ocurre poner en duda que Prat es un héroe, si quiere afirmar que fue un mártir inútil o que planeó mal la táctica guerrera ¿con qué derecho alguien puede aplicarle censura? Encina escribió en su Historia de Chile que Baquedano era un militar de pocas luces, y lo mismo dijo de varios importantes personajes involucrados en la guerra del Pacífico. No recuerdo que nadie haya armado escándalo, lo que me parece absolutamente normal.



El único asunto polémico podría ser la participación del Fondart en el financiamiento de una obra considerada sacrílega antes que nadie haya tenido la oportunidad de verla. La única falta que hubiera podido cometer el Fondart en este caso es haber aportado dinero a la pieza saltándose los reglamentos del concurso. Como esto no ha ocurrido, no queda otro camino que respetar las decisiones del jurado.



Lo grave es que instituciones ligadas a la Armada hayan ejercido presiones sobre la autora, y que su alto mando haya convertido el asunto en problema de Estado. Si quieren presentar la verdadera imagen de Prat, cuya administración no sé quién les ha delegado, escriban otra obra de teatro y háganla representar por los cadetes.



Andar amenazando a la autora recuerda viejos tiempos, y hace sospechar que además de haberse reestructurado el Comando Conjunto ha revivido la Comisión de Censura, ante la cual en el pasado reciente había que presentar todos los textos para conseguir el visto bueno de algún militar letrado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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