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Populistas y demócratas

Sin partidos políticos que tienen décadas de existencia, las políticas públicas se hacen erráticas en el tiempo. Sin partidos políticos que gocen de mayorías estables en el tiempo, en cualquier momento pueden producirse sorpresas electorales y todas las políticas públicas cambiar de tumbo en tumbo.


El populismo es la enfermedad de las democracias débiles. En ellas surge un caudillo líder que propone soluciones fáciles y de corto alcance para los grandes problemas nacionales. La UF puede acabarse en 15 minutos, y la pobreza irse privatizando las empresas públicas. El populista apela directamente a las masas y prescinde de los partidos políticos. Seduce a la gente desinformada con discursos altisonantes que le echan la culpa de todos los males de la patria a unos pocos: ayer fueron los oligarcas y los imperialistas, hoy los políticos.



Hoy nos encontramos en Chile con un discurso populista de derecha que apela al odio contra los políticos y contra los partidos políticos, y este discurso, lo sabemos bien, conduce a la dictadura. Ello porque el dictador es el líder que viene a poner orden, a terminar con las divisiones políticas y con la corrupción e ineficiencia de los partidos y de los parlamentarios.



De ahí el enojo del diputado Eduardo Saffirio, de cuya amistad me precio, ante el discurso de su colega de hemiciclo Pablo Longueira. Este último, ante las críticas por su discurso hecho en Miami, hizo ostentación de su desprecio a los políticos y de su ningún interés por mantenerse como diputado.



La respuesta del líder demócratacristiano no se hizo esperar. Entre otras cosas, acusó a Longueira de no haber ejercido nunca su profesión y de ser un político profesional toda su vida: vive de y para la política. Y que su discurso, cuyas cuatro elecciones como diputado desmienten, escondía su vieja inclinación autoritaria y populista: «Longueira no viene ni va hacia la democracia», concluyó.



Pues bien, sabemos que sin partidos políticos no hay democracia en el mundo que funcione. Sin ellos el pluralismo social se hace caótico. En Chile hay 8 millones de ciudadanos y 84 mil organizaciones sociales. Si los partidos no encauzaran las demandas que proceden de esta sociedad la democracia se haría ingobernable. Sin partidos políticos nacionales, el localismo puede ser fatal para la unidad nacional.



Sin partidos políticos que tienen décadas de existencia, las políticas públicas se hacen erráticas en el tiempo. Sin partidos políticos que gocen de mayorías estables en el tiempo, en cualquier momento pueden producirse sorpresas electorales y todas las políticas públicas cambiar de tumbo en tumbo.



Sin partidos políticos, un líder populista puede gobernar por decreto y tomar decisiones sin control parlamentario ninguno, como en el Perú de Fujimori.



Sin partidos políticos fuertes y disciplinados, un Presidente electo con una gran mayoría deberá someterse a todas las demoras y contradicciones que le impondrá un Congreso Nacional pulverizado en diez o más partidos políticos.



Puede ser éste el drama de Lula en Brasil, donde existen 19 partidos y el PT sólo tiene un quinto del Congreso brasileño.



Sin partidos políticos que estructuren alternativas para los cambios sociales la política se hace incomprensible para el ciudadano medio. Este solo verá en las elecciones mil rostros individuales que piden su voto, y después no sabrá a quien exigirle cuentas.



Sin partidos políticos que resuelvan el conflicto social mediante las elecciones y la aprobación de leyes en el Congreso, la política llega a la calle y se militariza como en el Chile de 1973.



Sin partidos políticos fuertes y disciplinados, los Presidentes pueden contar con amplio apoyo parlamentario en momentos de alta popularidad, pero tal apoyo desaparece en tiempos de las inevitables crisis sociales y económicas y se quedan solos.



De ahí que las democracias difícilmente se consolidan con partidos débiles, múltiples y pequeños o polarizados ideológicamente. Es la tragedia de Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Venezuela y Chile en 1973.



Todo ello explica el enojo de un demócrata como Eduardo Saffirio ante el discurso de Pablo Longueira, pues si bien ambos nacieron el mismo día, el mismo año, estudiaron en la Universidad de Chile y son diputados, el primero es demócratacristiano y el segundo de la UDI.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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