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El caso Pinochet en Manhattan

Algo en el pecho se nos apretaba, especialmente con el comienzo tan estremecedor. Un grupo de familiares de desaparecidos espera encontrar algunos restos: huesos, un pedazo de ropa que fuera de su familiar allá en el norte chileno…


Dudé ir el 11 de septiembre pasado a Nueva York al estreno del documental El caso Pinochet, del chileno Patricio Guzmán. La duda más bien era por la atmósfera de temor que se vivía. Días antes los medios masivos repetían una y otra vez la tragedia que había ocurrido un año atrás. En los tres días previos al 11 la mayoría de los norteamericanos había visto caer las torres más de 20 veces. También el temor aumentaba ante una posible repetición de otra tragedia en territorio norteamericano.



De todas maneras fui a ver el documental de Guzmán que había sido anunciado mucho antes por Film Forum y cuyo estreno en Estados Unidos comenzaría el mismo 11 de septiembre justo en dos aniversarios horrendos. La destrucción del palacio de la Moneda en Chile junto al inicio de una implacable dictadura, y el desplome 28 años después de las Torres Gemelas en Nueva York.



También ese mismo día un largo artículo del New York Time -junto a más fotos y testimonios del atentado a las Torres- anunciaba el documental chileno en una de sus páginas principales. El artículo terminaba con estas palabras: «El Caso Pinochet sugiere que la justicia, aún una débil justicia que apenas tocó al general, puede dar una cierta satisfacción. Y en la situación de Chile, aquel caso transformó profundamente la memoria histórica de aquella nación. Ya no se levantarán estatuas de Pinochet por el país ni quedará como un libertador. Ni menos nada público llevará jamás su nombre».



La primera función comenzaba a la una de la tarde y ya estaban agotadas las entradas. Es posible que buena parte del público fuera chileno, pero en una ciudad de miles y miles de gente de origen hispano era imposible determinarlo. Los 110 minutos que duró la proyección significaron entrar al pasado de nuestro país.



Pero a pesar de lo que dijo el columnista del New York Time, sin embargo -y después de ver el documental- aquella memoria sigue profundamente dañada aun cuando el juicio en Londres dejara universalmente una imagen tenebrosa del ex dictador. ¿Pero entonces la detención de Pinochet realmente fue suficiente para curar tanto daño hecho? Es esa una de las tantas pregunta que parecer recorrer todo el documental de Patricio Guzmán.



Quizás nadie en aquella sala de Film Forum de la calle West Houston, aquel 11 de septiembre en Nueva York, pudo contener las lágrimas. Es que algo en el pecho se nos apretaba, especialmente con el comienzo tan estremecedor. Un grupo de familiares de desaparecidos espera encontrar algunos restos: huesos, un pedazo de ropa que fuera de su familiar allá en el norte chileno. A muchos nada les entregaba aquella desolada tierra aunque se la escarbara con obstinación una y otra vez.



Junto a un perfecto enfoque de cámara de Guzmán, límpido, y de fondo la belleza impenetrable y desolada de aquel desierto, todo ese silencio conmovedor de aquella primera escena, que aunque duraba algunos minutos, pareció eterna. Es que se sentía aquel dolor sin término que aún llevan los que siguen con la esperanza de saber qué ocurrió con sus seres queridos.



Igual de impactantes son los testimonios de otros familiares de desaparecidos o víctimas de torturas. Algunos de ellos -que en Chile, antes de 1998, ningún medio informó que hacían en aquel país- fueron a España a testimoniar ante el juez Baltasar Garzón, quien necesitaba oír de ellos mismos sus historias para luego formular y pedir la autorización legal a la justicia española y después a la justicia británica y concretar así la espectacular detención final de Pinochet en octubre de 1998.



«Ningún juez antes de Garzón, ni siquiera durante el gobierno de Patricio Aylwin ni luego con el de Eduardo Frei, recibieron a esa gente. Nadie antes de 1998 en Chile quería remover ni hablar -a nivel de justicia o de gobierno- sobre los torturados o la gente desaparecida durante la dictadura. Era la primera vez, en casi 26 años, que los recibía y escuchaba respetuosamente un juez», son juicios certeros del abogado Joan Garcés en el documental.



Y aún más cuando dice: «Luego de haberse ganado en Inglaterra -lo que nunca se pensó- hacerle un juicio a Pinochet… sin embargo, todo después quedó en manos de la decisión política: el gobierno chileno pide a Londres que se le haga exámenes físicos a Pinochet y entonces se decide que mentalmente no está en condiciones de ser extraditado a España». Lo demás ya se sabe. El documental termina con la llegada de Pinochet a Chile y aquella escena -tal si fuera un Lázaro que resucita- donde el enfermo se levanta de su silla de ruedas, camina y abraza sonriendo al comandante en jefe del Ejército chileno.



Uno de los testimonios que queda grabado en los espectadores es el de una mujer cuando dice: «Siempre me preguntan por qué no somos capaces de olvidar el pasado. Yo podría otorgar el olvido si es que los victimarios nos pidieran perdón por lo que nos hicieron Porque sin ese perdón nos están diciendo, y ante la historia chilena, que fue bueno lo que hicimos contigo, fue bueno matar a tu hermano, torturarte, violarte, fue bueno hacer desaparecer gente, fue bueno mandar al exilio a miles de personas».



Cuando terminó el documental aquel 11 de septiembre en Nueva York y se encendieron las luces de la sala del Film Forum todos salimos en silencio y cada uno nos fuimos por distintas calles de aquella gigantesca ciudad. Estoy seguro que a muchos se nos acumuló una rabia impotente en nuestros corazones entristecidos.



Especialmente recordando aquella indignante, testadura y orgullosa última carta que el ex -dictador envió el 5 de julio pasado al Senado chileno renunciando a su cargo vitalicio: «Por lo mismo, tengo la conciencia tranquila y la esperanza de que en el día de mañana se valore mi sacrificio de soldado y se reconozca que cuanto hice frente a las Fuerzas Armadas y de Orden, no tuvo otro fin que no fuera la grandeza y el bienestar de Chile».



* Javier Campos es escritor y académico chileno residente en Estados Unidos

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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