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El francotirador que mataba a sangre fría

Nadie sabe si con este caso finalmente se controlará mejor la venta de armas, o se regulará la violencia en los medios masivos estadounidenses. Si se recuerdan experiencias anteriores, como la matanza hecha por dos adolescentes ocurrida en una escuela secundaria de Colorado en 1999, parece improbable.


Hay que tener mucha sangre fría para matar a 10 personas, para dar un solo tiro a cada una y no temblarle al asesino el dedo sobre el gatillo. Ni menos cuando enfocaba a sus víctimas desde una distancia de 60 ó 150 metros, mirando por el ojo del telescopio de una poderosa arma calibre .223.



Desde el 2 de octubre hasta el 24 en Estados Unidos, especialmente en la zona de Maryland, Washington DC y el estado de Virginia, ni la población entera ni una gigantesca movilización policial, militar y de servicios de inteligencia tenían alguna idea de quién era el francotirador. En estos 22 días los norteamericanos siguieron un thriller mucho más espectacular que el que podrían ofrecer el cine o las series de TV estadounidenses. Incluso parecía superior, por ejemplo, a la historia que una vez contó Truman Capote (1924-1984).



Por ejemplo su clásica novela A sangre fría (1965) fue tomada de un hecho criminal real. La historia era ésta: «en 1959, en Holcomb, un pequeño pueblo de Kansas, la familia Clutter (un agricultor, su esposa y sus dos hijos) apareció muerta. Habían sido atados y acribillados por personas desconocidas sin ningún móvil aparente (asesinados por Perry Smith y Dick Hitckock, dos psicópatas y ex convictos). Esto sembró la paranoia en el lugar y atrajo a todos los medios del país».



En el caso del francotirador de 41 años John Allen Muhammad, también conocido como John Allen Williams, se trataba de un ex veterano de la guerra del Golfo Pérsico de 1991. Con las evidencias existentes (le encontraron la misma arma en el coche con la que se hicieron todos los disparos, y se determinó que los hacía escondido en el maletero del coche), la policía ya no duda que él es el francotirador.



Se dice que no hay en la historia criminal norteamericana un caso como éste. Y eso es ya decir bastante, pues en EEUU han existido muchísimos asesinatos y actos de terrorismo sorprendentes por su organización y crudeza.



Su amigo, John Lee Malvo, de 17 años, jamaicano, desertor de su escuela secundaria, vivía ilegalmente en EEUU y probablemente iba a ser deportado a Jamaica si lo encontraba el Departamento de Inmigración. La policía cree que el muchacho es sospechoso de haber matado a una mujer en una tienda de licores en Montgomery (Alabama) en septiembre pasado.



Al parecer, según familiares del propio Allen, el muchacho veía en él una figura paterna y protectora de la que carecía. Eso ayudó a que influyera poderosamente en el adolescente, «lavándole totalmente el cerebro».



El francotirador, por otro lado, era un convertido a las creencias musulmanas (por eso su nuevo nombre, John Allen Muhammad), y apoyada totalmente el ataque a las Torres Gemelas. Sin embargo, no se ha encontrado ninguna evidencia entre Allen y el grupo terrorista Al Qaeda.



Durante esos 22 días los medios masivos especularon como nunca -y eso era lo único que se podía hacer- sobre quién podría ser el francotirador. Pero lo que también se analizó mucho era por qué ocurría este tipo de violencia en Estados Unidos. Además de asegurar que solo un psicópata podría cometer estos asesinatos, también se arremetía contra la influencia de la cultura popular norteamericana (filmes, juegos de video, violencia virtual, etcétera).



Otros argumentaron que estas cosas ocurren en EEUU porque existe mucha facilidad para comprar un arma, en almacenes en cualquier ciudad. En todo caso, el arma calibre.223 usada en los crímenes se puede obtener legalmente sin mayores problemas.



Sin embargo, lo que asombra no es tanto que alguien pueda comprar un arma en alguna tienda, sino las descripciones detalladas sobre esas armas que están al alcance de cualquiera. Es decir, cualquiera puede informarse sin ningún problema sobre los cientos de modelos existentes y en venta, su uso, sus mecanismos y el poder letal que poseen.



Antes de escribir este artículo fui a una de las cadenas más grandes de librerías que hay por todo Estados Unidos, Barnes & Noble. En los centenares de revistas disponibles y de múltiples temas, me encontré con siete tipos de revistas sobre armas. También hay muchos sitios en internet que cada revista recomendaba.



La discusión sobre la influencia que tendrían los medios masivos y los videojuegos violentos sobre este tipo de conductas delictuales se repite cada vez que ocurren situaciones parecidas. Recuérdese, como ejemplo, la escalada de violencia armada adolescente desencadenada en algunos colegios secundarios norteamericanos. Se culpó entonces y ahora a ese terrorismo virtual destinado a la entretención. Pero después de las discusiones iniciales, no se habla más del tema.



«Son esos medios los que dan ideas e inspiran a los futuros asesinos que matan a sangre fría» dicen los comentaristas, los políticos, los sicólogos y los sociólogos. Hay centenares de artículos, tesis doctorales y libros que analizan la influencia mediática en ciertas conductas sicopáticas o criminales. Pero como se ha demostrado muchas veces en Estados Unidos, es imposible parar, modificar, ni menos regular la violencia que proviene de los medios. Y esto porque la poderosas compañías del mercado del entretenimiento son huesos difíciles (o imposibles) de roer.



Probablemente como en el caso de A sangre fría, el francotirador será acusado finalmente de psicópata por más que él diga haber hecho lo que hizo por asuntos ideológicos («oponerse a la agresiva política norteamericana en otros países», según él), cuestión que al gobierno y a las autoridades policiales les importa un bledo.



Su acompañante jamaicano, aunque le hayan lavado el cerebro, probablemente o irá igualmente al patíbulo con Lee, o le darán cadena perpetua por ser menor de edad. Pero en el estado Virginia no funciona esa garantía, y probablemente allí ocurrirá el juicio. El asunto es que la policía, los políticos y la justicia de los tres estados quieren condenarlos a muerte como sea, «y mientras más pronto, mejor», aseguran.



Sin embargo, nadie sabe si con este caso finalmente se controlará mejor la venta de armas, o se regulará la violencia en los medios masivos estadounidenses. Si se recuerdan experiencias anteriores, como la matanza hecha por dos adolescentes ocurrida en una escuela secundaria de Colorado en 1999, parece improbable.



Desafortunadamente, en Estados Unidos el mercado del entretenimiento y su gran influencia por el mundo no es (o nunca será) lo bastante «políticamente correcto» como quisiéramos.



(*) Escritor y académico chileno residente en EEUU.



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TEXTO

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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