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Perspectivas de la economía mundial según el FMI

Los pronósticos del FMI no han sido nunca confiables. Hace un par de años, el organismo no se percató lo que se nos venía encima con la crisis asiática, y más aún, la posibilidad de la recesión económica actual fue negada hasta cuando las evidencias eran abrumadoras.


Al finalizar su período de sesiones a comienzos de octubre, los directores del FMI y del Banco Mundial avizoraron una rápida recuperación de las tasas de crecimiento para finales del año 2002. Sin embargo ni en Japón ni en la Unión Europea se la ve llegar por ningún lado, mientras que en EEUU la coyuntura muestra el languidecimiento de la economía, a pesar de que el ritmo del consumo se mantiene, impulsado por un fenomenal aumento del endeudamiento privado y estatal.



Por lo tanto, nada indica que el «enfriamiento» de la economía mundial esté en vías de superación, ni que el peligro de una deflación – y con ello recesión – global no siga presente.



Los pronósticos del FMI no han sido nunca confiables. Hace un par de años, el organismo no se percató lo que se nos venía encima con la crisis asiática, y más aún, la posibilidad de la recesión económica actual fue negada hasta cuando las evidencias eran abrumadoras. Incluída Ann Krueger, pieza arqueológica del Banco Mundial y ahora Subdirectora del FMI.

Por lo tanto, no tiene mucho sentido dedicarle demasiado tiempo a los pronósticos del FMI.



Más bien es necesario volcar el interés hacia los nuevos descubrimientos económicos del Consejero y Director de Estudios del FMI, Kenneth Rogoff, cuyo estudio sobre el comercio mundial acapara uno de los 4 capítulos del documento del Fondo Perspectivas de la economía mundial que fundamentan la demanda norteamericana de flexibilización a las principales economías del mundo.



Rogoff, que hasta ahora era conocido por sus furibundas respuestas a las críticas que su ex colega Joseph Stiglitz ha hecho a las políticas del FMI, incursionando en la estructura del comercio mundial, descubre que el gran problema está en el crecimiento del déficit comercial de EEUU.



Este ha alcanzado en el último año dimensiones históricas, y a pesar que se ha hablado y escrito acerca de el desde hace 30 años desde casi todos los puntos de vista, hasta llenar bibliotecas enteras, faltaba a juicio de Rogoff y del FMI un enfoque que contrastara el déficit de EEUU con el superávit respectivo de Japón y la Unión Europea de una manera sistémica. O sea, destacando que constituye un «problema» que la economía mundial esté funcionando de manera tal de no permitirle a EEUU disminuir su gran déficit comercial.



Debido a ello, se sostiene, se cierne sobre la economía mundial una grave amenaza: de persistir o, incluso, aumentar la brecha de financiamiento del 2,5 por ciento del producto interno combinado de EEUU, Japón y la Unión Europea, podría producirse un grave proceso de ajuste cambiario ( o sea, una drástica devaluación del dólar), con dramáticos efectos sobre los mercados financieros. En el lenguaje del FMI, las «perturbaciones cambiarias» podrían adquirir una dimensión mayor que las derivadas del control del déficit comercial de EEUU.



El descubrimiento de esta verdad hace meditar al FMI sobre los mecanismos para evitar el desastre. Por un lado, Japón debe reactivar su economía, cosa que han intentado sin éxito varios gobiernos, pese al aumento, en menos de diez años, del endeudamiento público a más de un 160% del PIB. Por otro lado, la Unión Europea debe superar sus rigideces estructurales, entre ellas las protecciones laborales y sociales, dinamizar su economía, y contribuir así al aumento de la demanda internacional. Ello, supuestamente, conllevaría el aumento de las exportaciones de EEUU hacia esa región, equilibrando así la balanza comercial entre ambos.



Este descubrimiento del FMI, desconoce que desde Keynes hasta ahora muchos economistas han venido criticando las políticas de ajuste estructural impuestas unilateralmente a los países deficitarios, generalmente de economías en desarrollo. A estos siempre se les exigía ajustar su nivel de actividad económica y adoptar una paridad cambiaria compatible con una balanza comercial positiva. Aumentando así su «competitividad» se generarían los recursos para pagar sus deudas. Nunca hubo para estos países una visión «sistémica».



Sin embargo, no hay que suponer que el «viraje» del FMI pudiera cambiar fundamentalmente su actitud frente al desarrollo. El descubrimiento de Rogoff lejos de proponer medidas para avanzar hacia un manejo global de la demanda mundial, se reduce a exigirle a la Unión Europea eliminar de su economía la seguridad laboral y la social, pues estarían obstaculizando el resurgimiento del crecimiento económico en esta región, tan necesario para ayudarle a EEUU a salir de su tremendo déficit comercial.



Si fuera cierto que eliminar estas «rigideces», que no son sino la expresión de un capitalismo bastante menos salvaje que el de EEUU, sirviera para aumentar el dinamismo de la Unión Europea, la consecuencia previsible sería también el aumento de su competitividad frente a la economía norteamericana. Y, contrariamente a lo esperado por Rogoff y el FMI, la posición relativa de EEUU en los mercados mundiales se deterioraría entonces aún más. Lejos de disminuir, las causas de la probable crisis cambiaria del dólar aumentarían.



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*Economista y consultor internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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