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Fortaleza y debilidad de la democracia y del gobierno

Por cierto, la fortaleza debe ponerse al servicio de la justicia. En caso contrario es palanca del mal. Y la fortaleza debe ser prudencialmente usada. Nada de arrojo temerario ni riesgo atolondrado. Sin embargo, frente al ataque el fuerte sabe que debe resistir pacientemente y atacar inteligentemente.


Nunca ha estado peor nuestra democracia, y la Concertación parece vivir sus días más negros. El desafuero de cinco diputados de la coalición sabe a golpe mortal. La opinión pública se vuelve agresiva en contra de una clase política que denuncia como corrompida. La prensa no sólo devela escándalo tras escándalo, sino que pone en primera plana a un gobierno que pierde conducción y una coalición desconcertada, dividida y a punto del ataque final de nervios.



No se trata de un momento particularmente feliz. Lo peor es huir, atacar al aliado caído en desgracia o reaccionar atolondradamente ante tanto ataque y desacierto. Y tras un silencio prudente que no nos hemos dado, ¿no es tiempo de las grandes palabras, de las grandes acciones y de las grandes virtudes de los líderes? ¿No es la hora de las convicciones, de la justicia y de la fortaleza?



Los maestros de príncipes y líderes de la antigüedad y del medioevo sabían muy bien que preparaban a sus discípulos para un mundo cruel y abyecto. No se hacían demasiadas ilusiones de la condición humana ni de la diosa fortuna. Sabían que en la política, en que lo peor y lo mejor del hombre emergen, la lucha por el poder es a veces despiadada. Intereses diversos, ideas encontradas y pasiones en búsqueda de reconocimiento chocan una y cien veces. Hasta el chirriar de dientes.



Ellos sabían que en ese combate el político, príncipe monárquico, cónsul o gonfaloniero republicano debía reprimir el mal que se sentiría impulsado hacer y controlar el dolor que padecería en el momento álgido de la lucha.



«Todos los medios son lícitos, aunque no todos eficaces [Â…] Contundencia es en definitiva la naturaleza de esta campaña electoral [Â…] Por lo demás, en la lucha electoral, para cada candidato hay sólo una ley: ¿cómo me ayudo a mí y cómo perjudico al contrario?» Así se expresaba Phil Noble, el asesor electoral de George Bush en 1988.



Por ello, en medio del combate, cuando más dolorosa es la herida y más cerca parece estar la derrota, el político debe ser más fuerte. Es decir, debe poder recibir una herida más y estar dispuesto a caer, incluso en forma definitiva. Eso es ser fuerte.



Por cierto, la fortaleza debe ponerse al servicio de la justicia. En caso contrario es palanca del mal. Y la fortaleza debe ser prudencialmente usada. Nada de arrojo temerario ni riesgo atolondrado. Sin embargo, frente al ataque el fuerte sabe que debe resistir pacientemente y atacar inteligentemente.



El fuerte debe resistir, y no acometer ni tomar la iniciativa, sino cuando la situación es de tan extrema gravedad que no cabe otra cosa. El paciente no es el manso que huye del mal, sino el que no se deja arrastrar por la tristeza ni pierde la serenidad ni la clarividencia por los golpes recibidos. Es paciente mientras no puede ni debe actuar.



Pero si superado el dolor por el mal hecho y/o recibido la virtud de la fortaleza aconseja acometer y emprender, el momento activo del obrar sobrepasa al pasivo del sufrir y de la resistencia callada. Porque el valiente se tiene confianza, ha ganado otras batallas y no resiste la posibilidad de la derrota frente a un enemigo injusto. Frente a la injusticia del ataque debe abalanzarse contra el mal con justa ira, apenas pueda y sea prudente hacerlo.



Volvamos pues a Chile.



Si la fortaleza de la coalición de gobierno está en sus convicciones justas, ¿por qué de una vez hacer la pérdida y aceptar que los que han violado principios de elemental equidad deben abandonar nuestros partidos?



Si la fortaleza de la coalición de gobierno está en sus batallas ganadas, incluso bajo un régimen autoritario, ¿por qué seguir actuando como si ya no hubiera nada que hacer y prepararse para entregar el poder a tres años plazo a quienes representan todo lo contrario de lo que se piensa bueno para Chile?



Si la fortaleza de la coalición de gobierno es su adhesión a la democracia, ¿por qué no recordar que en Chile en los años ’50 se entregaba al campesino el zapato izquierdo antes de la votación, para luego regalar el derecho si el cohechador ganaba? Y en aquellos tiempos, ¿cuántos diputados o senadores fueron desaforados por ello? Ninguno. ¿Se deduce de ello que nuestra democracia del 2002 es más débil o corrompida que la de 1952? (para no mencionar la impunidad en que quedaron la mayoría de los delitos cometidos bajo el régimen militar, pues eso es acusado de distractivo incluso entre algunos de nosotros).



Si la fortaleza de la coalición de gobierno se demuestra en que las instituciones funcionan, ¿el momento de máxima debilidad, cuando son desaforados diputados oficialistas, no es el momento de máxima fortaleza de una democracia? Pues nuestra democracia procesa con dureza incluso al poderoso y por montos que en cualquier país más bien llaman a la risa.



Si la fortaleza de la coalición de gobierno es lo hecho juntos por recuperar la democracia y realizar doce años de prosperidad para Chile, ¿no debiera haber un poco más de justa ira frente a muchos catones, oficialistas u opositores, que saben bien que no aguantarían ninguna auditoría financiera de sus campañas electorales?



Si la fortaleza de la coalición de gobierno es el sincero apoyo al servicio público, en vez de tantas explicaciones y ajustes de sueldos a la alta burocracia pública, ¿por qué no alegar de una vez por todas que no habrá un Estado eficaz, eficiente y probo si un cabo primero de carabineros gana 280 mil pesos o hay personal de hospitales públicos que no llegan a los doscientos mil pesos en sus salarios?

En suma, en momentos de crisis se debe actuar con justicia y dejar entregar a la justicia al venal, aunque sea de las propias filas. Resistir el mal momento con palabras de prudencia cuando sea necesario hablar y acometer con justa ira toda acusación desmesurada o proveniente de muchos fiscales que más bien parecen mitad ladrón y mitad verdugo.



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