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Matta y las piernas de Viena

«Yo hago nacer diferentes mundos, a veces muy lejos de la realidad, que conozco recién cuando termino un cuadro la mayoría de las veces… Aunque como ustedes lo entendieron al principio, también me encanta ser procreador, pero en serio», dijo Matta.


Con la gracia de saber combinar los viejos estilos con los modernos, el restaurant La Scala de Viena, el 27 de noviembre de l991, lucía como para recibir al maestro Roberto Matta. En un comedor reservado, la mesa con flores, frutas y dorados filetes de salmón con pepinos y dill más una sopa de espuma de hinojos, medallones de filete y mousse de café con cointreau de postre, el vino a gusto de los sedientos. Todo un entorno que entusiasmaba a los trece comensales que empezaban a cucharear y a entrar en confianza .



La esbelta directora del museo, frau Dr. W. Schmiedt, dulce y amable, estaba al lado del invitado de honor, y en el ruedo de sibaritas los cinco pintores más destacados de Austria y sus esposas o amigas, de piernas largas, torneadas y juguetonas.



Veinte pinturas de Matta se exponían en el Kunst Haus de Viena, las que después fueron llevadas a Salzburgo donde tuvieron los mejores elogios en la prensa de la ciudad de Strauss y Mozart. Esa noche, la Embajada de Chile invitó al ilustre pintor, a los dueños de casa y sus mejores brochas del arte. El embajador Hernán Gutiérrez cuidaba de su esposa enferma y no podía estar en tan ilustrada cena. Yo, como Consejero de la Misión, lo representaba . Antes había compartido con Matta, casi dos semanas en los montajes, inauguraciones, paseos y sabrosas, profundas y divertidas enseñanzas de este gurú que poco conoció Chile.



A la hora de los discursos me referí en mis balbuceos pictóricos a la obra del Maestro. Entre ellos señalé que Matta era uno de los grandes creadores en la pintura mundial: lo comparé con Vicente Huidobro, entre y otras frases hechas que ahora no recuerdo. La directora agradeció la oportunidad que Matta le había dado a Austria de conocer parte de la obra tan creadora, y expresó en tono risueño lo cariñoso que era Herr Matta, quien tanto la había abrazado en el transcurso de la cena.



Matta agradeció a las autoridades de Viena, a la embajada chilena, a los presentes y con tono sarcástico y voz alta dijo: «se me ha tratado de creador… Por favor, estimados amigos, yo no lo soy. La naturaleza lo ha creado todo y el artista copia e interpreta esta realidad, según su forma de sentir. Yo señores, soy un procreador».



«Sí, amigos», continuó, «porque yo hago nacer diferentes mundos, a veces muy lejos de la realidad, que conozco recién cuando termino un cuadro la mayoría de las veces… Aunque como ustedes lo entendieron al principio, también me encanta ser procreador, pero en serio…»



Más risas y brindis por el maestro. En los postres, Matta alzo la voz y dijo que le gustaría mucho conversar con cada uno de los comensales, así que me pidió que hiciera el primer enroque. Cambió el vino, y con copa en mano empezó a conversar animadamente con sus vecinos de mesa, especialmente con las damas. Entre conversación, brindis, risas y ambiente muy grato, el Maestro golpeaba las piernas, con aire cariñoso, a la vienesa que lo escuchaba, y después, como escultor en prueba, tocaba sus rodillas y avanzaba sus dedos de buen arquitecto por el peroné. Increíble pero cierto, la antigua música de fondo, era Die schoenen Beine von Dolores, de 1950: «que lindas son las piernas de Dolores»Â…
Así Roberto Matta, pudo conversar largamente con cada una de los pintores invitados, y especialmente con las cenadoras.



En los bajativos se nos regaló un libro sobre las pinturas del gran invitado. Todos pedimos dedicatorias, y me aproveché al final para que me hiciera un boceto para la tapa de mi último libro, De l’amour al E´mail. Entre copas, cambio de tarjetas de visita y abrazos, Matta besaba a las damas a la francesa, con entusiasmo las volvía a besar y se despedía una y otra vez de ellas.



Al otro día llegó la esposa de Roberto, Germania Ferrari, quien le hizo todos los contratos, trámites, concertación de entrevistas, presentaciones y pagos; lo ordenaba, según él, en horarios y entusiasmos, y también le quitaba un poco la risa y los deseos de seguir siendo niño.



Han pasado 11 años -su número alquímico- desde entonces. Lo veo llegar al aeropuerto de Schwechat con zapatillas, deportivo como un muchachón de 60, un octogenario caminando rápido y seguro, con una conversación sencilla, culta, fresca y recreativa de cada palabra, dándole al idioma una profundidad en que cada vocablo tenía una arista de todas las pinceladas de su vida.



Caminamos en dos ocasiones por el Staad Park, parque frente al hotel. Conocí al niño filósofo, vi al enamorado de la belleza y de las vienesas, entendí al escultor, al arquitecto de su vida, al libertario sobre todo y todos.



Bebo una copa de vino y como pan, como mejor homenaje de su esposa al Maestro, como despedida a Matta, ciudadano del mundo.



(*) Periodista, escritor y ex diplomático.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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