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La izquierda: debilidades y posibilidades

Este es el momento de alzar la voz, porque se debe impedir que se propague la idea que todos los políticos son iguales. Nada tenemos en común con los que saquearon a Chile, ni con los que votan en el Parlamento para defender sus intereses, ni con que aceptan coimas.


Arturo Duclos, importante artista ligado desde hace veinte años a la renovación de su lenguaje plástico, afirmó de manera rotunda en una entrevista periodística que «en Chile todos son de derecha», y agregó, no sé si con propósito de elogio o de crítica, que «la única persona de izquierda que queda en Chile es la Gladys Marín». En el curso de la entrevista se encargó de diluir la politicidad de su proyecto, transfiriéndole el mérito o la culpa (su opinión no queda clara) a la «traducción» de Nelly Richard.



Tomando en consideración ese blanqueamiento, darían ganas de arreglar cuentas con su afirmación con otra frase tan rotunda como la que emitió: «pastelero a tus pasteles». ¿Qué legitimidad discursiva puede tener un artista que opina que lanzar 500 mil volantes sobre Santiago en tiempos de la dictadura llamando a ser artista constituyó apenas un acto de «despiste» o una mera búsqueda de la alusión?



Sin embargo, Duclos tiene una parte de razón. No, por supuesto, en la literalidad del aserto, sino en el sentido profundo de su hipérbole. Este artista está afirmando a través de esa intervención en el espacio político que una parte de este país está huérfana.



No tener izquierda cuando arrecia la cesantía, cuando la crisis que los sabios dan por resuelta se prolonga indefinidamente, cuando crece la incertidumbre, se multiplican los riesgos de desafiliación laboral, aumenta la necesidad de sometimiento y muchas veces de humillación de los trabajadores, implica que existe un problema muy profundo.



Es casi seguro que Duclos no examina encuestas, pero con su frase provocadora llama la atención sobre un doble fenómeno: (a) la adhesión de una parte de los sectores populares a este sistema, lo cual se puede tematizar usando términos clásicos, como una suerte de amor del esclavo hacia el amo que lo oprime, y (b) el fracaso de la izquierda para constituirse como alternativa.



Estos dos aspectos están ligados de manera indisoluble. La seducción que ejerce el sistema, pese a la intensificación de la explotación y de la enajenación, se relaciona con la incapacidad comunicativa o de penetración cultural de una izquierda que no ha aprendido los códigos de la interpelación eficiente. A la vez, esa debilidad para formular un discurso convincente que provea a las víctimas de instrumentos que primero debiliten o desmonten el dispositivo del embrujamiento y luego se conviertan en armas de la crítica y de la toma de conciencia, fortalece el sortilegio. Dificulta encontrar los puntos de quiebre, las zonas más frágiles para producir corrientes masivas de resistencia, de contracultura. Se produce la paradoja que el modelo se agrieta a pasos agigantados (por ejemplo, en Estados Unidos la confianza publica se deteriora por la amplitud de la corrupción privada), y en Chile, sin embargo, las encuestas siguen mostrando a Lavín como la alternativa de cambio.



Nadie es de izquierda, o ella es solo un símbolo, un icono, proclama Duclos. Tiene razón, aunque lo que dice sea literalmente falso. ¿En qué consiste el núcleo de sentido de esa frase errónea, construida además como autojustificación? En esto: se están discutiendo en el Parlamento las reformas constitucionales, y los que somos de izquierda no hemos tenido capacidad para plantear una Asamblea Constituyente en la cual se materialice la posibilidad de crear, a través de una deliberación colectiva, un nuevo proyecto de Estado que solo puede derivar de un nuevo proyecto de país. Hay grupos visionarios que están sacando la voz sobre ese tema, pero nuestra fragmentación, nuestra división en miles de moléculas separadas y a veces competitivas, impiden que esas iniciativas tengan resonancia.



Más bien, muchas veces los grupos tienden a actuar como grupúsculos que apagan la voz del otro en vez de hacerla circular, de manera que se vaya creando el efecto multiplicador del eco.



Pero no solo eso. Las autoridades están a punto de embarcarnos en la iniciativa de un tratado comercial con Estados Unidos, y tampoco hemos podido crear un gran debate nacional ni movilizar movimientos de resistencia. Hemos dejado la iniciativa a los grupos corporativos que buscan influir en el curso de las negociaciones para defender sus intereses particulares. No estamos creando una respuesta nacional y popular frente a ese tema decisivo.



Tenemos derecho a conocer los compromisos que el Estado chileno está adquiriendo. Para ello es necesario convocar a todos los grupos, juntar todas las voces disidentes, a todos los sectores que tienen reservas o que se interrogan sobre el destino de este tipo de globalización.



Esta izquierda que Duclos declara inexistente, encarnada según su metáfora en una figura solitaria, falta cuando es más necesaria. No es verdad que no exista, que solo sea un grano de arena. Pero sin duda lo que hay es insuficiente para enfrentar las tareas históricas de reconstruir un proyecto de país y una alternativa creíble, con sólidas raíces en el mundo popular.



Una de las razones de esta debilidad es la fuerza de la dominación que se ejerce, mezcla de resortes coactivos, disciplinantes, del peso de la incertidumbre, pero también del papel de efectos de seducción. La otra razón es que también estamos contaminados por el virus del canibalismo. En vez de unirnos nos separamos, desconfiamos unos de otros, somos incapaces de regular nuestros narcisismos o nuestro espíritu mesiánico, la fatua creencia de que la secta con nos identificamos encarna la única verdad incontaminada.



En esta situación de crisis de la política oficial, que afecta directamente a la Concertación pero también a la Alianza por Chile porque ella le debe al país una respuesta sobre la manera como financia sus campañas políticas, la izquierda debe reivindicar su autoridad moral.



No tenemos responsabilidad ni del saqueo de Chile que realizó la dictadura en beneficio de los grandes empresarios y de funcionarios inescrupulosos, ni tampoco de estos robos al menudeo que ensucian a la Concertación. Menos responsabilidad tenemos en la cesantía, en la mala distribución de ingreso, en el peso agobiante que cae sobre las capas medias y los sectores populares como efecto de la mercantilización de la salud y de la educación.



En lo que sí tenemos responsabilidad es que no hemos sido capaces de unirnos para plantear una plataforma común que sea una respuesta a esta crisis económica, social y política. Es el momento de dar señales de vida, de mostrar que la izquierda tiene ideas, propone soluciones y no solo hace críticas.



Este es el momento de alzar la voz, porque se debe impedir que se propague la idea que todos los políticos son iguales. Nada tenemos en común con los que saquearon a Chile, ni con los que votan en el Parlamento para defender sus intereses, ni con que aceptan coimas.



Pero no solo tenemos autoridad moral, también tenemos ideas fuerza para poder construir, después de una discusión de todos los que se reivindican de la identidad de la izquierda anticapitalista, un «programa de emergencia» que proponga respuestas para la crisis actual.



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