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El TLC con Estados Unidos: la discusión de fondo

El optimismo de los negociadores era avasallador, hasta contagioso. El Senador Foxley insistía con su discurso de ‘jugar en las grandes ligas’, mientras la Cancillería aseguraba que éste era nuestro momento. «Si Chile no, a quién», decían encandilados. No había titubeos, la negociación concluiría en menos de un año.


La tercera es la vencida dice el refrán y fue en el tercer intento de los gobiernos de la Concertación que parece se cumplió el sueño de Foxley, de ‘jugar en las grandes ligas’, la firma de un tratado de libre comercio con la potencia norteamericana. Y este gobierno más que ningún otro se la jugó por entero. Ni más ni menos que el hijo del presidente estaba detrás de la negociación, en un país presidencialista, esa es una señal poderosa.



Los costos fueron evidentes desde el principio. Se empeoraron visiblemente las relaciones diplomáticas y comerciales con nuestros vecinos, básicamente hundiendo al Mercosur con el desaire en el encuentro de Florianapolis, Brasil, donde se pretendía afirmar las relaciones entre los socios del Mercado Común del Sur y definir una estrategia hacia delante.



Además, Chile adquirió innecesariamente los caza-bombarderos F16 por US$ 660 millones, en un intento de realizar un costoso lobby al Congreso norteamericano. Una acción impresentable, para un gobierno social-demócrata, en medio de una crisis económica. Paralelamente, Chile cuadró su política exterior, con la norteamericana: firmes contra el terrorismo internacional y silencioso con respecto a las atrocidades norteamericanas en Afganistán y las israelitas en Palestina, incluso llegando a ser ambivalentes con respecto a la intentona golpista contra el Presidente Chávez, en Venezuela.



El compromiso por el tratado era total. Sin embargo, mientras nuestros negociadores hablaban de las bondades del libre comercio y se amparaban en el teorema de Heckscher-Ohlin (el fundamento teórico del libre comercio), los productores de frambuesas norteamericanos, al igual que los viñateros de California y los productores de salmón natural de Alaska, iniciaban acciones de dumping y acusaciones contra los productos chilenos, junto al correspondiente lobby con sus representantes en el Congreso.



La Cancillería olvidó que en el complejo mundo político norteamericano, donde priman los intereses sectoriales y el lobby político, la posición negociadora norteamericana se mantiene amarrada por la correlación de fuerzas sectoriales. Ni la amistad entre los Presidentes o los negociadores, altera el hecho que las negociaciones se realizaban desde posiciones de fuerza.



Con la oferta final norteamericana queda plenamente evidente la inconveniencia de firmar este tratado. Pues aunque los negociadores estadounidenses hubiesen hecho una oferta extremadamente generosa en el ámbito puramente comercial, aún persiste el problema central de este tratado, cual es que los profundos compromisos que implica un TLC con los Estados Unidos reducen en mayor medida la capacidad de las autoridades nacionales de alterar la actual estrategia de desarrollo, respecto de la cual existen manifiestas evidencias de agotamiento.



El TLC impondrá una restricción adicional a los márgenes de maniobra en política económica nacional, en consecuencia constituye una apuesta a favor del status quo, lo que abre serias interrogantes sobre el futuro del país. Este tratado constituye el ancla final para asegurar las reformas estructurales iniciadas por el gobierno militar y sus economistas en la década de los setenta.



En un reciente comentario en el diario Estrategia, la senadora Evelyn Matthei señaló, en referencia a la posibilidad de eliminar el encaje: «Yo en eso no tengo ningún problema. Esa es una de las condiciones que a mí no me pone nerviosa, ya que pienso que esos controles de capitales no llevan a nada bueno».



Similar planteamiento se escucha con respecto a la banda de precios agrícola. Vale decir se pretende lograr objetivos en materia de política económica a través de un tratado de libre comercio. No se trata de aplicar o no el encaje o el sistema de bandas, sino de que el Estado chileno tenga la facultad de llevar a cabo su política económica autónomamente. Esa es la discusión de fondo y el objetivo de los ‘ideólogos’ del modelo económico detrás de este tratado es precisamente el contrario, generar tanto amarres institucionales, incluyendo acuerdos internacionales, de manera de no poder alterar la actual estrategia de desarrollo.



Sin embargo, ante la evidencia en el estancamiento económico, el gobierno debe mantener márgenes de maniobra precisamente para explorar nuevos caminos. ¿Se puede asegurar hoy día que Chile no necesitará de nuevo el encaje contra el capital especulativo? ¿Puede Chile comprometerse a nunca más alterar el marco regulatorio de la minería, que permitió que Disputada Las Condes no pagara más impuestos? ¿Puede Chile comprometer la desregulación del sistema de AFP, pilar de la política de previsión social y de los fondos para el ahorro nacional? ¿Puede Chile comprometerse a una legislación en propiedad intelectual, comercio electrónico, y servicios que exigirán un costo significativo en el pago de patentes e impedirán la capacidad del Estado de exigir el pago de impuestos?



La verdad es que este tratado compromete a Chile en una política económica sin autonomía, entregada al gran capital y a la desregulación. No habrá posibilidad de introducir políticas de segunda fase exportadora o políticas de atracción de inversión extranjera de alta calidad, o facilitar la innovación tecnológica.



Adiós a una apuesta por la nueva economía. Vale decir, Chile se entregó a una estrategia de desarrollo basada en la exportación de recursos naturales básicos, con todo lo que eso significa (agotamiento de recursos naturales, contaminación y desigualdad social) para siempre.



Las cosas cambian y muy rápidamente, especialmente en este mundo globalizado. Esperemos, por el bien de Chile, que la apuesta por la actual estrategia de desarrollo y el estatus quo sea la correcta, pues con la firma del Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos, tendremos que acostumbrarnos a vivir con ella por muchos años más.



* Director de Estudios de Fundación Terram



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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