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De bonos, deudas y déficit: la política fiscal en Chile

Cabe preguntarse por el origen de este déficit. ¿Es resultado de una política que ex profeso busca actuar contracíclicamente? Ello habría conducido al Estado a dinamizar la demanda interna de la economía chilena y por esa vía acelerar el crecimiento del producto y la ocupación. Para lo cual una expansión del gasto fiscal aparece como la vía más apropiada.


La colocación de un Bono Soberano que en estos días se ha hecho en el mercado norteamericano por parte de Chile, ha resultado ampliamente exitosa desde el punto de vista de las tasas de interés conseguidas y la amplia demanda que hubo por este instrumento.



Esto refleja la baja percepción de riesgo que tienen los inversionistas respecto a nuestro país. La consecución de recursos frescos mediante la venta de un bono que el Estado chileno se compromete a recuperar en un plazo de 10 años tiene distintos objetivos.



Casi la mitad de los recursos obtenidos, US$1.000 millones, se destinará al pago de otras deudas del Estado con vencimiento cercano y el resto se utilizará para financiar parte del déficit fiscal generado el año recién pasado.



En su mayor parte el discurso público ha girado en torno a las bondades de la política macroeconómica seguida por Chile, que permite, a pesar de la inestable situación y el entorno en que se encuentran los llamados países emergentes, contar con una baja clasificación de riesgo para las deudas que emite el país.



Cabe señalar que la tasa de interés que hay que pagar por este bono, un 5,6 por ciento, es también una importante señal para las deudas que el sector privado emite en el extranjero. Así, los mercados financieros creen firmemente que el Estado de Chile cumplirá su compromiso en el plazo acordado y por extensión los agentes privados se alinearán con este comportamiento público.



Tanto así, que sólo castiga la tasa del bono chileno en un 1,6 por ciento respecto a la que obtiene la deuda norteamericana, lo que sin duda es significativamente bajo para un país de la región.



A este tipo de calificación alude la noción de «riesgo país». Chile, con un riesgo cercano a los 160 puntos en el momento de la emisión del bono, obtuvo un castigo de 1,6 por ciento respecto a los bonos del tesoro norteamericano; Argentina, con más de 6.000 puntos de riesgo, sólo podría conseguir recursos a tasas superiores al 60 por ciento, lo que es absurdo. Aún en el caso de un país que, en moratoria, ya no es sujeto de crédito.



Esto implica que para los países que se encuentran en mayores dificultades financieras, la consecución de recursos frescos, indispensables en esos casos, se hace aún más difícil, lo que agrava su situación final, debido a que el endeudamiento en que deben incurrir les resulta cada vez más caro.



Así, al no poder responder ante a la deuda del presente, menos podrán hacerlo frente a la deuda futura. Lo anterior va en beneficio de los grandes fondos de inversión internacionales que especulan con este tipo de instrumentos y develan la irracionalidad en que ha caído el sistema financiero
internacional.



Hasta aquí, el tema está sujeto a las bondades de recibir préstamos a bajo costo relativo. Sin embargo, existe otra dimensión escasamente analizada y que se vincula al tipo de uso que se dará a estos fondos.



Un ejercicio financiero que consiste en reordenar los pasivos es incuestionable desde cualquier punto de vista, por cuanto conseguir recursos a bajo precio para pagar deudas que en su momento fueron conseguidas a un costo mayor, resulta a todas luces beneficioso.



De igual manera, emitir deuda pública para allegar recursos destinados a financiar el déficit fiscal es un ejercicio que forma parte de la gestión normal de política económica. Es más, el déficit público constituye una medida del grado de intervención que tiene la política fiscal en el desempeño económico. Dentro de rangos manejables, es un instrumento normal de política pública.



Sin embargo, sobre esta materia ha prevalecido un marco de discusión extraordinariamente restrictivo en el último tiempo. Equilibrio presupuestario y superávit estructural son los conceptos que cubren y encuadran todo debate en torno a la materia. Como un nuevo dogma restringen la capacidad de maniobra del Estado frente al ciclo económico. No obstante, de todas formas el fisco enfrenta un severo descalce entre sus ingresos y gastos, al punto que obliga a emitir nueva deuda, que aunque barata, es deuda al fin.



En este contexto cabe preguntarse por el origen de este déficit. ¿Es resultado de una política que ex profeso busca actuar contracíclicamente? Ello habría conducido al Estado a dinamizar la demanda interna de la economía chilena y por esa vía acelerar el crecimiento del producto y la ocupación. Para lo cual una expansión del gasto fiscal aparece como la vía más apropiada.



Sin embargo, la respuesta a la pregunta inicial es negativa. Salvo el mayor gasto aplicado a los programas de empleos de emergencia, la autoridad económica no ha actuado con las herramientas que posee, para contrarrestar la fase de estancamiento del ciclo económico que vivimos actualmente.



Entonces, si el déficit fiscal no es producto de una intervención masiva de la autoridad para combatir la crisis, ¿de dónde proviene? La respuesta no resulta tan difícil, proviene de lo que se define como «trampa presupuestaria». Ella resulta de una conducta pro cíclica del Estado y de errores de proyección de las variables clave en la construcción del presupuesto.



El punto de partida se encuentra en la construcción normal del presupuesto público. Para ello se estima un cierto crecimiento de la economía y un determinado nivel para el precio del cobre. El primer valor, el crecimiento, permite determinar el volumen de recursos que por concepto de impuestos el Estado recaudará en el año y el segundo, el precio del cobre, entrega una proyección de las utilidades que Codelco entregará al fisco y el volumen de impuestos que las empresas mineras pagarán. Ello constituye gruesamente el flujo de ingresos del Estado el que, en general debe mantener cierta correspondencia con los gastos.



Sin embargo, la trampa se inicia cuando, fruto de que se contrae la producción debido a un ciclo recesivo, el Estado recauda menos impuestos de los proyectados. Junto a eso, el precio del cobre es efectivamente menor a lo esperado, siendo el resultado final un descalce entre gastos e ingresos que se expresa en un déficit inicial.



Frente a esta situación, la respuesta del Estado es disminuir sus gastos para tratar de cuadrar su presupuesto, lo cual genera una contracción aún mayor de la actividad económica y una menor recaudación de impuestos en el periodo siguiente y nuevamente un descalce con los gastos, sólo que ahora con un nivel de déficit más alto.



De lo anterior se puede colegir que en ciertas condiciones y en magnitudes razonables, al igual que el colesterol, existe un déficit bueno y uno malo. El bueno, en este caso, sería uno destinado a actuar contra la tendencia del ciclo económico revitalizando la demanda interna. El segundo, es el que se provoca por esta trampa presupuestaria y más que malo, es inútil y tonto.



Para financiar el primero bien vale contraer deudas, porque se pagan con la mayor actividad de mañana. Para el segundo, sólo queda conformarse con el hecho de que la nueva deuda resultó barata.



(*) Director de la Escuela de Economía. Universidad ARCIS

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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