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La culpa de todo la tenía la derecha

El Gobierno de izquierdas, frente a cualquier acusación de corrupción de sus funcionarios o dirigentes, tenía una sola respuesta: «la culpa de todo la tenía la derecha». Es más, se señaló que el problema de fondo era que la derecha se había negado al financiamiento público de la política, porque los empresarios le daban millonarias sumas para sus gastos de campaña. En buenas cuentas, las relaciones poco claras que la izquierda tenía con el dinero eran «culpa» de la derecha.


Corría el mes de octubre en una larga y angosta faja de tierra. Ese año no pasaba nada, a pesar de las resonantes promesas del gobierno de izquierda. La verdad es que la vida transcurría aletargadamente, como en una calurosa tarde de verano: mucho calor y poca energía.



De pronto, sin embargo, se destapó la cloaca y salieron, putrefactos, sapos y culebras. Un empresario acusó a importantes figuras de la coalición gobernante de haberle exigido pagos (léase «coimas») para abrir plantas de revisión técnica.



El Gobierno, conmocionado, ideó una respuesta comunicacional impecable: «la culpa la tenía la derecha». Claro, lo que pasaba es que si había funcionarios del oficialismo de izquierda involucrados en actos de corrupción, se debía a que había empresarios que estaban dispuestos a corromper (léase «coimear») y todos sabían que los empresarios eran de derecha. Es decir, si había pagos ilegales, existía quien los pagara, un inmundo y vil capitalista de derecha que era el verdadero «corruptor».



En medio de la tormenta por el caso «coimas», un ex ministro del Gobierno de izquierdas, confesó haber recibido, literalmente, un sobre-sueldo. Esto era más grave, todavía, que la denuncia de corrupción. ¿De dónde venía el «suple»? ¿Lo recibiría, también, el Presidente?

Pero, nuevamente, la capacidad creativa fue superior: «la culpa la tenía la derecha». Claro, y es que la práctica de los sobre-sueldos venía desde hacía tiempo, mucho antes que las izquierdas se instalaran en Palacio, venía desde la época del gobierno autoritario de derechas. Un molesto vocero gubernamental, golpeó la mesa y anunció que el Gobierno, como siempre, solucionaría la incómoda y viciada herencia de la derecha.



Cuando las aguas parecían aquietarse y volver a su cauce, un inflexible juez que investigaba el caso «coimas», decidió investigar los contratos que un ministerio tenía con una empresa cuyo dueño era un importante integrante de la coalición gobernante. Se descubrió que esa empresa pagaba, probablemente con esos recursos, a funcionarios de gobierno.



Nuevamente la arremetida comunicacional fue una: «la culpa la tenía la derecha». Claro, lo que pasaba es que el verdadero problema consistía en que los funcionarios públicos ganaban poco y para arreglar esto el Gobierno había enviado un proyecto de ley, pero la derecha no había dado sus votos para aprobarlo.



En suma, el Gobierno de izquierdas, frente a cualquier acusación de corrupción de sus funcionarios o dirigentes, tenía una sola respuesta: «la culpa de todo la tenía la derecha». Es más, se señaló que el problema de fondo era que la derecha se había negado al financiamiento público de la política, porque los empresarios le daban millonarias sumas para sus gastos de campaña. En buenas cuentas, las relaciones poco claras que la izquierda tenía con el dinero eran «culpa» de la derecha.



Sin embargo, el edificio comunicacional se vino abajo cuando se supo todo. El empresario que había pagado las «coimas» no sólo no era de derecha, sino que había colaborado y financiado a la coalición gobernante; la práctica de los sobre-sueldos había empezado con los gobiernos de izquierda; el mentado proyecto de ley para pagar más a los funcionarios públicos no se había aprobado, porque estaba mal hecho y los jueces lo habían declarado inconstitucional; y, por último, en países con financiamiento público de la política, la izquierda también había sido acusada de corrupción. En buenas cuentas, la derecha no tenía ninguna culpa en el asunto.



Sin explicaciones, con un ex ministro y un ex subsecretario procesados, con varios diputados oficialistas desaforados, con muchos funcionarios públicos y dirigentes de la coalición gobernante desfilando por tribunales, el Gobierno se quedaba solo y el país parecía hundirse.



Pero en esa larga y angosta faja de tierra todavía quedaban algunos que no estaban para hacer cálculos mezquinos, encontrar chivos expiatorios o hacer leña del árbol caído, para ellos el país estaba primero. La derecha, olvidando las injustas bofetadas, perdonó y tendió la mano al Gobierno de izquierdas. Ahí estaba «la culpable de todo» para prestar su colaboración y servir a la patria.



Moraleja: no hay peor ciego que el que no quiere ver; y el ciego siempre le echa la culpa al empedrado…



(*)Investigador de la Fundación Jaime Guzmán Errázuriz



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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