Publicidad

Una opinión desde las entrañas

A las instituciones de justicia se le ha presentado hoy día un tipo de oportunidad que puede ser considerada de turning point: aquella que marca un antes y un después. Cómo reaccione hoy día, su criterio y resoluciones, nos dirá bastante acerca del país donde estaremos viviendo en los próximos años.


Continúa alto el impacto político a partir del «caso coimas». En estos últimos días la seguidilla de hechos ha visto incluida la privación de libertad de un, hasta hace muy poco tiempo, ministro del presente gobierno y el desaforamiento de un grupo de diputados. No debemos mentirnos, las acusaciones son graves. El contexto, delicado por cierto. Nuestras exigencias, grandes.



Como miembros de este país estamos muy interesados en los acontecimientos, en conocer y contextualizar la profundidad de los hechos, y en la posibilidad de sacar lecciones. Sobre los casos concretos, estamos recibiendo un cúmulo de opiniones, de defensas y acusaciones, y vemos también desfilar al espectro político presentándonos sus diversas interpretaciones de los hechos.



Pero aquí que no se nos pida ser ingenuos. Creer que sí lo somos cuando se nos pretende relatar los hechos, es de las cosas que más nos molesta. Es como si uno fuera al estadio de fútbol, con radio y audífono a la oreja, y durante el partido vemos como un futbolista le ensarta un fuerte puñetazo al rostro de otro jugador, mandándolo directo al suelo, y por la radio escuchamos «un jugador se resbala y cae sólo al césped». No,Â… Ä„ya no estamos para eso! (Se me viene a la cabeza aquel célebre aforismo atribuido a Lincoln, aquel que dice eso de que puedes engañar a todas las personas algunas veces, a algunas personas todas las veces, pero no a todas las personas todas las veces.)



Pues fue justamente durante los años de dictadura cuando se nos quiso engañar a todos todas las veces. Durante esos años se nos relató un partido muy distinto al encuentro que se estaba jugando en la cancha. Muchos nos dimos cuenta de aquello, unos más, otros menos, otros no quisieron enterarse. Pero con la llegada de la democracia, cambiábamos de relatores y esperábamos que de ahí en adelante al foul le llamarán ‘foul’, al penal, ‘penal’ y al gol, ‘gol’. ¿Muy ingenuo? No tanto.



Efectivamente, junto con la democracia nos sobrevino una menor tolerancia e indiferencia hacia los hechos que dañasen la fe pública, es decir, hacia negocios ilícitos, hechos de corrupción o prácticas coimeras, entre otros. Por cierto, la menor tolerancia no elimina tales prácticas pero efectivamente las reduce. Es que la aparición de una mayor preocupación se ve reflejada en hechos como la activación de prácticas y situaciones muy concretas, tales como la existencia de mayores mecanismos de información y fiscalización, castigos más efectivos, o en la existencia de nuevas regulaciones y reglamentaciones que dejan menos vacíos legales y comerciales. Es decir, el espacio para cometer ilícitos se achicó. Y si hay ‘foul’, muchos más lo estaremos viendo…



Entonces, ¿que es lo peor que podría suceder respecto a los hechos de hoy en relación al daño a la fe pública? Que a algunos se les olvide lo señalado en el párrafo anterior y quieran seguir relatándonos un partido que no existe; o para decirlo sin eufemismos (que es justamente de lo que estamos hartos): que se nos trate como imbéciles, como si fuésemos individuos-esponja que tragásemos todo lo elucubrado por otros que se creen más listos, y que no lo son tanto. Insisto, las últimas décadas nos han convertido, a la fuerza de relatos interesados, en individuos más perspicaces (valga la ironía).



¿Pero qué canales estamos sintonizando? ¿Quienes son los que están relatando los hechos? Pues el gobierno es uno de ellos. Y digámoslo también, además de relator es muchas veces jugador, árbitro y cancha. El gobierno tiene como desafío entonces saber resolver la compleja ecuación que se le presenta al contar con esta multiplicidad de roles. En muchos casos el gobierno deberá ser aquel que termine cobrando el penal, relatarlo como tal, mostrar las tarjetas correspondientes (y al que merece roja, ‘roja’ y para fuera), ejecutar el cobro y convertir el gol. Este sería un gol que todos los miembros de la sociedad gritaríamos. Un gol que solidifica instituciones, para bien de todos nosotros. Con esta estrategia, no hay posibilidad de autogol.



El autogol sólo podría venir si se intenta colocar a un relator ‘chanta’ que nos comience a relatar un «tuya-mía, para mí-para mí». La oposición gozaría con un relato así. Y nosotros cambiaríamos de dial.



Lo mismo, pero quizá con un poco menos de responsabilidad, va para los partidos de gobierno. Al tener ellos un rol menos multifacético que el gobierno, la ecuación se les debiera hacer más fácil. Ya señalé que tratarnos de esponja y manguerearnos con lo que se les ocurra no funcionaría. Pero también la ecuación de los partidos debiera considerar, por supuesto, los próximos ciclos eleccionarios, y eso tendería a que no se achacasen todo el peso que debieran. Pero por otro lado, los ciclos eleccionarios son varios, no sólo el próximo, por lo que aprovechar la circunstancia de hoy para invertir en activos políticos futuros sería una solución.



Entonces, sin siquiera entrar en una lógica valórica (que entrega un resultado mucho más obvio), sino sólo tomando en cuenta el peso que se le puede entregar hoy a las futuras elecciones, la racionalidad socio-económica más simple nos dice que una vez que los ahorros o ingresos se están acabando, y si queremos proyectar una existencia hacia el largo plazo, entonces deberemos generar inversión que genere futuras rentas. Los partidos de gobierno debieran entender aquello, e invertir hoy a través de la entrega de un relato fidedigno.



La oposición no ha sido capaz de relatarnos adecuadamente el partido que estamos presenciando. Es bastante odioso abrir los periódicos y leer, por ejemplo, opiniones de militantes de derecha, ex ministros y autoridades de Pinochet -muchos de ellos convertidos hoy en millonarios dueños, ex dueños o directores, ex directores de empresas que fueron muy ágilmente privatizadas a fines de los ochenta- que con solemne tono nos dictan cátedra desde el altillo de la probidad ciudadana y nos comentan acerca de su desinteresado paso por los cargos públicos del régimen dictatorial.



Es odioso también escucharlos alzarse como celadores de la buena fue pública a aquellos que hasta hace muy pocos años, y durante demasiados años, no movían un dedo por las constantes violaciones contra esta vapuleada fe. La cita de Lincoln vuelve a explotar fuerte en mi cabeza. Bebo un vaso de agua, continúo.



De la derecha militante no espero nada. Es que, aunque en materias de delito muchas veces es el hecho (y no la magnitud) el elemento relevante, no deja de molestarme cuando desde tal galucha se enjuicia con escándalo situaciones de sobresueldos de algunos millones de pesos, cuando muchos sabemos que está misma derecha no se escandaliza para nada cuando ‘por razones de Estado’ se dejan de investigar situaciones de pinocheques o de dudosos procesos privatizadores, o no se investigan aquellos ‘perdonazos’ crediticios donde muchos de sus barristas se vieron beneficiados, y que corresponden a situaciones que involucran montos varios miles de veces más grandes que las cifras que hoy estamos discutiendo.



Por lo mismo, tampoco es conveniente sintonizar ese dial para escuchar el partido. No creo que desde allí exista un interés en relatarnos el partido que realmente se está jugando. Creo que solo quieren relatarnos goles y más goles hacia un solo arco.



¿Cuáles otros canales nos están quedando? Sí, la justicia. Ä„Y por Dios que tiene que cumplir bien su rol institucional hoy día! Creo que a las instituciones de justicia se le ha presentado hoy día un tipo de oportunidad que puede ser considerada de «turning point» (a riesgo de parecer siútico): aquella que marca un antes y un después. Cómo reaccione hoy día la justicia, su criterio y resoluciones, nos dirá bastante acerca del país donde estaremos viviendo en los próximos años (y esto puede ser literal para algunos).



En definitiva, valoramos el hecho de ir conociendo las situaciones que, por lo mismo, están causando impacto. Estas situaciones son aristas de un problema mayor que tiene que ver con el manejo de fondos públicos y, más primario aún, con la relación entre política y dinero. Son estos temas de fondo los que queremos conocer, entender, discutir y hacernos una opinión.



No nos queremos quedar en la anécdota. Aquí lo relevante es contar con la certeza de que tendremos la posibilidad de seguir conociendo éstas y otras situaciones -y el nivel de su envergadura- tal y como nosotros como sociedad exigimos que sea conocida. Por ahí va la salida. Nuestras exigencias deben ser concedidas, no debemos esperar menos de nuestras instituciones, menos aún de aquellas que nos representan. En caso contrario, ya ni siquiera nos cambiaremos de dial sino que dejaremos de ir al estadio a ver los partidos, y eso nadie lo quiere.



(*) Economista de University of Cambridge y el CED

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias