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La Quinta República de Chile

El dinero es el que había y ha de tener el mayor control posible sobre lo público y sobre lo privado. Este es el origen de todas las corrupciones. El poder del dinero no permite otra norma, otra ley que no sea la ley del dinero. Tanto te doy, así has de comportarte.


La naturaleza, la esencia de la crisis general de la política por la que se atraviesa, no es otra que la primera gran crisis de la IV República, la que se diseñara y creara durante la dictadura de Pinochet por los poderes militares y empresariales más duros de nuestro país.

En nuestra historia republicana se reconocen claramente cuatro momentos de organización de la sociedad y el estado, de maneras de articular la cosa pública, la res publica.



La I República de Chile, la llamada portaliana, organizó el país de la manera que se conociera entre 1830 y la guerra civil de 1891. Sometidos los caudillos militares que mantuvieron el país en estado de guerra, se dicta finalmente la constitución de 1833 que da origen a un estado de gobierno fuerte y sumisión de todos al principio de legalidad.



La II República de Chile, llamada aristocrática. Luego de la caída de Balmaceda dominará la inercia y la hipocresía, la política será sólo «la anarquía de los salones». La cuestión social, la emergencia de las clases medias ilustradas, la rebeldía juvenil universitaria, la generación del año ’20, el activismo de la FECH, terminarán con el período, hacia 1925, en medio de asonadas, revueltas, golpes y contragolpes.



La III República de Chile, como sabemos, corrió entre 1925 y el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. Los grandes caudillos (Alessandri e Ibáñez), la gran depresión, la sublevación de la marinería y los caudillos menores (Montero y Marmaduque Grove), inauguran el periodo que da paso a otro más largo y fructífero de presidencialismo con alianzas de partidos. Las guerras calientes y la fría, en telón de fondo.



La IV República de Chile, es decir, la formación social, jurídica, estatal y económica que actualmente domina, adquiere formas definitivas con la imposición de la constitución de 1980, que deviene luego de una serie de bandos militares y actas constitucionales de variada duración.

Vivimos en plena IV República. Desde ya la moral, la ética y los valores que la impregnan, (fundamentalistas, monocolores, protectores de una sola ideología dominante, de notorias connotaciones racistas, plagada de instituciones de vigilancia) tienen el inocultable propósito de acotar al gobierno de turno al marco estrecho de sus normas.



i) Los cuatro «pocos» que exige la IV República



El actual régimen republicano ha tenido un éxito notable en cuatro de sus objetivos centrales. El funcionamiento del conjunto del tinglado social, cultural, económico y político que nos rige requiere de cinco restricciones severas, a saber:
1.- Pocos ricos, muy ricos y poca distribución de la riqueza, como en los años ’80.
2.- Poca democracia, y con muy pocas posibilidades de desarrollo.
3.- Poca prensa libre y/o independiente, y bajo el severo control de sus dueños.
4.- Poca sociedad civil y poca ciudadanía. Poquita CUT, poquita Anef, poquitas juntas de vecinos, poquitas asociaciones de consumidores y ciudadanas, etc.



A cada una de estas «naturales consecuencias» ha de responderse con proposiciones de más democracia, más sociedad civil y ciudadanía, más libertad de prensa, más distribución de la riqueza.



Así, el IV régimen republicano, resulta completamente contradictorio con los valores y principios de cualquier progresismo. Sea social-progresismo o liberal-progresismo.



ii) La cultura del ocultamiento



Pocas dudas pueden caber que el régimen republicano instalado fue condicionado, por las fuerzas reales que lo pensaron, por la necesidad de impulsar en Chile una cultura del ocultamiento.



Dos asuntos de la mayor importancia para los empresarios y militares más duros de los años 1973 – 1980 fueron y son requisitos insoslayables.



Para estos duros empresarios lo primero que había de ocultarse era que el poder del dinero es el que juega el papel principal.



El dinero es el que había y ha de tener el mayor control posible sobre lo público y sobre lo privado.



Este es el origen de todas las corrupciones. El poder del dinero no permite otra norma, otra ley que no sea la ley del dinero. Tanto te doy, así has de comportarte.



Para los militares duros, lo primero que había de ocultarse era la horrorosa circunstancia que en el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y Carabineros, se organizaron, conscientes, deliberada y fríamente, escuadrones de exterminio de seres humanos y que sus restos jamás aparecerían.



Las FF.AA. habían de permanecer en el subconsciente colectivo de la población como aquellos vencedores jamás vencidos. Plenos de honor militar. Permanentes instituciones prestas a sostener los valores esenciales de la chilenidad.

Lo que se había echo era tan grave, que se requería ocultarlo a todo evento.

iii) La actual IV República le hace mal a Chile. Ni siquiera es eficiente



La velocidad de las invenciones tecnológicas, los descubrimientos en la biotecnología, y las comunicaciones vienen revolucionando el planeta a cada instante.



Estos fenómenos lo han globalizado todo. La riqueza y la pobreza. Los mercados y las transacciones financieras. La producción de mercaderías y los servicios. Chile, busca a ciegas, una identidad, a fin de pertenecer, sobrevivir e interactuar en lo planetario. Sin identidad nada resulta seguro ni permanente.



Así, los valores, los principios, los patrones culturales pasan a jugar un papel crucial para que lo que definamos como patria, sobreviva exitosamente.



El régimen republicano actual, es todo lo contrario a lo que se necesita y lo que se desea. Aspira a la sobrevivencia y reproducción de una sola manera de ver las cosas; niega nuestra condición de país multinacional y multirracial; se debate en duro combate contra el divorcio, el aborto terapéutico y la píldora del día después; intenta frenar todo avance democrático en el estado y la sociedad. Digámoslo francamente, el régimen republicano actual se ha alzado como el obstáculo principal que impide que Chile avance junto a las fuerzas de futuro en el mundo.



iv) La gran paradoja



Desde 1980 hasta hoy, mientras los creadores de la IV República sólo se anotaron fracasos, los gobiernos de la Concertación han materializado logros notables.



Han sido los gobiernos de Aylwin, Frei y Lagos, los que presentan a Chile ante los demás países como aquel capaz de doblar su producto en una década; capaz de no disminuir el gasto social en períodos de crisis; avalar la categoría democrática del país; conectarlo con los mercados de los países más ricos, con todas sus ventajas y riesgos; generar una enorme conectividad vial y de comunicaciones; emprender los desafíos de la reforma educacional y la salud, etc.



Vivimos en una paradoja increíble: gobiernos progresistas modernizadores aprisionados en un régimen político-económico obsoleto y vinagre.



Estos 12 últimos años han sido una reyerta entre la sociedad, la ciudadanía y los gobiernos concertacionistas, contra la camisa de fuerza jurídico-autoritaria que informa la IV República.



Esta paradoja se puede ver claramente en la contradicción que enfrenta, por una parte, al reclamo y necesidad de un marco político-democrático, que permita una distribución equitativa de la riqueza, una sociedad culturalmente tolerante y diversa, y por la otra, a los poderes fácticos atrincherados en la Constitución de 1980 a cualquier costo, inclusive al precio de hacer abortar la posibilidad acercarnos al desarrollo material nunca, como hoy, tan alcance de la mano.



La ultraderecha, saca partido de cada escaramuza, de cada confusión, de cada error, de cada escándalo propio o ajeno, de cada debilidad nuestra. Esta ultraderecha consigue inclusive apoyo popular.

El progresismo y un cuarto gobierno de la Concertación, puede seguir haciéndolo tan bien como el actual y los dos anteriores. Sin perjuicio de ello, para dejar rastro histórico, sentido de identidad, ajuste global, responsabilidad patria, deberá plantearse la superación de la IV República autoritaria y sectaria y proponer una nueva.



La V República de Chile



Chile necesita construir cotidianamente su propia identidad. Desplegar sentido de pertenencia, asumirnos como un colectivo que nace y muere bajo un mismo techo, en una misma familia patria.



Chile necesita construir su identidad no solamente en su historia, que tiene un gran valor sin dudas, sino también y esencialmente en valores y principios que impregnen nuestras instituciones, nuestras maneras de ser, de hacer y de pensar. Valores y principios comunes a toda la humanidad y cristalizados peculiarmente en nuestro país, concreto y real.



Chile ha de ser un país de tolerancia, donde la opinión de cada cual tenga valor, tenga un lugar, una oportunidad. Que nadie obligue a otro a comportarse de manera que repugne su conciencia.



Chile debe optar por la diversidad. Somos un país de varias y distintas naciones y razas; de lenguas diversas y una común; de raíces culturales aborígenes americanas, iberas, Ä›talas, balcánicas, germanas, francas, semitas árabes e israelitas, etc., cada uno y cada cual ha dejado un poco de lo suyo en una nueva unidad: Chile.



Chile debe ser intrasigentemente democrático. Toda diferencia en el plano de las ideas han de resolverse en instituciones democráticas; de origen democrático; representativamente democráticas; ninguna institución social, menos estatal puede estar por encima del soberano.



Chile debe optar por un Estado Unitario-Regional. Un solo país, varias regiones. El poder central asfixia las iniciativas, el progreso y las manifestaciones culturales. La trasferencia de poder del centro a la periferia será siempre difícil, pero no es renunciable.



Chile debe promover sociedad civil y ciudadanía. Las entidades colectivas son tan indispensables como la actividad individual. Sindicatos de trabajadores con capacidad de negociación. Vecinos organizados en sus barrios. Ciudadanos articulados en sus intereses como consumidores, o como asociaciones culturales, o como lo deseen.



Chile debe repudiar toda discriminación. Las mujeres, los niños, los jóvenes, los carenciados, los aborígenes no pueden ser discriminados en nuestra sociedad. Las opciones religiosas, éticas, morales, sexuales, ideológicas o culturales no pueden encontrar cortapisas en nuestro país.



Chile debe tener prensa libre e independiente. En toda sociedad contemporánea, la información masiva juega un papel público evidente y necesario. No hay sociedad democrática, diversa y tolerante, sin prensa libre. Hoy ya nadie sabe cuando habla un periodista o un empleado del dueño del medio de comunicación. La propiedad del medio ha de ser incompatible con la dirección editorial del mismo.



Chile debe crear riqueza y distribuirla con equidad. El trabajo y el emprendimiento son el origen de los bienes. La riqueza es consecuencia de la actividad individual y colectiva. Los frutos de la riqueza han de distribuirse en equidad. La iniquidad ha destruido civilizaciones enteras, qué puede esperarse para un pequeño país.



Chile debe ser parte de la aldea global. La ciencia y las tecnologías nos conectan cada día más a todos los habitantes del planeta, con todos los países y todos los mercados. Cada nuevo día, hablar de la humanidad es algo más concreto y más real. Debemos ser optimistas del progreso material. Acceder a los bienes materiales que se generan no puede ser visto como un disvalor.



Chile debe ser una sociedad de hombres y mujeres libres. La libertad es un principio, un valor, una razón y una finalidad.



Chile debe superar su actual régimen político, su manera de tratar lo público, debe aspirar a una nueva república que nos admita a todos, que nos una a todos, que haga de los viejos principios de todos los humanismos una realidad. Todo indica que por primera vez en la historia de la especie humana, los anhelos de los humanistas de todos los orígenes, son posibles.



* Abogado, dirigente del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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