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Los fusilamientos en Cuba

Es a nombre de los ideales democráticos del socialismo que se debe instar a los dirigentes cubanos a realizar sostenidos esfuerzos para que la igualdad pueda conciliarse con la libertad.


José Saramago ha escrito, a propósito de las recientes condenas pronunciadas por los tribunales cubanos: «Cuba ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado».



Sospecho que, de ahora en adelante, se le tratará como un intelectual pequeño burgués, incapaz de estar del lado de la revolución en las circunstancias claras y también en las oscuras. Se comprueba una vez más que la característica principal de estas personalidades inestables es olvidar que las decisiones de la dirección, vanguardia del pueblo, representan por definición el bien superior.



¿Qué puede importar la suerte de un puñado de contra revolucionarios si se están defendiendo los grandes valores, las conquistas del socialismo contra las conspiraciones urdidas en las sombras por el enemigo? Ese es el discurso implícito que está detrás de las condenas a muerte y detrás de la persecución de los disidentes.



Para algunos adoptar una actitud de perpetua comprensión significa defender a Cuba con consecuencia, en especial en los momentos duros, aquellos en que los débiles y vacilantes se convierten, con sus criticas deshistorizadas y moralistas, en aliados prácticos de Estados Unidos.



En virtud del bloqueo norteamericano y de las enormes dificultades que ha enfrentado después de la destrucción del sistema socialista europeo, Cuba parece haber adquirido un derecho de impunidad. Siempre debe ser defendida, haga lo que haga. Desde esta perspectiva los auténticos defensores del socialismo son solo aquellos que aceptan sus decisiones con los ojos cerrados. Aunque, como en este caso sea muy difícil discernirla, los dirigentes cubanos siempre tienen alguna razón justificatoria. Por algo son la vanguardia de uno de los pocos socialismos sobrevivientes.



Este tipo de argumentación padece del síndrome de la repetición. Ya fue usada para justificar los actos de Stalin, las invasiones de Hungría, Checoslovaquia, para encontrar razones que absolvieran a la URSS de cualquier violación de los derechos humanos.



La falta de una critica, desde las posiciones del socialismo, de la derivación despótica y burocrática de la URSS y de otros países del sistema fue un gran error político cometido por una parte de la izquierda chilena y mundial.



Esa experiencia enseña que las revoluciones socialistas no solo deben ser defendidas de sus enemigos externos, sino de sí mismas, justamente porque las condiciones históricas no han permitido que ellas superen la fase de la dictadura del proletariado, donde la clase y el pueblo están mediados por el partido único.



Uno de los grandes contribuciones de Marx y de Lenin, en sus obras más teóricas, como «El Estado y la Revolución», es la sospecha respecto de todo poder institucionalizado bajo la forma de Estado. En el libro citado la dictadura del proletariado es planteada como un semi-Estado, es decir como un poder que busca su propio debilitamiento y que prepara su disolución.



Es razonable argumentar que el desarrollo de ese proceso estaba ligado a la premisa de la europeización y luego de la mundialización de la revolución. Pero, por lo mismo la «dictadura» que se instala, por no ser el poder activo de la mayoría, corre el serio peligro de devenir despotismo a menos que se creen mecanismos de contrapeso al poder del partido único.



Además, en Cuba se da una condición que hasta el momento ha sido desaprovechada para profundizar la democracia socialista. Ella es la identidad entre nación y revolución. Es el socialismo el que crea a Cuba como nación independiente. Esa fuerza enorme es la que ha permitido que Cuba soporte todas las adversidades y las conspiraciones montadas constantemente por Estados Unidos. Ella debería ser la base para aceptar una disidencia interna, para permitir márgenes de deliberación.



La asimilación de todo disidente con un traidor a la patria solo favorece a los sectores más extremistas que persiguen la instalación por la fuerza de un capitalismo, directamente subordinado a Estados Unidos. La estrategia debe ser la contraria, el diálogo con los disidentes internos y externos que están en posiciones más moderados en vez de confundirlos a todos en el mismo saco.



Esto no significa negar que los Estados Unidos conspiran y tratan de vulnerar la seguridad nacional de Cuba. Pero el cierre de toda posibilidad de negociación y el negarse a aceptar aperturas, favorece, en vez de dificultar, las pretensiones sediciosas de los sectores terroristas de la contrarrevolución.



Cuestionar a Cuba no significa siempre hacerle el juego a Estados Unidos. Mi intención es criticar esta medida puntual y la política global del gobierno respecto a la disidencia desde las posiciones del socialismo. Es a nombre de los ideales democráticos del socialismo que se debe instar a los dirigentes cubanos a realizar sostenidos esfuerzos para que la igualdad pueda conciliarse con la libertad.



Fue Rosa Luxemburgo la primera que, desde el marxismo, señaló que un socialismo que no expande la libertad política y personal de todos está carcomido por el gusano del burocratismo.



En todo caso hago mía la frase de Eduardo Haro-Taglen aparecida en un artículo donde comenta las palabras de Saramago: «Yo he renegado de los fusilamientos -éstos y antes- en Cuba: pero si el diablo me da a elegir, los elijo antes que los bombarderos liberadores demócratas». Mi único agregado es que desearía que los dirigentes cubanos evitaran que me tenga que enfrentar a semejante elección.





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