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El protagonista de la fama

Miles de personas en todo el mundo conmemorarán estas ceremonias, porque en la Cruz de Cristo -fracaso a los ojos mundanos y éxito a los de Dios- está la máxima igualación de la condición humana y la máxima liberación de que ella es posible, la liberación del pecado y de la muerte.


Este fin de semana, el mundo cristiano -que según el último censo alcanza, en nuestro país, a la inmensa mayoría- conmemorará, nuevamente, la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Parece increíble que, a casi 2000 años de estos sucesos, una buena parte de la humanidad continúe participando y recordando activamente -ceremonias religiosas y sacramentos de por medio-, lo sucedido en la lejana tierra de Palestina a un carpintero y predicador judío.



Habrá miles de personas en todo el planeta que, en estos días, callarán, ayunarán y meditarán; las mismas personas que, el sábado en la noche, prorrumpirán en jubiloso canto de Gloria, comerán y celebrarán junto a sus familias. Pero, ¿qué hecho extraordinario, qué personaje, lleva a miles de seres humanos a actuar de este modo?



Sin duda que todo esto es difícil de entender para los ojos de este mundo. Para ellos, Jesús fue sólo un galileo, como tantos otros; quizá, un líder político menor contra la dominación romana, que no tuvo ningún triunfo o éxito resonante en lo político, militar, económico, artístico o intelectual, más bien fue despreciado por los notables de su época, e incluso el pueblo y sus amigos lo abandonaron en su momento final. En resumen, para la visión mundana, Jesús, fracasó.



Sin embargo, lo notable es que, justamente, este fracaso para los hombres que alcanza su apogeo en la Cruz, se ha convertido en el suceso histórico más importante, conocido y conmemorado por la humanidad. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción?



Porque Cristo resucitó. Porque, al resucitar nos mostró que Dios Padre había cumplido su palabra. Porque, se comprendió que, para liberar a la humanidad del pecado, Dios se hizo hombre en la persona de Jesús, e incluso murió y, al tercer día, resucitó, venciendo a la muerte, y prometiendo, para todos, la vida eterna. Esta es la Buena Nueva que nos anuncian los Evangelios, la que predicaron los apóstoles y primeros cristianos, y la que continúan comunicando los cristianos en todo el mundo.



Así, la contradicción pierde sentido. Lo que era el sumo fracaso para los ojos del mundo y la máxima victoria a los ojos de Dios, se nos muestra verdaderamente como lo más importante. En efecto, lo que los hombres valorábamos como precioso y excelso, no sólo no era nada ante los ojos del Creador, sino que, además, carecía de todo sentido, ya que perecía como consecuencia del pecado, por el que entró todo mal al mundo, incluida la muerte. Así, el éxito mundano e inmanente pierde toda importancia.



El único triunfo relevante es aquel que nos puede dar vida, aquel que no puede corroer el tiempo y la polilla. Por esto es que los hechos de esta Semana Santa constituyen los más importantes en la historia de la humanidad, ya que dan cuenta de la Gloria de Dios, del éxito trascendente, del máximo laurel que puede esperar el hombre, ya sea poderoso o humilde, famoso o desconocido, rico o pobre.



Miles de personas en todo el mundo conmemorarán estas ceremonias, porque en la Cruz de Cristo -fracaso a los ojos mundanos y éxito a los de Dios- está la máxima igualación de la condición humana y la máxima liberación de que ella es posible, la liberación del pecado y de la muerte. Es por esto que, como desde hace casi 2000 años, la humanidad seguirá recordando lo ocurrido en Israel a un simple Galileo, El verdadero protagonista de la fama.



(*)Investigador de la Fundación Jaime Guzmán Errázuriz

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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