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El capitalismo del pillaje

la globalización no es para todos, ni siquiera es para los que hacen méritos con sus esquemas económicos, como este país tan aplicado. Es solo para los aliados políticos de Estados Unidos, para aquellos que los siguen en la solidificación material y política de su imperio.


Es sabido que hay acontecimientos trágicos que pueden producir positivos efectos no esperados. Pienso que esto sucederá con la agresión de Estados Unidos a Irak. A los cientos o miles de muertos por la decisión de la potencia imperial deberemos agradecerle que la globalización neoliberal haya quedado en cueros, despojada de sus atuendos hipócritas, de sus simulaciones discursivas.



La ideológica neoliberal había logrado penetrar -en el sentido común de masas- la idea de que en esta nueva etapa de la mundialización capitalista se produciría, sino la igualación, por lo menos una suerte de igualdad de oportunidades para todos los países que adoptaran el ideario del «libre mercado». Ello porque la generalización del intercambio de mercancías y capitales, y la consiguiente desaparición de las fronteras nacionales para ese tipo de flujos, permitirían que todo los pueblos tuvieran acceso a las virtuosas consecuencias del comercio sin trabas.



Esta ilusión proviene de los moralistas y economistas del siglo XVIII, a la cabeza de los cuales estaba Mendeville. Para este -y también para algunos intelectuales de la llamada Ilustración escocesa, de los cuales, en honor a la verdad, hay que excluir a Adam Smith- el comercio era el más seguro camino para conquistar la paz. Esta se posibilitaba por una generalización del libre mercado, pues su existencia permitía una apropiación de las riquezas por la vía económica sin necesidad de usar los resortes militares. El neoliberalismo, con sus ilusiones de la mercantilización global y de disminución por innecesarias de las funciones del Estado, trata también de hacernos consumir la misma galleta.



Pero la invasión de Irak, la cual no tiene ninguna justificación desde el punto de vista de las teorías aceptables sobre el derecho de guerra, desmorona el castillo de naipes ideológico en que estaban asentadas las principales premisas de la globalización. ¿Con qué cara se puede hablar, ahora, que es el mercado, los intercambios comerciales basados en los contratos y el derecho de propiedad, el camino principal de acceso a las riquezas?



Esta guerra tuvo una primordial finalidad política, pero esta -en último término- está puesta al servicio de finalidades económicas. Estados Unidos hace esta guerra para demostrar que, en la defensa de sus intereses, no aceptara la existencia de ningún contrabalance efectivo. En la práctica, esto significa anunciar que en la disputa que se abre por bienes estratégicos escasos, como es ahora el petróleo y como será en el futuro el agua, se regirá por las leyes de la fuerza.



Toda la parafernalia del peligro militar de Irak fue creado para ocultar el descarado montaje de una guerra comercial. Los analistas internacionales suelen decir que estos énfasis son simplistas. Pero parecen menospreciar el hecho que las razones políticas de Estados Unidos están combinadas en un solo todo con el objetivo económico de conquistar el petróleo, apartar a las naciones competidoras e imponer a sus empresas en ese vasto espacio del Medio Oriente.



Si cabia alguna duda, esta ha sido disipada por las decisiones de la reconstrucción que constituyen un sistema de toma de decisiones típico de la forma del capitalismo que Weber llamaba prebendario. Allí no se ha tomado en cuenta para nada al mercado. Más bien se asignan los contratos a las empresas según relaciones clientelares o de méritos políticos.



A ello hay que agregar lo dicho por Colin Powell, esa presunta paloma que actúa y habla como el más fiero de los halcones: «Francia deberá asumir sus responsabilidades de haberse opuesto a la guerra». Esa frase constituye una bomba lanzada contra las ilusiones de la globalización. Significa que en el reparto del botín de guerra solo podrán participar los que hicieron las elecciones adecuadas. Todos los otros se quedaron mirando como los guardianes del bien se comen la torta.



Ese comentario debería acuñarse como un aviso de sepultación del libre mercado mundializado. Si las frases mataran estaríamos a punto de darle exequias de primera clase al ideario de la globalización neoliberal. Ese aviso lapidario, más los comentarios del Secretario de Comercio sobre Chile, revelan que la globalización no es para todos, ni siquiera es para los que hacen méritos con sus esquemas económicos, como este país tan aplicado. Es solo para los aliados políticos de Estados Unidos, para aquellos que los siguen en la solidificación material y política de su imperio.



La rueda de la historia ha vuelto hacia atrás unos cientos de años. En este mundo digital y plagado de tecnologías de punta se ha vuelto a imponer el capitalismo del pillaje, que parecía una rémora del pasado.



Pero no hay bien que por mal no venga. Ahora, cuando nos hablen de la primacía del mercado y de las virtudes del sistema globalizado a la manera neoliberal podremos invitarlos con cortesía a que nos dejen de engatusar, citando como argumento las hazañas de Bush quien ha demostrado que la guerra, y no la economía, es la madre de las ciencias.





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