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Descanso dominical

El hombre es señor del trabajo, y no el trabajo señor del hombre. El hombre es señor de la economía, del comercio, de la competitividad, del consumo, y no podemos entregarle ese dominio al mercado, so pena de dejar de ser hombres.


El descanso del séptimo día se inscribe en la historia del pueblo judío, en primer lugar, por motivos humanitarios. Es necesario que el hombre descanse y pueda renovar sus fuerzas, tanto él, como sus esclavos y animales.



Pero también, desde el punto de vista religioso, es una imitación de Dios, quien también descansó luego de su trabajo creador.



El descanso, es un deseo al que se aspira luego de las pruebas, sufrimientos, persecuciones y trabajos. Por eso el descanso es también liberación de toda clase de esclavitudes y esfuerzos.



Desde un punto de vista actual, el reposo se hace cada vez más apremiante, dado el ritmo de nuestro trabajo moderno.



El actual ritmo laboral responde a las exigencias crecientes de competitividad, de calidad y de productividad, sin las cuales, se corre el riesgo de perder las propias fuentes de trabajo, en estos nuevos contextos de globalización y de internacionalización de la economía.



En este contexto, se corre el riesgo de que imperen, cada vez con más fuerza, los requerimientos del mercado, de la competitividad, de la eficiencia, con el riesgo que se impongan dichas exigencias por sobre los valores del trabajador, de su condición de ser humano, de esposo, de padre, de ciudadano, de vecino, etc. Con ello se cae en una verdadera esclavitud.



Hoy en día, cada vez más, todas las actividades laborales, de todos los estamentos, están abocadas a perfeccionarse, aportar, especializarse, reciclarse y adaptarse a los continuos cambios de las técnicas y de los nuevos procesos.



El empresariado y la sociedad deben entender con urgencia, que para realizar un trabajo -incluso y especialmente como lo exige la técnica y las condiciones actuales de los mercados-, el trabajador tiene el imperativo de ser más hombre, más creativo, más pleno, más humano y aportador.



Ello exige como condición «sine qua non», que pueda renovarse. Pero dicha renovación debe alcanzar no sólo sus fuerzas físicas mínimas, ni su mero metabolismo, sino su condición de hombre integral. Ello exige tiempo de descanso, de convivencia familiar, de actividad ciudadana, vecinal, solidaria, intelectual, deportiva y recreativa. Ello exige, tanto jornadas que le permitan un descanso diario, así como un descanso semanal.



Lo contrario significa vivir el trabajo como esclavitud, deshumanizarlo, poner el hombre al servicio del trabajo, y no el trabajo al servicio del hombre.



Lo contrario significa que la familia viva como robot, o como instancia reproductiva, sin espacio ni tiempo de convivencia humana, vital y creadora.



Lo contrario significa vivir la vida ciudadana como mero espectador, sin compromiso ni corresponsabilidad activa y participativa.



Lo contrario significa vivir la re-creación intelectual, cultural y solidaria, como mero consumidor.



El hombre es señor del trabajo, y no el trabajo señor del hombre. El hombre es señor de la economía, del comercio, de la competitividad, del consumo, y no podemos entregarle ese dominio al mercado, so pena de dejar de ser hombres.



* Sociólogo del Departamento de Relaciones Laborales de la Dirección del Trabajo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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