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Cita progresista en Londres: algunas lecciones


Del 11 al 13 de julio se realizó en Londres la conferencia Progressive Governance que, bajo el título de «Renovando el Progresismo», reunió a 14 presidentes y más de 450 delegados de una treintena de países, en su inmensa mayoría europeos. Las delegaciones estaban integradas por dirigentes políticos, parlamentarios, altos funcionarios de gobierno, académicos e intelectuales de numerosos think tanks progresistas, así como de universidades.



Esta fórmula, que ya había sido parcialmente ensayada en la reunión de Berlín en el año 2000, perfeccionó la metodología de intentar construir una agenda común entre el mundo intelectual y el político al juntar, en un mismo tiempo y espacio, a exponentes de las ideas y de las políticas públicas.



Los debates se organizaron en torno de siete grupos de trabajo que funcionaron en paralelo: Nuevo Estado de Bienestar; Renovación de los Servicios Públicos; Estados y Mercados; Migración e Integración Social; Ciudadanía en el siglo 21; Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente; Gobernabilidad Global.



Junto con las reuniones de los grupos de trabajo se desarrollaron foros que contaron con la participación de los jefes de estado invitados a la cita, así como del ex mandatario Clinton y de los italianos Amato y D’Alema. En todos los foros y en mangas de camisa, el primer ministro Tony Blair fue anfitrión, moderador y voz destacada.



Al término de la conferencia, los líderes de los gobiernos progresistas tuvieron su propio coloquio en el que ratificaron compromisos entre realidades tan distintas como la que expresan los jefes de estado de los países más desarrollados de la Unión Europea, como Inglaterra, Alemania y Suecia, con los que provienen de la Europa del este y que acaban de ingresar a la UE, Polonia, Rumania, Checoslovaquia y Hungría, así como las Américas, sea del norte con el primer ministro del Canadá, o del sur, a través de los presidentes de Argentina, Brasil y Chile, sin dejar de mencionar la que representan, por una parte, el mandatario de Sudáfrica o, por la otra, la única mujer jefe de estado del grupo, Helen Clark, de Nueva Zelanda.



Esta breve presentación no tiene más propósito que mostrar que la cita progresista en Londres fue mucho más rica y compleja que lo que pudiera deducirse de su visibilidad en nuestros medios de comunicación y ello abre desafiantes perspectivas de futuro, como intentaré sintetizar en este artículo.



La renovación socialista: base de formación de la centro izquierda o progresismo



Para quienes provenimos de la experiencia político intelectual de la renovación socialista de los ochenta en Chile, es decir, de aquella izquierda que hizo posible la transición a la democracia y posibilitó una experiencia propia de economía de mercado con mayor justicia y progreso social, porque ayudó a construir e integró una alianza política que rompió las históricas fronteras divisorias entre el centro y la izquierda, el debate realizado en Londres tiene la mayor de las importancias, pues allí se retoma dicho esfuerzo con mirada de siglo veintiuno. Pero, al igual que entonces -y no debemos olvidarlo- con las mismas dificultades y obstáculos, con comparables resistencias y, por cierto, con similares riesgos de ser tergiversados y sufrir, como entonces, caricaturizaciones, tanto de parte de la derecha, como de la izquierda conservadora.



Cuando en uno de los dos foros presidenciales de la conferencia en Londres, en un intercambio con el presidente polaco, el brasileño Lula le señaló «mire, a mí la derecha me acusa de comunista y la izquierda de derechista», el primer ministro Blair replicó, «entonces, presidente Lula, usted está en el lugar correcto».



Sentada, escuchando tal foro, no pude sino recordar que el proceso de renovación socialista tuvo que enfrentarse a las enormes dificultades de romper el bloqueo de la izquierda conservadora que, apegada a sus viejas concepciones, nos acusaba de derechistas, así como a la persecución de la derecha que veía, en nuestra renovación, el camino que conduciría al restablecimiento de la democracia en Chile y, por tanto, a su pérdida de poder, y nos perseguía, precisamente por nuestros cambios, acusándonos de comunistas a pesar de tales cambios, bajo la poco sofisticada frase de que éramos lobos disfrazados de ovejas (frase que no ha dejado de repetir, si es que recordamos como realizó su última campaña presidencial y cómo ha estigmatizado al propio Lagos).



Innovando el estado de bienestar



En Inglaterra, al igual que en Francia y España, así como en Alemania o Italia, el debate de la izquierda progresista pone en tensión a las distintas tendencias políticas que anida la socialdemocracia, así como a las izquierdas que provienen de fracturas y disidencias de los movimientos comunistas (a diferencia de lo que acontece con las nuevas izquierdas de los países del este que han surgido a partir de los fracasos comunistas). En efecto, en los países europeos en los que han gobernado o están gobernando los socialdemócratas, no está en discusión el restablecimiento o la profundización de la democracia, sino la calidad de la política, así como no está discusión la necesaria articulación entre Estado y mercado, sino que el mayor desarrollo y liberalización de los mercados, especialmente el laboral, sin desregularlos, ni desprotegerlos (cuestión que levanta las críticas de las respectivas derechas políticas y de quienes concentran los poderes económicos), así como cambios en el sistema de bienestar y la renovación modernizadora del estado, sin ponerlo en cuestión, ni desmantelarlo (lo que despierta críticas desde las izquierdas conservadoras y de los grupos sociales que ven afectados sus intereses corporativos).



Cómo perfeccionar los mercados y avanzar en flexibilidad laboral, no sólo por razones de competitividad, sino para mejorar la calidad de vida de las familias europeas y para estimular la maternidad de las mujeres en edades fértiles, revisiones en los sistemas de pensiones que, por los nuevos perfiles demográficos, tienden a hacerse insostenibles en el tiempo, políticas y medidas de cambios y modernizaciones en los sistemas públicos de salud y educacionales por razones de eficiencia, calidad e igualdad, adecuaciones en las políticas migratorias con fines de mayor integración social en sociedades multirraciales, así como en las relaciones público-privadas y entre la sociedad política y la sociedad civil son, entre los más acuciantes, el centro de las reformas que se plantean tales gobernantes.



Y, todo ello, sobre la base del principio de solidaridad que es un valor irrenunciable para las izquierdas progresistas, y de conjugar el ejercicio de los derechos universales (fundamento de los sistemas de bienestar), con las responsabilidades u obligaciones que conllevan (tema nuevo que introduce cambios sustantivos en tales sistemas de bienestar).



Estos principios o valores que conducen el proceso de innovación de las políticas públicas no son para nada retóricos. Al apelar a la solidaridad como base del sistema se está aludiendo a las decisiones de la sociedad sobre el nivel y composición de su contribución tributaria para funciones públicas indelegables en el ámbito de la salud, la educación y la seguridad social, así como a las responsabilidades sociales de la iniciativa privada en bienes y fines públicos y, por lo mismo, a la relación público-privada. Otro tanto al conjugar derechos con responsabilidades, pues con ello se está sosteniendo que, a modo de ejemplo, para acceder a subsidios de cesantía no se pueden rechazar trabajos o, en otro ejemplo, que la situación migratoria está condicionada, entre otras exigencias, a la voluntad de aprender el idioma del país en el que se desea residir y trabajar, lo que genera la mutua obligación (de parte del país que recibe y de los nuevos migrantes) para gozar de los mismos derechos.



Partiendo de esos principios o valores básicos, cualquier semejanza con el debate chileno es pura casualidad (o, más bien, maliciosa intencionalidad), lo que no significa que no enfrentemos problemas comunes, que no tengamos desafíos similares, que podamos utilizar argumentos de la misma matriz política e intelectual e, incluso, extraer lecciones de nuestras disímiles realidades y experiencias.



Porque, para poner las cosas en su justa dimensión, si bien en Chile no enfrentamos problemas de gobernabilidad y crisis institucionales como otros países de la región, a diferencia de los europeos desarrollados tenemos una Constitución que aún no expresa a toda la ciudadanía y, por tanto, una débil base de cohesión social que se funda en valores comunes compartidos, cuestión que es un obstáculo para que la vigencia de los derechos universales transite de la retórica a la práctica.



Por otra parte, y en contraste con la realidad que confrontan las socialdemocracias europeas, la nuestra todavía está marcada por mercados imperfectos y desregulados, una muy regresiva distribución del ingreso, formas de precarización del empleo que dificultan avanzar en flexibilidad laboral, escaso peso del estado para acometer las tareas de protección social y de igualdad de oportunidades lo que muestra, a diferencia de aquellos países, la inexistencia de un estado de bienestar y la debilidad de nuestro estado al que la inmensa mayoría de los chilenos acude y en el que se han realizado importantes esfuerzos de modernización. Por contraste, en cambio -y forzados precisamente por esta situación- hemos avanzado en mayores aprendizajes de asociaciones público-privadas que la que experimentan los europeos, así como nuestros ciudadanos, a pesar de los avances sociales y de calidad de vida experimentados en estos últimos años con reformas sociales en proceso (educación, salud y justicia) y programas sociales en marcha (entre los que destacan Chile Solidario como el anticipo de una nueva red de protección social), son objeto de mayores obligaciones que de derechos económico-sociales, cuya universalización todavía está en espera.



De modo que, si bien confrontamos similares preguntas, las respuestas no son las mismas. Más aún, no podrán ser las mismas, dadas las diferencias de nuestros recorridos históricos y los actuales puntos de partida. Considerando que en la base de su convivencia y gracias a las constituciones políticas de estos países europeos existen valores socialmente compartidos que les permite a los progresistas debatir y buscar los caminos para avanzar en innovaciones de sus estados de bienestar sin amenazar su existencia, los progresistas chilenos sólo tenemos como camino posible, sobre la base de un amplio debate nacional y del ejercicio de la democracia (con los límites que le impone el sistema electoral), generar condiciones para que nuestro estado pueda asumir crecientemente sus indelegables e intransferibles responsabilidades sociales, pero lejos aún de contar con un estado de bienestar del peso que tales desafíos requieren.



Crecimiento e igualdad



Los progresistas europeos constatan que, en este nuevo orden mundial desequilibrado, su gran desafío es promover un crecimiento económico de gran envergadura que les permita, no sólo asegurar las condiciones que favorecen la paz, sino hacer bien lo que es su vocación, ello es, distribuir, como irónicamente señaló el primer ministro sueco en uno de los foros de la conferencia en Londres. Ese punto de partida es, tal vez, la más significativa diferencia entre el debate socialdemócrata europeo y el nuestro que, por lo demás en nuestro caso, recoge una importante influencia del debate de los demócratas norteamericanos.



Las nuevas corrientes liberales al interior del partido demócrata en Estados Unidos, los así llamados nuevos demócratas y su think-tank, Progressive Policy Institute, han privilegiado -a partir de la centralidad que le atribuyen a la nueva economía- el crecimiento económico como el mecanismo automático de corrección de la pobreza y de creación de oportunidades sociales, con una fuerte tendencia a reducir, y no a innovar, en sus políticas públicas de asistencia y bienestar. En definitiva, para ellos la mejor política social es la política económica, en una clara divergencia con los progresistas europeos que, en la cita de Londres, reafirmaron con particular fuerza, la necesidad de compatibilizar y complementar políticas económicas y sociales igualmente activas.



Esa postura norteamericana ha ejercido una fuerte influencia en el debate chileno y en la formación de una corriente que, siendo muy pequeña desde el punto de vista de sus activos militantes, es fuerte en la generación de opinión pública en Chile. Constituyen los así llamados liberales dentro de la Concertación y cuyos exponentes, si bien minoritarios, están en todos los partidos de la coalición gobernante. Por contraste, la postura de los socialdemócratas renovados europeos, especialmente la que surge de las experiencias concretas de políticas públicas que se han realizado o se están implementando en varios países y en que las iniciativas para avanzar en materia de crecimiento económico se han acompañado de activas y fuertes políticas sociales, ha generado influencia en la mayor parte de los dirigentes y militantes de la Concertación, transversalmente en todos sus partidos, orientando los programas de sus tres gobiernos, especialmente del gobierno de Lagos cuyo lema de campaña fue, precisamente, crecer con igualdad. Esta postura, si bien mayoritaria, no tiene el mismo peso e influencia en el debate político y de ideas local, tanto porque es resistida -en su dimensión de igualdad- por la derecha que privilegia en sus medios de comunicación la visibilidad del sector más liberal de la Concertación, como por el hecho de que, asimismo, es objetada -en su dimensión de crecimiento- por sectores más tradicionales y conservadores dentro de todos los partidos de la Concertación y por la izquierda extraparlamentaria.



Influencias de corrientes socialdemócratas renovadas europeas, de una parte, o de posturas liberales norteamericanas, de otra, que llegan a Chile y se leen acríticamente, sin tomar en cuenta las realidades de los países en que tales debates se producen y sin incorporar, al importarlas, las variables y claves chilenas.



Porque, aún si es cierto que en la cultura de los progresistas europeos el polo del crecimiento tiene una más reciente data de centralidad que el relativo a la igualdad, eso ocurre en países cuyos niveles de ingresos y bienestar superan con creces los nuestros. Y porque no es menos cierto, que si bien la potencia norteamericana hoy no parece tener competencia mundial alguna en todos los planos, no es menos cierto que hasta en sus mejores momentos de crecimiento y niveles de empleo, como ocurrió en el gobierno de Clinton, fue imposible avanzar en una reforma de la salud que hasta el día de hoy mantiene a más de 40 millones de sus ciudadanos marginados de su acceso.



Porque, por otra parte, no se puede traducir mecánicamente el debate socialdemócrata europeo en un país que, como el nuestro, no tiene estado de bienestar alguno al que haya que reformar y porque el estado pequeño que tenemos es la única base para empezar a construir algunas redes de protección social y políticas sociales activas de oportunidades que acompañen políticas económicas que, dejadas solas y aún con crecimiento (como se mostró en los años finales de la dictadura), agravarían la pobreza y acentuarían las desigualdades. Porque, en igual medida, tampoco se puede traducir mecánicamente el debate de los nuevos demócratas liberales americanos cuando estamos lejos de la nueva economía, cuando carecemos del capital social que permite desarrollarla y cuando nuestros mercados carecen de la transparencia, competitividad y regulaciones que en el país del norte funcionan hace décadas.



De modo que, valorando estos esfuerzos de reflexión compartidos entre los progresistas europeos y americanos, del norte y del sur, entendiendo que en un mundo global y abierto estos encuentros son, más que una oportunidad, una necesidad, debemos avanzar en una mayor comprensión de lo que, como progresistas chilenos, es decir como Concertación, hemos construido en los años de gobierno, de los cambios que hemos provocado en la fisonomía de la sociedad chilena y, con igual calidad con la que en los países avanzados se realiza, debemos elaborar un marco teórico e interpretativo de nuestro «modelo» de crecimiento con igualdad que ha fundamentado nuestra propuesta de centro izquierda. Y es con ese balance que podremos sacar mucho más provecho de los intercambios de puntos de vista y propuestas con el progresismo a nivel mundial, pasando a construir un verdadero diálogo, con pesos equivalentes, entre los distintos mundos que unos y otros representamos.



*Directora Ejecutiva de la Fundación Chile 21

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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