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Un almuerzo inolvidable

La obligación de la sociedad chilena es hacerse cargo de que la violencia sexual puede ser un método de tortura sistemático y generalizado, como lo ha hecho la justicia internacional. Que la sociedad chilena debe asumir que muchas mujeres la vivieron durante la dictadura militar.


Hace ya varias semanas que el tema Mery esta presente en los medios de comunicación como una ardiente noticia, pero también lo he encontrado circulando en el interior de muchas mujeres como un tema que nunca en este país se ha abordado cual es: la violencia sexual como método de tortura.



Hace unas semanas más de treinta mujeres victimas de este tipo de tortura, ejercida durante y a partir del golpe militar, se reunieron con dos ONG femeninas para dar testimonio, con la presencia de su cuerpo, de todos los vejámenes que habían vivido, y los cuales hasta hoy han estado invisibles. Estuve presente. Era una conferencia de prensa. Vi sus rostros cuando se describieron las distintas formas de violencia sexual aplicada, vi dolor, pena, impotencia, y vi lágrimas. Algo se me estranguló ese día, tal vez parte de la inocencia.



Luego de terminada la conferencia, conversé con dos de ellas, una mujer que era una niña de 15 años para el golpe, y con otra que hoy tiene 88 años, y que también fue víctima de las torturas sexuales, nadie se salva, pensé. Necesitaba saber más.



Terminada la conferencia nos fuimos a almorzar cuatro mujeres, dos que habían sufrido violencia sexual como tortura, y dos que nos habíamos salvado de ello, quizás porque éramos muy niñas (lo que no aseguro) o tal vez porque no militábamos. Será una incógnita. Estas dos mujeres están insertas en el mundo, con trabajo, con amores, y con alegría. Yo me preguntaba, untando de mantequilla a un trozo de pan, cómo lo habían hecho, y lancé las preguntas una tras otra, ¿cómo aguantaste?, una dijo: «no aguanté, yo hablé», la otra dijo: «me dormía, me desmayaba o que se yo».



¿Cómo lo han llevado? Una dijo: «con rabia», la otra «con pena». La una siguió contestando a mis preguntas, a la vez que bebía de su pisco sour: «cuando lo recuerdo me siento enferma, confusa. Aún no me decido a hacer una querella, no sé cómo lo voy a vivir». La otra entre risas (parte de su alegría natural o conquistada a la vida) y recuerdos me da a entender que la cosa no la tiene para nada resuelta.



Nos levantamos las cuatro a llenar de ensaladas nuestros platos, ese fue un espacio de tiempo en que en mi mente se agolparon más preguntas, más puntuales, más al grano, pero no me atreví a hacerlas. En realidad no eran necesarias, eran curiosas. Entonces, hablamos de las otras mujeres que estaban en la conferencia de prensa. Aquellas que habían respondido de formas distintas cuando se les propuso participar dando su testimonio. Unas, aceptaron rápidamente manifestando que llevan años de silencio y necesitan hablar.



Otras que no estaban seguras si serían capaces de llegar, llegaron, silentes, para integrarse a una especie de reunión de ex alumnas. La mayoría se conocían, había relajo. ¿Estaban aliviadas al reconocerse? Y también hablamos de aquellas que no pudieron llegar, que aún no pueden asumir ante otras/os lo vivido, y/o quizás ni ante ellas mismas, o tal vez fueron coartadas por opiniones como la del senador Naranjo, que aunque haya luego pedido disculpas, claramente mostró la opinión que se tiene cuando este tema se toma a la ligera.



Así, luego de este almuerzo, me quedé con la certeza que debemos hacer algo: que la obligación de la sociedad chilena es hacerse cargo de que la violencia sexual puede ser un método de tortura sistemático y generalizado, como lo ha hecho la justicia internacional. Que la sociedad chilena debe asumir que muchas mujeres la vivieron durante la dictadura militar. Que la sociedad chilena debe inventar procesos de sanación que se inician en el reconocimiento, siguen con la reparación y demuestran amor al ser humano con la solicitud de perdón.



(*) Psicóloga, Area de Ciudadanía y DDHH Corporación La Morada

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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