Publicidad

El amor por Chile

Celebramos el 18 de septiembre para conmemorar nuestro amor histórico, geográfico y político por Chile. Y sobre todo hagámoslo pensado lo lejos que aún estamos del proyecto republicano de nuestros fundadores y en la deuda que tenemos con nuestros compatriotas menos favorecidos por el milagro del nacimiento.


Somos seres temporales. Nacemos, vivimos y morimos en un tiempo determinado. El conmemorar el 11 de septiembre nos ha traído a la memoria hechos que se suponía pasados, pero que aún viven en la memoria de los chilenos. Un pueblo que no sabe de dónde viene, no sabe hacia dónde va. Una nación que no recuerda sus errores, éxitos, villanos, santos y héroes está condenada a la banalidad. El pasado nos regala el recuerdo, el presente la capacidad de actuar y el futuro la esperanza. Así somos. Seres temporales.



Somos también seres espaciales. Ahora, nos toca celebrar el 18 de septiembre. Y esta fecha nos remite a esta otra característica fundamental de la condición humana. Nacemos, vivimos y morimos en un espacio determinado. Y es tal la fascinación que ejerce el espacio sobre el ser humano que somos una especie errante. «La más bella historia del hombre» relata que hace unos ciento cincuenta mil años no éramos más de 30.000 humanos, siempre amenazados por la extinción. Vivíamos en el Medio Oriente y en el Norte de África. Y desde ahí partió la conquista del planeta Tierra. Y cuando la aldea es global, hoy día miramos en dirección a los astros. Así somos. Seres obsesionados por el espacio, el territorio, la Patria.



Y el haber nacido aquí y no allá, ayer y no anteayer o pasado mañana, nos condiciona hasta nuestra muerte. Si los chilenos de hoy hablamos castellano, somos abrumadoramente mestizos y decimos profesar mayoritariamente la fe cristiana es porque hemos nacido en el Chile del siglo XX y no en la Inglaterra anglosajona, el Asia de los musulmanes, la China de Confucio o la India de Buda.



Nadie se escapa a su nacimiento. El que quiere cambiar de cultura intenta desesperadamente renacer, pero no se nace por segunda vez. El que se avergüenza de su nacimiento muere en algún sentido.



Somos chilenos «de nacimiento». El chileno que forzosamente en búsqueda de oportunidades o voluntariamente tras su desarrollo o de aventuras abandona su país sabe de lo que hablo. Su chilenidad, el color de su piel, la forma como habla y se comporta, la fe que profesa e incluso sus rebeldías contra todas estas características originales recuerdan el lugar de su nacimiento. Somos chilenos.



El amor por Chile lo siente sobre todo el que debe abandonarlo. Pues el amor es la re-unión de lo que debiendo estar unido se encuentra separado. Esta es la razón del dolor del amante cuando no se encuentra unido al motivo de su deseo. Vuelvo a recordar al Abate Molina muriendo en exilio, ahogado por la nostalgia, pidiendo repetidas veces un poco de fresca agua de la cordillera chilena.



Del amor por Chile nace el patriotismo. Este se nutre de tres fuentes diversas. La primera es el amor que sentía Pedro de Valdivia cuando describía las bellezas y fertilidad de la naturaleza: «porque esta tierra es tal, que para poder vivir en ella y perpetuarse en ella no la hay mejor en el mundo». Así este patriotismo surge fácil contemplando la belleza imponente del Desierto de Atacama, la Cordillera de los Andes o los lagos y bosques del Sur de Chile. La segunda fuente del patriotismo se encuentra en su historia. Chile asombra por su voluntad de ser. José Victorino Lastarria se maravillaba cómo una nación sin las riquezas mineras ni naturales que abundaban en Brasil o Perú, en que se «vivía con el arma en el brazo para defenderse y con la azada para alimentarse», hubiese sentado una república vigorosa y respetuosa del orden y de la ley.



Chile es la historia del intento en, contra toda clase de infortunios, de asentar una nación que se quiere ver algún día igualitaria. Y, finalmente, el patriotismo encuentra su tercera fuente en la política, en la polis, en la ciudad, en sus ciudadanos. Don Bernardo O’Higgins leyendo, joven y solitario en Inglaterra, «La Araucana» se enamoró de un pueblo que amaba su libertad.



No se me escapa que lo que escribo es infinitamente distante para el niño chileno nacido en poblaciones como Pudahuel II, Montedónico o Los Lobos. Él ha nacido pobre y sin oportunidades, cuya vida parece no tener sentido. Su ciudad, para la mayoría de esos niños, no le ofrece más que una triste opción entre la marginalidad y/o el castigo penal. ¿Agradecido de qué? se preguntaría. Pero a él no le escribo.



Los lectores de El Mostrador pertenecemos a esa clase de privilegiados que nos podemos dar el lujo de divagar acerca del patriotismo. Y por eso señalo que el amor por Chile pasa porque cada uno dé el máximo de sus talentos en retribución agradecida por todo lo que ha recibido de Chile. En especial en retribución a sus compatriotas que no tuvieron la suerte nuestra al nacer.



Celebramos el 18 de septiembre para conmemorar nuestro amor histórico, geográfico y político por Chile. Y sobre todo hagámoslo pensado lo lejos que aún estamos del proyecto republicano de nuestros fundadores y en la deuda que tenemos con nuestros compatriotas menos favorecidos por el milagro del nacimiento.





(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



______________

Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias