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El patriotismo sí importa

«El amor a mi patria me dirige» decían los republicanos romanos. Y sabían el precio que había que pagar por tal amor. Y lo pagaban gustosos. De ahí su grandeza histórica.


El 18 de septiembre ha pasado. Y cuando la fiesta concluye, siempre es bueno volver a pensar un poco en su significado. Hablemos pues de patriotismo. «La patria es donde se está bien» escribe Cicerón en sus Tusculanas. El patriotismo es un sentimiento de amor que como tal une al ciudadano con su país. El patriota no soporta la separación del exilio. Escribe sus más hermosos versos y canta sus canciones más amargas cuando sabe que no podrá regresar. De ello queda testimonio en Los Salmos, en el llanto del pueblo judío, cautivo en Babilonia, recordando su Jerusalén destruida, sus árboles y ríos.



Ese sentimiento no sólo reúne al ciudadano con su país. Lo une con sus conciudadanos, sus compatriotas. Así el patriotismo es también ese sentimiento de fraternidad que mantiene unidas a las personas mediante su devoción a determinados sentimientos, ideas e ideales que se expresan en una historia y en un proyecto de futuro compartidos. La patria es la comunidad de los vivos, de los muertos y de aquellos que habrán de nacer. De ese sentimiento nacerán por cierto deberes y responsabilidades para con los otros.



Ciertamente que el patriotismo es orgullo. El orgullo patriótico se hace emoción cuando muchos y juntos cantan el himno nacional en un momento especial. Esa emoción la experimentamos en el triunfo de nuestro equipo nacional. Nos electrificamos cuando de niño nos contaban las gestas bélicas que fueron nobles, batallas ganadas con honor en Chacabuco o perdidas con gloria en Iquique. Quizás un escalofrío cruzó alguna vez nuestra columna vertebral cuando escuchamos una arenga patriótica de un hombre o de una mujer, sinceros en sus palabras y auténticos en sus actos.



Pero hay veces que el patriotismo nos produce vergüenza. Si nuestra patria dice fundarse en elevados principios, imitar a grandes hombres y mujeres del pasado, ¿cómo es posible que muchas veces nos comportemos tan mal? Un dirigente social me contaba de la vergüenza que sintió en Suiza al ver un cartel que rezaba: «Si ve un chileno robando, no se sorprenda es su costumbre». Un turista chileno nada sabía de las tropelías causadas por los chilenos al entrar a Lima en la Guerra del Pacífico. Vergüenza y dolor sintió.



Y este no es sentimiento vano, como lo creen los individualistas escépticos. Veamos dos casos. Un importante empresario chileno, tras exitosa venta, tiene centenares de millones de dólares en sus cuentas bancarias. ¿Qué hará con ellos?, se pregunta para resguardar sus fondos y aumentar sus capitales, no sabía si invertirlos en Chile o depositarlos en una paraíso tributario. En este caso, ¿importa o no el sentimiento patriótico? Pasemos a otro caso.



Un brillante estudiante chileno acaba de terminar su doctorado en una exclusiva universidad norteamericana. Su estadía en el extranjero ha sido financiada mediante la Beca Presidente de la República que otorga Mideplan. Ella supone el retorno al país o el pago de una multa. Un importante banco transnacional le ofrece pagar tal suma de dinero a cambio que se quede en Estados Unidos, específicamente en Nueva York. En este otro caso, ¿importa o no el sentimiento patriótico?



La respuesta es evidentemente que sí. Importa y mucho si empresario y doctor sienten el impulso patriótico y en qué grado lo sienten. El empresario del primer ejemplo sabe que si opta por invertir en Chile, quizás los beneficios de sus inversiones no serán tan jugosos. Pero, esa es su patria. Quizás piense en todos los beneficios que ha recibido de su país de niño. Mal que mal es rico. Quizás se proyecte al futuro, a ese mundo donde ya no hay riqueza humana que valga. Él sabe bien que la mortaja no tiene bolsillo. Por cierto, si es creyente sabe muy con la vara que será medido. Pero más allá de la fe y de sus incoherencias, ese empresario tiene la certeza de la existencia de sus hijos. Ellos probablemente lo heredarán. Y sabe que no hay mayor bien que recibir en herencia un buen nombre. Si sus capitales serán utilizados para generar riqueza y empleos en Chile, ello redundará en beneficio del país dónde vivirán sus hijos y nietos. Decide pues invertir en Chile. Quizás por ese patriotismo los empresarios europeos siguen invirtiendo en sus países, donde la tributación más que duplica la chilena.



Volvamos al otro caso. Si el espíritu patriota anida en el joven doctor razonará que es un deber restituir a su familia y a su patria los talentos que recibió. Que si bien las oportunidades que tendrá en Chile no serán jamás igualables a las que le ofrece Nueva York, ya ha tenido millones de oportunidades por nacer donde nació. El se sabe un privilegiado por concepto de dotación inicial genética, hogar que lo educó y colegio que lo instruyó. Y sabe, además, que su patria necesita su inteligencia a más no poder. Ese joven ha vivido en Estados Unidos. Ha visto cómo la nación más poderosa del mundo, militar y económicamente hablando, fomenta el patriotismo. Ha visto sus banderas ondeando al viento o a su pueblo celebrando el 4 de julio. Ha sacado las consecuencias. El patriotismo sí importa. Para bien y para mal. Y contra su interés económico y de un estrecho concepto de desarrollo profesional, el joven doctor dirá no a Nueva York y volverá a su país por… patriotismo.



«El amor a mi patria me dirige» decían los republicanos romanos. Y sabían el precio que había que pagar por tal amor. Y lo pagaban gustosos. De ahí su grandeza histórica.





(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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