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5 de octubre


Los seres humanos tenemos la posibilidad, si queremos, de ser parte en la medida de nuestras posibilidades de la historia pública de nuestros territorios. Las escalas de intervención van desde lo vecinal y sectorial hasta lo nacional e internacional. Pocas veces, sin embargo, se da una condición de metalenguaje que inunda una población completa y la lleva a estar atenta, expectante y definida ante los acontecimientos y donde aquellos y aquellas que ostentan la influencia mayor, comparten las mismas sensaciones con esos otros que ni siquiera aspiran a la participación.



Lo ocurrido en 1988 movió las emociones y los sentidos de todo un país. Sin distinción alguna, el Plebiscito ha marcado una fecha determinante en la vida de muchas personas y grupos etáreos, particularmente, y deja como enseñanza el cómo pequeños instantes y experiencias pueden nutrir la vida completa.



Por mi edad, no fui parte del quiebre democrático y afortunadamente pude despertar mi inquietud por lo público a corta edad, algunos años antes de 1988. Luego, mi experiencia más cercana a un régimen democrático, antes de la asunción de Patricio Aylwin, fue la campaña del NO, aquel 2 de octubre (fecha de la última concentración) y el 5 y 6 días de trabajo y celebración, respectivamente.



Aprendí en esos cortos días, sobre todo en mi condición de militante de un partido político, que estar ahí significaba adscribir a un conjunto de valores que puestos en el testimonio y al papel en un conjunto de ideas daba motivo para comprometerse y promover su realización y puesta en marcha. Por esos días aprendí que otros que estaban en mi misma condición y que no pensaban como yo, también pretendían lo mismo. Aprendí a comprender que las razones más profundas que animaban a jóvenes que no habían sido parte de la democracia pre 73, eran muy similares en el fondo.



En general, todos buscábamos un país mejor, más civilizado, más justo, más alegre. Claro, diversas fórmulas, diversos caminos, héroes distintos, énfasis múltiples. Era la llamada amistad cívica que empezaba a manifestarse nuevamente, la vieja amistad cívica como resabio del Chile Republicano.



Esos pequeños instantes, mirados en perspectiva, nos abrieron un ánimo de tolerancia en el ejercicio de la política, los que seguimos adelante, y aquellos que se quedaron han mantenido hasta el día de hoy una vocación que en el fondo es de reunión de voluntades y de espíritus que confluyen hacia objetivos comunes.



Cuando eso anima a una sociedad o a parte de ella y con el correr del tiempo es tan relevante para la construcción de los cuerpos sociales y de la vida de un país… que unos estén ahí, otros por allá, unos en lo público, otros en lo privado, otros en la academia, otros en la vida social o religiosa es la riqueza más preciada y es la garantía de que no hay desborde posible y que la sociedad es capaz de entenderse al punto que esa vitalidad que dormida o algo escondida de la participación intensa de esos años se renueva en el recuerdo. Por eso son importantes los ritos, porque nos recuerdan las sensaciones, nos activan los sentidos.



Recuerdo a Gabriel Valdés decir que la política dejaría de ser importante y recuperaría el lugar que le correspondía una vez que la democracia hiciera su arribo. Es decir, ya no hablaríamos de política todo el día y Chile abriría sus ojos a la ciencia, a la cultura, a la vida cotidiana, a la economía… bueno, y a la farándula también.



Algunos seguimos transmitiendo por muchos años más y la gran mayoría de mi generación, que alcanzó apenas a votar en 1988 o estuvo al filo de poder hacerlo porque nuestros padres no tuvieron la visión histórica al procrearnos, no participó más. Sin embargo, hoy empiezan a construir Chile con sus treinta y treinta y tantos.



Cuando se ven distancias absurdas, recriminaciones vacías de contenido, falta de acuerdo en cuestiones básicas me convenzo que son cosas pasajeras y lo sustantivo es la obra verdaderamente inmensa que se ha construido estos años con la colaboración de todos.



Se me renueva el espíritu al escuchar la canción del NO, al recibir correos electrónicos con recuerdos y anécdotas de la época, al cruzarse con la historia cotidiana del ciudadano sin cargo, y saber que esos pequeños instantes nutrieron como experiencia de vida a mucha gente, más de lo que pensamos.



Ritmos históricos como esos no se vuelven a repetir, por esos son relevantes.



Hoy, Chile es infinitamente mejor que antes, es más sólido, tiene menos pobres, está más asentado y tiene desafíos. Nada más importante para un ser humano o para un grupo que vive en un territorio común, es levantarse cada mañana con desafíos que enfrentar. Esa es la vitalidad, la libertad, la alegría y el sentido más profundo de lo que allí ocurrió; a 15 años plazo, Chile tiene tareas por delante y existen los entusiastas que ubicados en los diversos sectores de la sociedad están dispuestos a entregar un grano de arena por la amistad cívica, la consolidación democrática y el respeto al otro, simplemente, haciendo bien la parte que le corresponde y relevando aquellos valores de la tolerancia, la palabra empeñada o el apego a lo que se piensa. La gran mayoría de ellos, ciudadanos desconocidos para la vida pública, pero sustrato esencial para la marcha de Chile.





* Director Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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