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EEUU solitario, Occidente trizado


Nunca, en los últimos cincuenta años, Estados Unidos ha estado tan aislado como ahora. Y Occidente nunca tan dividido. Pero George Bush no desiste, en cambio insiste en levantar la cabeza frente a la Asamblea General de aquella ONU que -hace pocos meses- ignoró y ridiculizó al invadir Irak contra la voluntad del Consejo de Seguridad. Sólo que no serán los acuerdos aparentes ni las poderosas presiones que Washington pueda ejercer las que resolverán el problema que él mismo creó.



Las dos guerras «ya ganadas» -como se ha escrito- se han convertido en sendas pesadillas de las que no logra despertar. Irak y Afganistán no pueden ser «encerrados» por la ocupación extranjera -como dijo secamente Jacques Chirac- ni por una elección exportada con torpeza a un territorio hostil. Tampoco serán controlados vía transferencias de poder ficticias entre un virrey americano y un gobierno de Quisling.



Sea cual sea la leyenda elaborada para dorar la píldora, es evidente que Washington busca ayuda. Y lo hace empuñando el cetro como si fuese una maza, para recalcar con orgullo que pretende mantener el poder. Queda claro, además, que se propone controlar no sólo el gobierno futuro de Bagdad, sino por sobre todo el petróleo, los bienes estatales y la reconstrucción. A la ONU le concede colaborar en la redacción de la nueva constitución -son excelentes para ello, dice el emperador- y quizás presenciar las votaciones para que, de paso, los observadores de la ONU reciban su dosis de proyectiles y explosivos fraternos.



Los otros, sin decirlo en voz alta, no colaborarán. Sin importar cuál sea la fachada de la resolución de la ONU, Francia, Rusia y Alemania no mandarán tropas. Se necesitarían vasallos mucho más adaptables -como la Italia de Berlusconi-, que de todas maneras no harían más que subrayar la debilidad del emperador. Porque un emperador que sólo tiene sirvientes por amigos no es fuerte.



El miserable chantaje que pretende convencernos de que ya no es el momento de discutir quién tenía razón o quién se equivocó respecto a la guerra y de que es mejor ayudar a EEUU no funciona. Ya no son sólo los radicales de la rive gauche los que levantan las dudas respecto al «baluarte de la libertad». A menos que se ponga en aquella formación a Chirac, Putin y Schroeder.



Es -podría ser- la revancha de la ONU, del derecho internacional, del mundo plural y de la sabiduría. Pero sería necesario que las Naciones Unidas encontrase el coraje y la fuerza de responder poniendo límites y condiciones precisas a la prepotencia de Estados Unidos: si quieres ayuda, primero que nada enmiéndate y declara que no repetirás la falta.



Es difícil que ello suceda, pero debemos decir con toda claridad que este delicado pasaje de la historia será la prueba crucial, para no decir definitiva, de la sobrevivencia de las Naciones Unidas. Porque el Palacio de Vidrio corre el riesgo de verse reducido al grado de esclavo, de co-gobernante subalterno que obedece a las órdenes del más fuerte, del ocupante al que le cubre las espaldas.



Sabemos que Europa no está en el terreno de alimentar activamente la idea de una legalidad internacional igual para todos los Estados. Con una presidencia como la italiana, falsamente mediadora, podrán emerger sólo balbuceos sin significado ni contenido.



Quedan las potencias hostiles de Occidente, las que Thomas Friedman días atrás definió como «los enemigos de América» y que en cambio son las medias potencias a las que -por su peso- únicamente les resta defenderse. En su discurso ante la ONU George Bush ha demostrado no comprender el estado del planeta. Parece pensar que, a golpes de maza, logrará fracturar todas las cabezas que osen levantarse. Probablemente se equivoca. Por eso le tocará contar aún muchos muertos. También entre los suyos.

* Analista italiano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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