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La memoria, la revolución, la herencia


En un palacio genovés hay una inscripción que nadie ha pensado en borrar, pese a quelleva la firma de un tal Benito Mussolini. Quizás porque es una frase muy bella y cierta. Dice: «La guerra es una lección de la historia que los pueblos no recuerdan nunca suficientemente».



Quizás cuando la pronunció, en qué fase de su vida. Lástima que él mismo la haya olvidado más adelante, llevando a Italia a una guerra junto al Eje. Se distrajo, quizás, mientras decidía dónde enviar a sus prisioneros «de vacaciones en exilios internos», como piensa -y dice- el actual jefe de gobierno italiano. Como sea, hay un pequeño error en aquel aforismo.



Yo no estoy convencido de que los pueblos tengan tan mala memoria. Todo lo contrario: recuerdan la guerra muy bien, porque en la guerra se muere. Son los gobernantes los que tienden a olvidar la lección, no los pueblos que son arrastrados con frecuencia a la lucha armada a través del engaño, como hemos apreciado repetidamente en estos últimos años.



Todo esto me ha venido en mente leyendo los numerosos artículos de los diarios que hablan de la amenaza norcoreana en todo el mundo, especialmente los estadounidenses. Porque Corea del Norte, o bien (irónicamente) la República Democrática Popular de Corea, podría transformarse rápidamente en el lugar de la próxima guerra imperial.



No observo una bola de cristal. Me limito a ejercitar el análisis. Si el emperador quiere vencer las elecciones mientras siguen en curso los desastres de Afganistán,Irak yPalestina, deberá obligatoriamente inventar una guerra victoriosa. Corea del Norte con sus terribles y angustiantes bombas atómicas y mísiles, es el chivo expiatorio, el estado «canalla» puesto ya en la lista de espera para el ataque.



No sé -nadie lo sabe- si el dedo augusto caerá justo en aquel cuadrante del mapamundi. No ponemos limites a la fantasía.
Pero si el objetivo fuese Pyongyang, sólo podríamos decir que no será una guerra como las otras. Quizás será únicamente un bombardeo a los sitios nucleares existentes que los estrategas imperiales ya han fotografiado, analizado y estudiado desde lo alto, centímetro por centímetro. Un combinado preparado con aviones cazas-bombarderos y mísiles cruceros, podrá abastecer de la pruebanecesaria para convencer de que el emperador puede vencer también desde lejos, demoliendo al enemigo sin siquiera una pérdida, sin derramaruna gota de sangre amiga. No como está sucediendo en torno a Kabul y a Bagdad, donde, en cambio, se ha perdido inexplicablemente bastante sangre ocupante después de las dos estridentes victorias de fines del 2001 y de marzo 2003.
Me viene en mente que en ambos casos, especialmente en el segundo, la idea fue llevar la democracia a aquellos países desafortunados, exportar las ideas y los valores a través de bombas y mísiles que caen sobre unas cabezas que debieran ser transplantadas. Operaciones verdaderamente singulares, que pretenden convencer de la democracia a países y pueblos -se entiende los sobrevivientes a tanta generosidad- que ni siquiera saben qué cosa es, porque nunca la han tenido. Y no por culpa de ellos, sino porque los hechos de la historia y de la geografía se lo han impuesto.



Somos testigos de que el experimento no funciona. Pero temo que sea también una lección de la historia que el emperador no ha aprendido lo suficientemente bien.



Tengo la impresión de que verdaderamente, estos»neo cons», los nuevos conservadores americanos que han sido sumados al poder en Estados Unidos, son tremendamente similares a los bolcheviques. Ya lo he escrito en mi reciente libro, definiéndolos como «los bolcheviques del neoliberalismo». Estoy convencido -como lo estuvieronlos bolcheviques rusos-de que el niño puede ser obligado a nacer antes de los nueve meses, y que los bolcheviques del neoliberalismo, presos por una furia revolucionaria, están listos para realizar sus sueños también si el costo es matar a muchos niños. Así se demuestra indirectamente que se puede serrevolucionario de izquierda, pero también de derecha. El resultado es el mismo en ambos casos.



Basta con ver aKim Jong Il, el hijo del «querido líder de todos los norcoreanos» Kim Il Sung que murió a fines del siglo pasado. La suya fue una revolución de izquierda que aplicó el marxismo-leninismo en Corea. Con las mejores intenciones, como es natural. Por desgracia para los campesinos coreanos de esa época -mitad del siglo pasado- el marxismo-leninismo era tan ajeno yáspero como lo es hoy la democracia americana para el pueblo iraquí o afgano. Pero si se impuso, fue por su propio bien.



King Il Sung, que además no era ningún necio, pensó muy bien cómo crear una variante coreana de la revolución, mérito que lo hacía sentirparticularmente orgulloso, tanto así que se hizo erigir por todas partes estatuas gigantes, incluso pintadas con oro, como un imperioso reconocimiento del pueblo a su inteligencia y abnegación. Su teoría la llamó «Diutchč» (no me pidan explicar el significado) que aún está en vigor. Se debe probablemente al Diutchč el hecho que Corea del Norte exhibe la más desesperada y crónica pobreza al mismo tiempo quemísiles capaces de alcanzar a Japón. Debe ser una filosofía absolutamente fantástica. Kim Il Sung está muerto, pero Kim Jong Il, el heredero, ha mejorado su política, convirtiéndola en hereditaria. Es más o menos lo que está sucediendo en Azerbaiyán o enKazajstán, donde los bienamados líderes se hacen elegir antes que nada presidentes vitalicios -o casi- y después, cuando la vida termina, establecen una sucesión hereditaria. Nuevas monarquías, hijas de la revolución (de izquierda y derecha) transplantadas a la fuerza sobre las espaldas de los súbditos.



Ahora que lo pienso, me doy cuenta que también el emperador de aquella que es definida como la más maravillosa de las democracias, de hecho «el baluarte de la democracia mundial», es hijo de un presidente. Allá también los máximos cargos democráticos se han convertido en hereditarios -o casi-.Será entonces el emperador, hijo de un presidente, quien probablemente bombardee al heredero de Kim Il Sung, continuador de Diutchč: retoños de dos revoluciones convertidos en jefes por la fuerza del lomo paterno. Vayan a explicárselo a los iraquíes, pobres caidos en desgracia a los que quizás qué cosa les espera después de haber sido liberados a golpes de mísil de Saddam Hussein, quien también había preparado todo para dejar en herencia a sus hijos el poder que había tomado gracias a la revolución.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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