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Nuestra enfermedad y la de Gladys


Los seres humanos somos extremos. Quizás cierta dosis de sabiduría oriental nos vendría bien. Tolerancia, comprensión, algo de modestia, una pizca de autocrítica. Lo anterior por el fenómeno que han generado las acciones en solidaridad con Gladys Marín.



Cuando esta dirigenta comunista estaba en plena tarea política, sus detractores no vacilaban en tildarla de extremista, desubicada, sectaria etc. Lo mismo cabe para ella, muchas veces sus argumentos los expuso con demasiados adjetivos. Sin embargo, desde el momento en que se supo de su grave enfermedad todo quedó en suspenso. La muerte, esa sombra cotidiana, llegó hasta su vida y a la de sus detractores y todo se volvió relativo. Comenzaron a emerger otros calificativos: Idealista, luchadora, consecuente recorrieron todo el arco político, haciendo notar que más allá de las diferencias, valoraban sus convicciones.



Pero, ¿por qué eso no se reconoce cotidianamente?; ¿por qué tiene que surgir la sombra de la muerte para que se rescaten estos valores?. La muerte nos pone en trances extraños. Sólo en ese momento nos damos cuenta que la vida es más que la selva en la que creemos vivir. Si algo aprendimos en el duro siglo pasado fue que muchos crímenes se cometieron en nombre de valores aparentemente compartidos por todos. Por la Libertad se coartó la Libertad; por la Justicia se cometieron injusticias; por el Hombre se asesinaron hombres y mujeres. Y muchas veces detrás de esas acciones había seres humanos que eran «consecuentes», «luchadores» etc.



Nadie puede negar que hay que ser especial para compartir la pobreza, el hambre, la soledad o la precariedad de otros. Esa característica puede ser encontrada tanto en el militante de base de la UDI ó RN como en el comunista, socialista o demócratacristiano; en el dirigente vecinal como en el deportivo; en el cura poblador como en el pastor evangélico. Sólo que, como creemos ser dueños de nuestra vida y la de los demás, absolutizamos y comenzamos a discriminar, atacar, agredir o descalificar.



Quizás, entonces, la mayor virtud que tiene la democracia es que es el marco en el cual podemos encauzar humanamente estas energías. Dentro de un estado de respeto, de reconocimiento mutuo. Porque todos, de una u otra manera, hacemos lo que hacemos por el bien del país, de nosotros mismos, de nuestras familias. Y para esa tarea todos tenemos algo de razón. Sólo es necesario cuidar nuestro lenguaje, nuestros argumentos, nuestros énfasis. Si realmente asumimos la democracia como una forma de vida no será necesario estar en un trance de muerte para descubrir que la vida es una construcción colectiva.





(*) De la Fundación Ideas, integrante de Más voces, coalición de organizaciones sociales impulsada por el Instituto Libertad, FLACSO, Fundación para la Superación de la Pobreza, ACCION A.G, Corporación PARTICIPA y Fundación Ideas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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