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Señales captadas en el corazón de una fiesta


Este el título de un cuento de Rodrigo Fresán. La cosa es más o menos así: un tipo en un departamento se dedica a comentar y ordenar la cantidad infinita de cosas, personas y situaciones que pasan desde que una fiesta empieza hasta que termina. Aunque el protagonista parece tener muchísima experiencia en esto de las fiestas -avalado sobre todo por su oscuro y delirante paso por los ochentas- no hace más que mirar -algo que creo todos hemos terminado haciendo más de alguna vez- y describir la fabulosa zoología que hay adentro de una fiesta.



Entrar en una fiesta es cambiarse de planeta. Pasar de la normalidad a un lugar en donde no pasa nada pero siempre puede pasar algo: una pelea, ver llegar a la niña mas linda del mundo; un muerto , los pacos, en fin. Lo curioso es que, expectativas y todo, nunca ocurre ni la mitad de lo que podía ocurrir. Como siempre el globo se desinfla de a poco: la pelea se soluciona, los pacos se quedan afuera y la niña más linda del mundo se va en cinco minutos.



Supongo que me gustan las fiestas, pero tengo una relación ambigua con ellas. Una suerte de tira y afloja que me hace pasar del amor al odio todo el rato. Es cierto que he tenido fiestas inolvidables -aunque nunca como la de la película de Peter Sellers-, pero también he pasado por desastres: soy un experto en deprimirme en malas fiestas de año nuevo, por ejemplo. Pero en fin, fiestas malas o buenas, si se consideran mis 10 años asistiendo fielmente a todas las variantes imaginadas, yo también puedo proponer una zoología nocturna. Aquí van mis señales captadas en el corazón de una fiesta.



El primero de todos los habitantes de una fiesta es lo que Fresán llama el animal-party: se baila todas las canciones y siempre conoce a más de la mitad de las personas que pululan en el lugar. Parece que esta especie hubiera inventado el carrete. Mientras camina intimidante del bar a la pista, estos verdaderos experto/as hacen pensar que de verdad todo lo que esta pasando es de lo mas natural del mundo; cuando todo sabemos que en una fiesta nada de lo que pasa es normal.



Pero los animals-party nunca arman una fiesta solos. Obligados a convivir con otras especies, se reparten estratégicamente generando la clásica sensación de bienestar que se apodera de todos como a las cuatro de la mañana. Sus principales victimas son los hombres-terraza, como les dice Fresán. En mis términos: asistentes con síndrome no-se-que-chucha-estoy-haciendo-acá: Punks en fiestas cuicas, fanáticos del rock en fiestas electrónicas, desordenados en fiestas fashion, fiestas familiares ajenas, en fin, la lista no se acaba. Caminan de la pista a la parte de afuera como esperando una solución del cielo que definitivamente no va a llegar.



Dentro de este grupo hay una variante que conmueve por la seriedad con que se toman las cosas: los taimados, las únicas victimas de la noche. Seres anónimos que pasan en pocas horas de ser un animal party a tener síndrome agudo de no-se-que-chucha-estoy-haciendo-acá. Me consta que a veces hay que salir corriendo.
Animals party, hombres-terraza, taimados, la enumeración no queda completa sin los producidos. Grupo que, en rigor, también puede ser animal party o incluso taimado. Personas que uno sabe desde el minuto en que los ve, que van o vienen de una fiesta. Para ellos la fiesta es un gesto que amerita algo más que estar solamente ahí. Se trata de un verdadero ejercicio teatral. Conozco personas que se disfrazan porque si y que no necesitan inventar una fiesta de disfraces. También hay otros que se resisten de todas maneras a ponerse cualquier cosa. Ahora que lo pienso, aunque nunca he sido muy bueno para los disfraces o fiestas del tipo «sombreros y plumas», igual creo que al final siempre la cosa tiene que ver un poco con andar disfrazados; aunque sea de una normalidad implacable.



La verdad, en la fiesta uno puede trazar millones de distinciones: los que toman versus los que no toman nada, los borrados, los fiestopatas que insisten en lograr que todos tengan la mejor noche de su vida o los que se ensañan en prender la luz. En fin, todos con su onda y sus ganas; fanáticos, taimados y curados. A fin cuentas vamos perteneciendo a una tribu o a otra según como andan las ganas o como estuvo el día. Un poco producidos, un poco party animals y a veces un poco taimados; en la fiesta jugamos a escapar un rato de lo que siempre somos. Es por eso a que en la mitad de la noche soñamos con que la fiesta no termine nunca.



Quizás debiera haber empezado por esta imagen: el tipo del cuento de Fresán descubre que lo único verdaderamente terrible de una fiesta es saber que hay una hora en que la música se va a apagar. Y de toda la fabulosa zoología nocturna van a quedar sólo personas cansadas con nombre y apellidos. Entonces, por mucho que uno busque entre los escombros de la noche, ya no saldrán mas señales desde el corazón de la fiesta.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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