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Una a Favor y Una en Contra, de las AFP


El sistema chileno de AFP presenta muchas limitaciones y adolece de variados problemas – a los cuales este autor junto a muchos otros se han referido más de una vez – pero presenta asimismo indudablemente algunas virtudes. Una no menor, entre estas últimas, es que el nuevo sistema previsional ha dotado a Chile de un sistema de estadísticas acerca de su fuerza de trabajo como, posiblemente, no exista en ninguna otra parte. Al menos dificulto que algún otro país cuente actualmente con una estadística de su fuerza de trabajo de esta naturaleza, que tenga más de dos décadas de historia acumulada acerca de la misma.



Porque el hecho es que, en Chile, contamos con una estadística acerca de la fuerza laboral que no se basa en estimaciones ni encuestas parciales, sino que se obtiene mes a mes a partir de todos los individuos que forman parte de la fuerza de trabajo, o que formaron parte de ella en algún momento, durante las últimas dos décadas.



El sistema sigue a los individuos, identificados por su RUT, adondequiera que trabajen, independientemente de sus cambios de empleador, ciudad o región, o si están cesantes. Naturalmente, el sistema está limitado a los empleos formales, es decir a trabajos dependientes con contrato e imposiciones, y a aquellos independientes, muy pocos, que cotizan voluntariamente. Sin embargo, como veremos, esta limitación pareciera ser más aparente que real.



El cuadro que presentan las estadísticas de afiliados a las AFP no deja de ser asombroso y es bien diferente, en muchos aspectos, a lo que constituye el sentido común al respecto. Los afiliados a las AFP son 6.7 millones, a los que hay que sumar unos 300 mil trabajadores activos que imponen en las antiguas cajas, incluyendo unos 250 mil civiles y unos 50 mil militares. En otras palabras, las estadísticas previsionales llevan registro de siete millones de personas en edad activa y no pensionados.



Esa cifra excede aproximadamente en un 14 por ciento a la fuerza de trabajo estimada por el INE, que es de casi 6 millones de personas – todas las cifras de este artículo son de diciembre 2002-. Sin embargo, si se restan de los afiliados a las AFP a un 10 por ciento de ellos que cotizaron el año en que se afiliaron pero luego no volvieron a cotizar nunca más, y que suman unas 680 mil personas, entonces, aproximadamente, los afiliados activos que pertenecen a ambos sistemas previsionales suman 6.3 millones, poco más de lo que estima el INE para la fuerza de trabajo que, como se ha dicho, son 6 millones de personas.



En otras palabras, los afiliados activos en las AFP más aquellos que cotizan en el sistema antiguo, exceden por muy poco a la fuerza de trabajo estimada por el INE y, se puede afirmar que en la práctica ambas cifras coinciden.



Un cuadro bien diferente se aprecia, sin embargo, cuando se comparan los afiliados a las AFP y la fuerza de trabajo estimada por el INE según sexo. Los hombres afiliados a las AFP – sin descontar a los que cotizaron sólo una vez y nunca más, puesto que esa información no está disponible actualmente por sexo – son un 5 por ciento menos que el número de personas que conforman la fuerza de trabajo masculina estimada por el INE. En cambio, las mujeres afiliadas a las AFP exceden la fuerza de trabajo femenina estimada por el INE en un 43por ciento.



En número de personas, hay 3.8 millones de hombres afiliados a las AFP, mientras que el INE estima la fuerza de trabajo masculina en 4 millones de personas.



En cambio, hay poco menos de 2.9 millones de mujeres afiliadas a las AFP, mientras el INE estima la fuerza de trabajo femenina sólo en 2 millones de mujeres. En otras palabras, existen 870 mil mujeres que el INE considera inactivas desde el punto de vista de la fuerza de laboral, pero que alguna vez cotizaron en alguna AFP en el curso de las últimas dos décadas.



De lo anterior se puede apreciar que el INE sobrestima levemente la fuerza de trabajo masculina, pero subestima muy seriamente la femenina.



Pero lo más asombroso es que cerca del 90 por ciento de los hombres afiliados a las AFP y cerca del 80 por ciento de las mujeres afiliadas Ä„presentan alguna actividad durante los últimos cinco años! Es decir, se trata en su gran mayoría de personas nada de inactivas, desde el punto de vista de su relación con la fuerza de trabajo, tanto en el caso de los hombres como también en el de las mujeres.



Y un segundo motivo de asombro. A excepción de un 3 por ciento de los afiliados a las AFP que cotizan como independientes Ä„todo el resto ha cotizado y está afiliado como dependiente, es decir, ha trabajado como asalariado!



En otras palabras, en lugar de la generalizada idea de que la fuerza de trabajo está compuesta por dos tercios de trabajadores asalariados y un tercio por trabajadores por cuenta propia o informales, la realidad que muestran las estadísticas de los afiliados a las AFP es que, en cambio, la fuerza de laboral casi, en su integridad, entra y sale de diferentes trabajos asalariados. Es decir, se trata al parecer, de una fuerza de trabajo principalmente asalariada, pero con empleos más o menos precarios en buena parte de los cuales, entra y sale frecuentemente trabajando por cuenta propia o simplemente quedando cesante en los períodos intermedios.



Existe por cierto un núcleo de trabajadores asalariados estables, así como otro grupo mucho más pequeño de trabajadores por cuenta propia, asimismo estables. Sin embargo, pareciera que una buena parte de la fuerza de trabajo rota constantemente tomando y dejando trabajos asalariados.



Desde el punto de vista de los trabajadores ocupados, las estadísticas del sistema de AFP parecieran refrendar las cifras del INE en cuanto a los ocupados en trabajos asalariados. En efecto, el INE estima que hay 3.5 millones de personas que trabajan como asalariados, a los cuales hay que agregar 250 mil empleadas y empleados en servicio doméstico, que son asimismo asalariados, lo que da un total de un poco menos de 3.8 millones de trabajadores dependientes ocupados.



De otro lado, los afiliados que mueven su cuenta de AFP en un mes dado, sea pagando sus cotizaciones del mes anterior u otros meses o, simplemente declarándolas, suman asimismo 3.5 millones de personas a los cuales hay que agregar los 300 mil imponentes de los sistemas antiguos, con lo cual se llega aproximadamente a la misma cifra de 3.8 millones de asalariados ocupados que informa el INE.



Las estadísticas de los sistemas previsionales no registran, en cambio, a los ocupados por cuenta propia y sus familiares, que el INE estima en 1.6 millones de personas ocupadas adicionales.



Si a partir de lo anterior se suponen correctas las estadísticas de ocupación del INE, pero se corrige su estimación de la fuerza de trabajo a partir de las cifras de afiliados a las AFP e imponentes en el sistema antiguo, se llega a la conclusión de que la cesantía real es superior a la que estima el INE.



En diciembre del 2002, mes para el cual, como se ha mencionado, se han tomado todas las cifras del presente artículo, la desocupación corregida resulta del orden del 13 por ciento, bastante más elevada que el 7.8 por ciento que el INE estimaba para el mismo mes. Ello considerando las cifras de afiliados a las AFP disminuidas en un 10 por ciento por las personas que no cotizaron sino un solo año.



Se puede afirmar asimismo que, además de ser mayor que la estimada por el INE en general, la tasa de cesantía puede ser igual o incluso menor que la estimada por el INE en el caso de los hombres pero, en cambio, es muchísimo mayor en el caso de las mujeres.



Por todo lo interesante que pueden resultar en cuanto a pintar un cuadro muy preciso de la fuerza de trabajo, las estadísticas de los afiliados a las AFP resultan preocupantes en lo que se refiere al ingreso, saldo en cuenta individual y densidad de cotizaciones de los mismos.



Si bien para el promedio de los cotizantes – que son 2.8 millones de afiliados a las AFP que no presentan atrasos en sus cotizaciones – la cifra de ingreso imponible es de 305 mil 770 pesos mensuales, más del 70 por ciento de los cotizantes regulares impone por menos que dicho promedio.



El grueso de los cotizantes, más de la mitad, se ubica en el tramo que va de 100 a 200 mil pesos mensuales de ingreso imponible, mientras que en el otro extremo, un grupo cercano al 7 por ciento cotiza por el tope imponible, haciendo subir el promedio general. Los ingresos imponibles declarados por las mujeres son un 13 por ciento menores que los de los hombres.



En cuanto al saldo en su cuenta individual, si bien para el promedio de los afiliados resulta una cifra de poco más de 3 millones de pesos acumulados, más del 70 por ciento de los afiliados tiene en su cuenta menos que ese promedio y, más de la mitad tiene menos de un millón de pesos acumulado en su cuenta.



En el caso de las mujeres estas cifras son aún mucho menores, puesto que el 80 por ciento de las afiliadas tiene menos que el promedio general de 3 millones en su cuenta de capitalización individual, y la mitad de las afiliadas tiene menos de 500 mil pesos en su cuenta.



Con las cifras anteriores se ve difícil que la gran mayoría de los afiliados a las AFP alcance al momento de jubilarse – la edad promedio de los afiliados es de 36 años – los 13 millones de pesos que necesita tener en su cuenta para alcanzar la pensión mínima de 74 mil pesos al mes. De hecho, más de dos tercios de los afiliados y, aún peor que eso en el caso de las mujeres, no van a lograr esa meta bajo supuestos razonables de rentabilidad futura del fondo de pensiones.



Por otra parte, dado que la densidad de cotizaciones promedio es de 5 meses por año en el caso de los afiliados en general y de 4.5 meses por año en el caso de las mujeres afiliadas, resulta que más de la mitad de los afiliados tampoco va a lograr ni de cerca las 240 cotizaciones que hoy día se exigen para obtener la garantía estatal de pensión mínima.



En otra palabras, bajo supuestos razonables de rentabilidad futura del fondo de pensiones, si continúa el comportamiento actual, más de la mitad de los afiliados a las AFP que, como se ha visto, representan muy bien a la fuerza de trabajo real, probablemente mucho mejor incluso que las estimaciones del INE, no va a lograr ni siquiera la pensión mínima. Ni nada más del actual sistema de previsión, como no sea la posibilidad de retirar en unos cuantos meses el magro fondo acumulado.



De la otra mitad de los afiliados, con suerte, a su vez la mitad va a lograr alcanzar las 240 cotizaciones que se requieren acreditar para obtener la garantía estatal de pensión mínima y, la van a necesitar puesto que sus fondos acumulados tampoco les van a alcanzar para ello por si mismos.



Finalmente, sólo la cuarta parte restante de los afiliados obtendrá jubilaciones superiores a la mínima garantizada y financiada con sus propios fondos. Y recordemos que los afiliados a las AFP representan de lo más bien a la fuerza de trabajo real y concreta de nuestro país.



En cuanto a la comparación con el sistema antiguo, vale la pena considerar lo siguiente: hoy en día una persona que está en el sistema antiguo y que impone por el tope de un millón 50 mil pesos, como los hay muchos entre los imponentes de las antiguas cajas, tanto civiles como militares, lograrán jubilar con una pensión de aproximadamente 750 mil pesos. Es el caso de los funcionarios públicos de grados altos, de profesores que tienen cargos directivos, etc.



Pues bien, para lograr una jubilación similar de 750 mil pesos mensuales en el sistema de AFP, se requiere tener un capital acumulado superior a los 120 millones de pesos. Hoy en día, y sin contar los bonos de reconocimiento, de los cuales no hay estadísticas disponibles por ahora, existen sólo 279 personas entre los 6.7 millones de afiliados, que tienen más de 100 millones acumulados en su cuenta de capitalización individual.



En otras palabras, sólo 279 afiliados pueden aspirar a recibir, si jubilan hoy día y sin contar con el bono de reconocimiento, una pensión parecida a la que, en cambio, pueden aspirar probablemente un porcentaje no menor de pensionados del sistema antiguo.



Estos ejemplos que consideran el tope, se repiten asimismo en los tramos inferiores. En el caso de los EE.PP, el daño previsional promedio de quiénes quieren jubilar hoy en día y cometieron el «error» de cambiarse al sistema de AFP cuando éste se creo en 1981, es de un 60 por ciento, en relación a las pensiones que están recibiendo del sistema antiguo quienes no se cambiaron entonces.



Es decir, si dos personas que ganan lo mismo jubilan hoy, uno por el sistema antiguo y otro por la AFP, el que permaneció en el sistema antiguo recibe una jubilación de 100, mientras el que se mudó a las AFP recibe una jubilación de 40. En el caso de los EE.PP, el daño previsional es mayor, puesto que durante años el fisco les cotizó sólo por el sueldo base.



Sin embargo, el daño previsional es general, puesto que tanto los bonos de reconocimiento como las cotizaciones de la década de 1980 y parte de la de 1990 se hicieron sobre la base de remuneraciones muy bajas.



Así, aunque las rentabilidades del fondo de pensiones han sido elevadas, los saldos acumulados en las AFP son muy bajos, como las estadísticas anteriores lo muestran, en la mayoría de los casos.



De esta manera, un millón de personas que se cambiaron a las AFP en 1981 pueden con justeza alegar que fueron objeto de un engaño colectivo por parte del Estado puesto que, además de forzarlos a cambiarse a las AFP, se les prometió que iban a jubilar con mejores pensiones que si permanecían en el sistema antiguo.



Esa promesa no se está cumpliendo para casi un millón de chilenos. ¿Será razonable que el país asuma la necesidad de reparar el daño causado a ellos? ¿Podemos pensar los chilenos en introducir en el sistema de previsión actual una modificación como aquella que en su momento lograron, por ejemplo los trabajadores mexicanos, quiénes al crearse su sistema de AFP, conquistaron el derecho a volverse al sistema antiguo si la jubilación en el nuevo sistema resultaba inferior al momento de jubilar?



La justicia de esta medida parece inobjetable y, la cantidad de recursos requeridos tampoco parece prohibitiva si se considera el enorme déficit previsional fiscal que originó la introducción del sistema de AFP. En el caso de los EE.PP, por ejemplo, reparar su daño previsional significa menos de un 5 por ciento del actual déficit previsional, cifra que se logra simplemente manteniendo los actuales niveles de gasto fiscal respectivo.



(*) Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (CENDA).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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