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Norberto Bobbio: «La historia recién comienza» (Parte IV)


Un iluminado pesimista



Bobbio, en la última fase de su elaboración, entra plenamente en su campo: el de la filosofía de la historia; sosteniendo una abierta polémica con Fukuyama y otros autores en orden a que ni la historia, ni la propia filosofía de la historia han terminado, entre otras cosas, porque permanecen sin respuestas las eternas interrogantes «de dónde venimos y a dónde vamos», ya no sólo como individuos singulares, sino como humanidad en su conjunto.



Bobbio recuerda que la historia de los antiguos era una visión cíclica, que retornaba continuamente sobre si misma. El ejemplo clásico es la «anakuklosis» de Polibio, que fue retomada al inicio del 1.500 por Maquiavello: la historia se repite en sentido regresivo, desciende y después vuelve a salir, decadencia y retorno al inicio.



En cambio, la filosofía que triunfa en el 1700 y 1800 – y determina en gran medida el «sentido» de nuestra civilización- es en cambio, una filosofía esencialmente progresiva que ha dado lugar a diversos índices a través de los cuales se ha medido el progreso. Con Comte, el movimiento del pensamiento, con Hegel las formas de gobierno, con Marx la fórmula de los sucesivos modos de producción. Lo común en esta concepción es que la historia no regresa jamás hacia atrás. La historia es irreversible.



De allí que lo que ha entrado en crisis, según Bobbio, es, de una parte, la idea de que el progreso fuese indefinible e ilimitado y, de otra, la concepción determinista del mundo. Lo que ha ocurrido es que se ha alargado el espacio de observación del mundo, el eurocentrismo filosófico y sus categorías ya no logran interpretar globalmente el curso de la historia de un planeta diversificado.



Pero ello no sólo ha afectado a la dimensión del espacio sino, también, a aquella del tiempo dado que la propia vida de la humanidad está inserta en una «historia profunda» del mundo que tiene millones y millones de años.



Detrás de todo ello hay, naturalmente, una radical modificación de la visión del mundo. La filosofía de la historia estaba, hasta ahora, ligada a una concepción determinista del mundo.



Hoy esto es imposible. Vivimos en un mundo más imprevisible, imponderable, inaferrable, en una historia y en una ciencia donde la «casualidad», el caso, tiene un espacio incierto pero determinante.



De allí que el propio Levi Strauss declara de no ignorar la historia, sino de referirse a ella como «el reino de la contingencia» y, a su vez, Trevor Roper habla de «las ocasiones perdidas», es decir, de más allá de las fórmulas que la historia tuvo para configurarse. Hubo, hay y habrá siempre, no sólo dos, sino múltiples alternativas. Una forma de ver la historia, ya no sólo desde el punto de vista de los hechos concluidos, tal como ellos se dieron, fijo y muerto, sino, también, de las alternativas que en determinadas situaciones hubo y de lo que habría ocurrido si el camino de la historia hubiese sido distinto al recorrido.



De manera que para Bobbio la existencia y las dificultades de la filosofía de la historia son variadas y sobrepasan incluso el sentido que Hegel llamaba de la racionalidad como factor dominante del mundo.



Ahora, se pregunta Bobbio, ¿en qué forma se ha producido y con qué efecto il tramonto del mito del progreso como factor decisivo de la historia?. Bobbio recuerda que cuando al inicio de la Edad Moderna nace la idea del progreso -derivada del aumento del saber y de la transformación del conocimiento en poder- se pensó también a la idea de que el progreso tecnológico y científico comportarían, casi automáticamente y al unísono, progreso ético y valórico.



Hoy, donde lo que caracteriza a nuestro tiempo es la continuidad sin descansos, la aceleración siempre más rápida e irreversible del progreso científico, donde el progreso técnico se devora continuamente a si mismo con una velocidad sorprendente, podemos afirmar que la historia está en condiciones de producir saltos en pocos años, en pocos meses.



Sin embargo, este progreso no va acompañado necesariamente del progreso social y moral, ni este último constituye su fundamento como suponían los iluministas.



Lo que ocurre es que si ayer progreso era una alternativa radical a las concepciones catastrofistas, hoy la historia nos ofrece ambas cosas como posibilidades paralelas. Es decir, el límite del desarrollo, o lo que es más claro ¿progreso para quién y para qué cosa?.



Una reflexión como ésta, en el ámbito de la filosofía de la historia, requiere, para Bobbio, el reflexionar también sobre la relación entre el bien y el mal y como se confutan ambos en la historia en una diacronía más compleja y articulada que la del pasado o de aquellas de las filosofías providenciales de la historia.



Voltaire, recuerda Bobbio, escribió El Cándido para colocar en ridículo a quien sostuviese que el nuestro es el mejor de los tiempos posibles. Sin embargo, ¿ha llegado el momento de escribir «El Anticándido» para afirmar que nuestro mundo no es, tampoco, el más perverso de todos los mundos posibles?



Es decir, es inevitable, para Bobbio, concluir que no sólo no ha terminado la historia, sino que ni siquiera hemos terminado de interrogarnos sobre ella. No ha terminado la filosofía de la historia dado que seguimos en la búsqueda de las respuestas a las grandes preguntas que son las incógnitas del presente y del futuro.





Continuará…



Norberto Bobbio: «La historia recién comienza» (Parte I)



Norberto Bobbio: «La historia recién comienza» (Parte II)



Norberto Bobbio: «La historia recién comienza» (Parte III)



Antonio Leal, diputado PPD, Sociólogo, Dr. en Historia de la Filosofía de la Universidad de Roma.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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