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Un nuevo intento para seducir a los jóvenes


Los jóvenes chilenos se han transformado en un grupo esquivo para los objetivos políticos. El cambio de siglo produjo una renovación cultural en sus expectativas: desde el interés de los hippies por revolucionar amorosa e ingenuamente el mundo, hasta las aspiraciones desmedidas de éxito personal de hoy, el modelo de juventud ha variado radicalmente.



Ya no se trata de un colectivo, sino de un crisol de individuos que buscan desarrollo profesional, que se embarcan en múltiples experiencias culturales y que tienen una mirada utilitaria sobre la mayoría de las instituciones. La política sólo les interesa en la medida que sintonice con estas metas. Con o sin conciencia de esto, el gobierno ha iniciado, una vez más, un plan para seducir a este grupo entre los 15 y los 29 años, y que representa al 24% de la población nacional.



En la última semana de enero se conformó el Comité de Ministros de Juventud (CMJ), el que cuenta con la participación de cuatro ministros de Estado, siete subsecretarios y cinco jefes de servicio. Su misión será coordinar las estrategias sectoriales que, de un modo u otro, afectan a este grupo de la población. Se trata de un nuevo intento estatal por tomarle el pulso a la juventud. A comienzos de los años noventa se intentó algo similar con el Projoven, cuya tarea consistía en tender un puente entre los ámbitos de la educación y el trabajo. Sus errores eran previsibles: cualquier intento de vincular estos dos ámbitos debía hacer pronósticos laborales al menos a diez años plazo, es decir, se requería un tarot para alguna predicción honrosa.



Para las urgencias de aquellos primeros meses de democracia, esta aventura representaba algo menos que una frivolidad. Con el fin de hacer de este programa algo más real, se formó el GTI de Juventud (Grupo de Trabajo Interministerial). Su objetivo era incluso más amplio y ambicioso para los tiempos que corrían: trazar un puente transversal para las acciones sectoriales vinculadas a la juventud. Sin embargo, entre los ejercicios de enlace y las razones de Estado de mediados de los noventa, un esfuerzo de las llamadas «políticas de segunda generación», de naturaleza casi filosófica como éste, fue superado por las urgencias y archivado como asunto de menor interés público. Más aún, si los políticos sabían ya por esos años que los jóvenes «no estaban ni ahí» con ellos.



¿Cuál es la diferencia del nuevo Comité de Ministros de Juventud con las iniciativas anteriores? En primer lugar, los tiempos que corren. La política pública está hoy más dispuesta a aceptar que no todo se juega en salud, educación y trabajo y que finalmente son personas las que demandan oportunidades de inclusión social, no colectivos imaginarios que deambulan sólo en la mente de los planificadores.



En segundo lugar, la retórica de los derechos sociales -esto es, las demandas de participación cultural, de consumo, de información, de oportunidades, de recreación- tiene mucho más peso hoy que antes. Disueltas, para mal de algunos y regocijo de otros, las clases sociales, la conciencia de ciudadano pasa mucho más por intereses individuales, que por la construcción del llamado «hombre nuevo». Gracias a ello aparecen hoy nuevas agrupaciones de carácter transversal: ambientalistas, consumidores, mujeres, tercera edad, jóvenes, etc., quienes tienen cada vez mayor visibilidad pública.



Pero el CMJ -el que ojalá no termine llamándose COMIJU- seguirá la misma suerte de sus predecesores si no toma nota del cambio de siglo. Los jóvenes actuales no quieren más talleres de arpillería o sau-sau; programas de formación de líderes o cuentos relativos a las bondades de la política y la democracia; quieren ejercitarla y descubrir espacios para hacerlo. Un avance de datos de la Cuarta Encuesta Nacional de Juventud del INJUV, indica que un 47,3% de los jóvenes espera mayores oportunidades de nuestra democracia. Si el Comité no baja del Olimpo, si no lee lo que las cifras arrojan, el próximo programa de juventud podría terminar en la formación de rangers que cuiden nuestras fronteras del norte, algo en lo que sólo algunos Bomvallet-boys podrían interesarse.



Las urgencias de la política son muchas, todas políticamente comprensibles. Pero, finalmente, es la propia política la que tiene mucho que ganar si seduce a los jóvenes. La tarea no es fácil. Hoy, un 79,6% de los jóvenes opina que los políticos tienen poca preocupación por ellos, y la confianza en los partidos llega sólo al 8,6% (en el otro extremo se halla la familia, con un 96,2% de preferencias). La confianza se gana cambiando el foco de observación desde el yo al otro, trasladando el interés desde lo políticamente correcto a lo ciudadanamente necesario. Si el CMJ logra realizar esta transición, ya habrá sido un gran paso; si no, podremos contar su historia en el próximo comité de juventud en diez años más.



Aldo Mascareño es doctor en Sociología y director del magíster de Gobierno de la Universidad Alberto Hurtado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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