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Por el dolor de España


De acuerdo a versiones del diario El País de España, fueron diez las explosiones registradas en el violento atentado ocurrido en Madrid, las que fueron programadas con siniestra precisión: tres explosiones ocurrieron en la Estación de Atocha; cuatro en la calle Téllez, en la misma estación; una en Santa Eugenia y dos en el apeadero de El Pozo del Tío Raimundo. Todas estas estaciones forman parte de una misma línea de cercanía. Otras tres detonaciones fueron instaladas a modo distractivo. La secuencia de explosiones fue programada a partir de las 07:39, cuando el tren proveniente de Guadalajara, entraba en la Estación de Atocha. La primera explosión fue el resultado de mochilas cargadas con 15 kilos de Titadine y causó la muerte casi inmediata de las primeras 49 víctimas. Uno a tres minutos después, otras cuatro cargas detonaron en un segundo carro, muriendo 59 personas. Simultáneamente dos inmediatas explosiones en la estación del Pozo del Tío Raimundo mataron a 67 personas y en San Eugenio fueron asesinadas otras 15 más.



Esta impactante descripción entregada a conocimiento público por El País, no sólo conmueve por la frialdad de los actos preparativos del atentado, sino por los dramáticos efectos que cobraron la vida de más de 192 personas, dejando heridos de diversa consideración en un número que se estimaba cercano a 1.500 seres humanos. ¿Qué decir ante esta masacre? ¿Qué argumento puede, siquiera, intentar justificar el drama que abrió una nueva herida en la conciencia mundial?.



La ministra de Relaciones Exteriores de España, aseveró que al terrorismo se combate con más democracia. Este es un principio correcto. No obstante, lo cierto es que en un atentado de esta naturaleza actúan fuerzas muy superiores y entrenadas que logran trascender las complejas redes de la seguridad nacional y ciudadana. Son, claramente, un flagelo de la modernidad y si bien es cierto que los sistemas democráticos -con sus errores y aciertos- son un modelo de construcción ciudadana, también es verdad que nuestras sociedades no están suficientemente protegidas contra la violencia terrorista; lo que no es óbice para quedarse inertes sino, más bien, un motivo para fortalecer los sistemas ciudadanos de seguridad democrática de un país.



El atentado de Madrid es un hecho trágico. Lo penoso es que hay otros seres humanos detrás de su preparación, que resolvieron -en un momento determinado- cobrar determinadas cuentas políticas a una comunidad y endosar a personas comunes y corrientes el precio de una diferencia ideológica, cultural, racial, militar o política. Nada de esto justifica lo ocurrido. Nunca. Los caminos de la violencia siempre engendran más violencia. Sólo la paz es fecunda, aun cuando en diversas ocasiones pruebe la amargura de un fracaso.



El pueblo chileno ha expresado en estas horas y de múltiples maneras, sus condolencias al pueblo español con quien nos unen lazos de amistad y solidaridad. No hay modo de reparar la enorme pérdida de vidas y el dolor que acompañará en estos días a las dolientes víctimas. A ellos, nuestro abrazo y nuestro respeto. Elevamos una oración y una súplica para que estos actos canallescos terminen y para que la vida sea glorificada. El Presidente de Chile ha expresado por todo el país estas señales que las hacemos nuestra, porque en este dolor de España está el dolor de todas las comunidades civilizadas del mundo.



* Miembro de la comisión política del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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