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La lucha contra el terrorismo


No hagamos leña del árbol caído. Hasta el día catorce de marzo, José María Aznar iba a lograr lo que todo político de envergadura debe alcanzar: saber retirarse a tiempo, dejando un sucesor que continúe la tarea iniciada. Todo ello fracasó con el atentado terrorista en Atocha. Ello provocó el apresuramiento de parte del gobierno, en orden a atribuir el atentado a ETA. Lo anterior generó un malestar evidente en la opinión pública, la que se sintió objeto de un manipulación política. Este fue el error inmediato y final de José María Aznar. El más profundo parece haber sido el separarse de Europa e involucrar a España en una guerra que no era la suya. Pero, ahora es claro que la lucha contra el terrorismo, ya no sólo contra ETA, sino contra Al Qaeda, pasó a ser prioridad inmediata del estado español. El virtual presidente socialista así lo ha declarado. Sin embargo, ¿cómo se le combate?



El terrorismo es una práctica política que consiste en recurrir sistemáticamente a la violencia contra las personas y/o las cosas provocando el terror. El terrorismo, como fenómeno político, se basa en una organización que desarrolla una estrategia militar, política e ideológica en forma clandestina. Con sus actos violentos, busca vengar sus víctimas y aterrorizar al gobierno, demostrando su fuerza tan oculta como implacable. Busca siempre su crecimiento cuantitativo y cualitativo, pues quiere demostrar la debilidad de sus enemigos y alentar el surgimiento de un movimiento que lo apoye.



La tentación devastadora siempre ha sido el enfrentar el terrorismo político con contraterrorismo de Estado. Es decir, aplicar la vieja ley del Talión: «ojo por ojo, diente por diente». Ello no hace sino debilitar a la larga los recursos políticos y espirituales de la democracia y de sus gobernantes. Pues repentinamente ella se ve inmersa en un guerra sucia en que los principios que dice profesar no se aplican. Es más, progresivamente empiezan a ahogar las libertades públicas dentro de la propia democracia. Aplicar un bloqueo económico a un país dirigido por un tirano y dejar morir a quinientos mil niños en Irak, no enaltece a la democracia más antigua del mundo. Del mismo modo no la honra el bombardear Afganistán, uno de los países más pobres del mundo, con todo el poder bélico de la nación más poderosa militarmente del planeta Tierra. Anotemos que los demócratas norteamericanos aplicaron ese bloqueo y los socialistas españoles se vieron envueltos en los Gal y en la guerra sucia contra ETA.



Lo dicho en el párrafo anterior no nos debe hacer concluir que debamos renunciar a usar «todo el peso de la ley nacional e internacional» en el combate al terrorismo. Se trata de usar todos los recursos coercitivos públicos, dentro de los límites del Estado democrático de Derecho. Italia, Alemania o Francia han sido sacudidos por el terrorismo en los sesenta y setenta. Su combate, por cierto, con también claros renuncios al principio recién anotado, logró superar el desafío dentro de la democracia.



El problema es que ahora Europa y Estados Unidos se enfrentan a un terrorismo internacional, que no reconoce Estado ni territorio. ¿Dónde se le combate? ¿Cómo se le combate? Aquí creo que se impone la pregunta de por qué hay tamaño odio en contra del actual orden internacional del mundo. La respuesta fácil de asociar terrorismo político musulmán con enfermedades mentales o intolerancia religiosa no nos hacen avanzar mucho. O nos llevan en la dirección equivocada. Atacar la superficie del problema, la organización, los agentes y líderes inmediatos del terrorismo, no es ir a la raíz del problema.



El terrorismo islámico es una respuesta a la propia intolerancia de los países ricos. Pues la intolerancia consiste en no respetar al otro, como un legítimo otro. Ese ser distinto a mí, tiene los mismos derechos que yo. Si miramos con ese prisma el orden internacional actual, nos encontramos con una situación aterradora. La renta mundial se ha incrementado 2,5 veces en los últimos 50 años y hoy disponemos de un 40% más de cereales que en 1960. Pero veinte millones de personas mueren anualmente de hambre o enfermedades como la tuberculosis y la malaria antes de cumplir los cincuenta años. En Afganistán, la esperanza de vida es de 42 años y en Irak de 58 años. Lo pobreza literalmente mata Recordemos que en 1995, 225 multimillonarios poseían tantos bienes como el 47% de toda la población mundial.



Un orden mundial tan abiertamente injusto es el caldo de cultivo del odio terrorista. Responder a ello con terrorismo estatal es sólo lanzar parafina al fuego. España se involucró en una guerra injusta. Ello ciertamente no hace comprensible ni justificable el atentado en Atocha. Magnífica fue la reacción del pueblo español. Sin odio, reclamaron su solidaridad con las víctimas. Y esperamos que el nuevo gobierno procure un mundo más justo, pues la paz es fruto de la justicia.



* Sergio Micco es director ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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