Publicidad

La última comedia de la derecha


Asistimos recientemente a una comedia amarga. Un personaje se sacrifica; el otro es sacrificado.



Los actores toman el papel de caricaturas de sí mismos. Hay uno, que sufre de alucinaciones, cuyo parlamento es acerca de cómo el poder es un sacrificio enorme, y que por ello ha resuelto dejarlo, pero siempre se le revela una misión trascendente que lo disuade, y nunca se marcha.



Su antagonista -de buena fortuna en los negocios y de pésima en las conspiraciones de la corte-, signado por el destino de la renuncia permanente, proclama que en esa coyuntura no permitirá que lo presionen. Declaraciones altisonantes. La obra se solaza en la crueldad. El primero -después de extraviar su autocontrol- también pierde el de su grupo, y para sorpresa de todos, resulta que irse del poder -después de haber predicado lo contrario- es igualmente un «sacrificio». A la vez, su contrincante, que ha jurado no retirarse, acaba, como de costumbre, abandonando la lid, para disgusto y ofuscación de sus seguidores.



Más trágico es el papel de un tercer personaje, quien ha regresado de un exilio en el norte. Increíblemente logra ser recibido en la mesa de sus antiguos adversarios, pero el precio a pagar por ello es altísimo: debe deshacerse de su amigo -el de la buena y mala estrella-, en las aguas de un lago del sur. En seguida irrumpe el cómico -que se presenta como el gobernador de las lluvias artificiales-, pero su sonrisa es de hielo: «quiero ser presidente», dice, y no dan ganas de reírse.



En el último cuadro, en forma inesperada, aparece el ordenanza de un añejo general, que decreta que ahora es el jefe de la tienda, la misma que lideraba el de las visiones. En off se escucha la carcajada del cómico, y cae el telón.



El parecido con la realidad no es una coincidencia. La Alianza vivió una dura batalla por el poder la semana pasada, y sus protagonistas parecen salidos de una comedia. Aunque es en serio. Los involucrados se dijeron muchas cosas, pero ¿qué pasó al final? Una recomposición del poder. Ahora hay tres partidos: Renovación Nacional, la UDI y el Lavinismo Fáctico.



La derecha más dura destruyó el liderazgo liberal de Renovación, sin contemplaciones. No le resultó difícil, toda vez que en ese conglomerado tiene una quinta columna que le es afín. Un partido decapitado; aunque la cabeza ya la tenía perdida, porque olvidándose de su propuesta renovadora, se redujo a una contienda de pequeñas querellas.



La UDI, en esta vuelta, igual pierde. No hay que olvidarse de cuando le gritaban a «Juaco» lo que debía transmitir, en un discurso público. Era la metáfora del control udista sobre el presidenciable de la derecha. Sin embargo, el vociferante de entonces tuvo que irse de la jefatura del partido, mientras el orador en apuros se mantuvo.



La caída de Longueira representa otra consecuencia adversa para la UDI: la pretensión de convertirse en un partido popular de centro-derecha queda clausurada. Es que no se ve a Novoa -un nostálgico pinochetista- dirigiendo ese proyecto. Agréguese a lo anterior, el surgimiento de un nuevo factor de poder, el embrión de otro partido: el lavinismo fáctico. Influyentes empresarios han estrechado su círculo en torno al candidato, cuestionando las responsabilidades de RN y la UDI en la crisis. La Alianza se tragó con un par de arcadas la píldora de su supuesta mejoría: un amargo autoritarismo recubierto por el dulce populista.



Es la derecha que tenemos: extrema. Extremadamente neoliberal en la economía, y extremadamente retardatoria en lo valórico, al punto de que la emergencia de una alternativa de liberalismo político, anidada en Renovación, simplemente no pudo despegar. Piñera es confinado a las mesas de dinero; Espina recortó sus alas reformistas hace tiempo, y el hijo pródigo de la derecha, Allamand, acaba de entrar a la jaula de oro del facticismo.





* Francisco Estévez es diplomado en Ciencias Sociales y director de Fundación Ideas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias