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El futuro de la familia


Sin pena ni gloria se aprobó la ley de divorcio en Chile. Aquel día el atentado en Madrid copó los noticiarios. Más allá de ello. ¿Qué podemos esperar para los próximos años? La experiencia europea habla, en un primer momento, de aumento de divorcios legales. En Chile, tras décadas de crisis matrimoniales no reguladas jurídicamente, en forma adecuada, las parejas que no han logrado un acuerdo para anularse podrán recurrir al divorcio unilateral. Otras parejas verán legitimada, ante la legalidad, su situación de hecho y podrán divorciarse sin la sanción social que aún temían.



Pero, ¿qué pasará en el mediano plazo? Quizás simplemente la consolidación de tendencias europeas, que también se observaban en Chile, desde mediados de los ’80. Me refiero a la baja en los indicadores geográficos de natalidad, nupcialidad y fecundidad; el aumento de la actividad económica de las mujeres y la diversificación de las formas de vida familiar y privada. En Chile, entre 1992 y el 2002, los niños menores de cinco años han bajado en trescientos mil. Más grave aún, más de la mitad de nuestros niños nacen fuera del matrimonio. En Europa, en 1992, ese porcentaje era de un 20 por ciento. El chileno es uno de los índices más altos del mundo, sólo comparable con Dinamarca. Por cierto, son las clases populares las que más hijos tienen. Las clases medias y altas postergan la edad del matrimonio y cada vez tienen menos hijos.



¿Por qué ocurre esto? Por diversas razones. La emancipación económica de la mujer es una causa de ello. La mujer ya no tiene que soportar lo que antes debía aguantar por carecer de recursos para independizarse. Un estudio realizado en Francia demostró que las mujeres que solicitan el divorcio lo hacen por sufrir violencia física (13 por ciento), la ausencia o incapacidad del marido tras el nacimiento del primer hijo (15 por ciento) o el adulterio del marido (15 por ciento). Los hombres solicitan el divorcio cuando su mujer ha partido (41 por ciento) o les han «echado» (10 por ciento).



Otra razón muy importante es el avance de la individuación. Las mujeres y los hombres modernos cada vez valoran más sus derechos, dignidad, autonomía y proyectos. Lo cual está muy bien. Lo malo es que la individuación muchas veces trae egoísmo, es decir, individualismo. En el extremo, no estamos dispuestos a postergar, modificar o renunciar a nuestros proyectos individuales, en eras de la felicidad de nuestros hijos. En Paris, la mitad de los hogares son habitados por una sola persona: una viuda, un soltero o un divorciado. Es la capital de la soledad.



En tercer lugar, la división de la gratificación amorosa del matrimonio explica otra causa del aumento de vidas en pareja «a prueba» o de los divorcios. Una clase de relación matrimonial es la que quiere permanentemente fundarse en el amor pasional del inicio. La otra entiende que cuando llegan los hijos, pasamos de una pasión recíproca a una empresa común. Si no nos preparamos para lo segundo, ¿quién es educado para ser padre? Rápidamente el fin del enamoramiento inicial se vive como una crisis irremediable y con ello el fin de la pasión. Quienes quieren mantener a toda costa esa pasión inicial, y no están dispuestos a vivir sin ella, verán una puerta siempre abierta para las parejas temporales o el divorcio.



Los cambios de roles también son muy importantes. Cada vez más las mujeres no se satisfacen con ser simplemente madres y esposas. Los hombres no aceptan aún nuevos papeles domésticos y posibilidades de felicidad en nuestras condiciones privadas de padres y esposos. Así surge la crisis del matrimonio. Lamentablemente, se suma a lo anterior el no pago de las pensiones alimenticias, el abandono de los hijos del primer matrimonio y el no asumir la función de padre de los hijastros del segundo matrimonio.



Este cuadro no es estático ni único. Por cierto la mujer, en sociedades sin un adecuado Estado social de derecho, caen frecuentemente en la pobreza con el divorcio. Ä„Cuánto más en América Latina, donde las mujeres jefas de hogar son las pobres entre los pobresÄ„ Además, tras la liberación sexual, la tercera generación de jóvenes europeos parece buscar en el «retorno a la familia» el afecto y la seguridad que no les da la vida competitiva del mundo contemporáneo.



¿Cuál debe la actitud del Estado chileno y de la sociedad civil ante esta nueva realidad familia? La respuesta sólo puede ser de activa promoción de ella y del matrimonio. El punto que nos dividía entre los chilenos era el camino a seguir cuando las rupturas matrimoniales eran irreversibles y surgía una nueva pareja. Eso quedó zanjado el 11 de marzo. Ahora el tema es otro. ¿Cómo promover lo que aspira la inmensa mayoría de los jóvenes chilenos: formar familia?



Más allá de nuestra diferencias religiosas y morales, debemos promover una activa política pública en pro de la familia. Ello pues, la sociología demuestra que esta cumple cuatro funciones vitales para la felicidad personal y la cohesión comunitaria.



Primero, la equidad generacional que supone la solidaridad a través del tiempo y las edades, lo que implica el juego de afectos, intercambios y equilibrios entre actividad laboral, servicios e inactividad forzosa, que tiene lugar en una familia durante los años de vida de sus miembros y que se traduce, sobre todo, en el cuidado de los niños y de los ancianos.



Segundo, la transmisión cultural que implica el aprendizaje que tiene lugar en el ámbito familiar, y que incluye no sólo la lengua, sino también la higiene, las costumbres y la adquisición de las formas de relación legitimadas socialmente.



Tercero, la socialización proporciona los mecanismos de pertenencia al grupo social más amplio, e implica también una educación afectiva en la que intervienen aspectos religiosos y la participación en los ritos civiles: es el saber estar y el sentirse parte de la sociedad en la que vive la familia.



Por último, el control social supone un cierto compromiso por parte de la familia, para evitar la proliferación de conductas socialmente desviadas, como son la delincuencia y la drogadicción.



¿En qué podría consistir esta política pública? En fomentar el matrimonio entre los jóvenes, enseñando los deberes y derechos que supone ser miembro de una sociedad de la igualdad. Si un 50 por ciento de nuestros niños nacen fuera del matrimonio y muchos carecen de padres, la escuela, los medios de comunicación y las iglesias pueden realizar esta labor. Segundo, hacer realidad los instrumentos de mediación y juzgados de familia, que permitan superar positivamente las crisis matrimoniales y familiares, sobre todo defendiendo los derechos de los niños. Tercero, crear las bases de un Estado social y democrático de derecho, en el cual el derecho a la educación, sobre todo prebásica; al trabajo, la vivienda y a un barrio digno; a la salud y a la previsión social, no dependen del nivel de ingresos de los chilenos.



La familia puede y debe ser nuestra opción. Terminado el debate acerca del divorcio vincular, ¿no podremos hacer de ella objeto de un amplio consenso social?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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