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Cambio de reglas en los liderazgos


Cuando el «fenómeno» Lavín surgió por allá a fines de los noventa, escaso -si alguno- fue el esfuerzo teórico que intentó explicarlo en las filas de los dirigentes políticos y analistas. Todos ellos estuvieron comprensiblemente orientados a tratar de obstaculizar el ascenso de ese liderazgo que amenazaba o le ponía serias limitaciones al posible triunfo presidencial de la Concertación, en su tercer período de mandato.



Situación distinta ocurre hoy con el nuevo fenómeno de los liderazgos femeninos y, especialmente, con los que encarnan dos figuras sostenidamente emergentes como son Alvear y Bachelet, principalmente la segunda que, con sólo cuatro años de vida pública, encabeza con holgura las preferencias de la opinión ciudadana. Varias «tesis» interpretativas de este inesperado fenómeno se han estado desarrollando en las últimas semanas, muchas de ellas con serios reparos y voces de alerta respecto de sus consecuencias.



Desde los iniciales argumentos defensivos de dirigentes políticos que, si bien declarativamente partidarios de todas las formas de igualdad, ven remecidas sus casi genéticas resistencias a aceptar que las mujeres puedan incursionar exitosamente en áreas tradicional e históricamente masculinas, hasta los racionales argumentos de analistas políticos y académicos, para quienes este fenómeno no previsto -y menos aún, no predicho- pone en cuestión la solidez de sus análisis. Y aun cuando todas estas argumentaciones han ido cediendo a la evidencia de que la popularidad de Alvear y Bachelet instala un nuevo sentido común en la ciudadanía, que mira a las mujeres como posibilidades de opción presidencial, no es menos cierto que las interrogantes que se han abierto siguen presentes todavía en muchos de ellos, especialmente en dirigentes políticos que constituyen el soporte de cualquier opción de poder en la Concertación.



De modo que intentaré hacerme cargo de algunas de esas interrogantes.



Una primera afirmación que se ha formulado sobre este fenómeno es aquélla que señala que ambas representan un riesgo porque, siendo tan populares, vaya a saber qué piensan y qué proyecto tienen. Pregunta que nunca se hicieron las élites políticas cuando buscaban al mejor candidato en la primera y segunda vuelta presidencial, cuando la figura que se buscaba para encarnar a la coalición de centro izquierda encabezaría, no su programa y sus visiones, sino lo que el conglomerado definiera consensuadamente. Tampoco ello estuvo presente cuando en las primarias abiertas que le dieron el triunfo a Lagos, éste pasó a ser el candidato que encabezaría el programa de la Concertación, más allá de que todos sabían cuáles eran sus posiciones largamente sostenidas en su trayectoria pública. De modo que lo que cabe ante esta interrogante es afirmar que se trata de mantener el mismo criterio que imperó antes, en el sentido de que cualquiera sea el o la candidata, no tendrá otra tarea que encabezar un proyecto colectivo que exprese al conjunto de fuerzas políticas y sociales que le acompañan. Por cierto, con su sello, para eso están los liderazgos, para darle legitimidad y credibilidad al proyecto que encarnan.



Una segunda afirmación, más fuerte que la anterior, es que si bien son populares, Alvear y Bachelet aún no se han probado como líderes, no han mostrado sus capacidades. No quiero hacer ofensivas comparaciones con otras figuras nacionales, pero baste señalar que estar a cargo de carteras como Justicia y Relaciones Exteriores en un caso, Salud y Defensa en el otro, es un entrenamiento que ya se lo quisieran candidatos que en el pasado accedieron a cargos presidenciales o que aspiran a serlo a futuro.



Doce años como ministra en tres carteras diferentes en los tres gobiernos de la Concertación, la una; dirigente política en el período de la dictadura, candidata a cargos de elección popular en democracia y ministra en dos carteras durante este gobierno, la otra, son currículum más que suficiente que excepcionalmente han tenido otros liderazgos, masculinos por cierto. Ahora bien, si por capacidades de liderazgo sólo se entiende la habilidad de ordenar las filas partidarias que habrán de sostenerlo en el camino al poder ejecutivo, entonces diría con realismo, como ha ocurrido con la Alianza por Chile, que tal liderazgo también se puede construir sobre la base de que la ciudadanía lo reconoce como tal y, ese dato -más que relevante para los resultados electorales- termina ordenando a los partidos que, gracias a ese liderazgo, pueden hacer viable su aspiración de llegar a conquistar el poder.



Para aquellos otros que argumentan que la biografía política de Alvear y Bachelet no se corresponde con las constantes que la historia nacional muestra en el proceso de acceso a la presidencia del país, tal como se dijo en su momento con Lagos de que no podría llegar a la presidencia si no era previamente parlamentario, o que Lavín no podría ser presidente porque nunca en Chile se ha saltado de una comuna a encabezar el poder ejecutivo, me atrevería a contestar que las cosas son de una manera hasta que dejan de serlo, afortunadamente, para los que creemos en los procesos de cambio. Es más, la miopía en la lectura de las transformaciones ocurridas en la sociedad y cultura chilenas, cuestión que contrasta con la rigidez de las estructuras partidarias y con la falta de renovación en los cuadros, modelos y estilos de liderazgos es lo que explica, en parte, el declinio que está sufriendo Lavín, así como el fenómeno emergente de la mujer en política.



Ojalá que nuestras elites políticas no se equivoquen y que venzan el predominio míope de las lógicas instaladas en su ejercicio del poder, evitando una derrota de la Concertación y, con ella, pavimentando su propia derrota.





*Clarisa Hardy es directora ejecutiva de la Fundación Chile 21.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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