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Arturo Prat hoy


¿Cómo lograr que lo antiguo y que veneramos nunca deje de ser nuevo? ¿Cómo asumir el reto de rejuvenecer lo viejo que consideramos noble? Quizás la respuesta la tienen los árboles que reverdecen primavera, tras primavera. Ese secreto es vital también para la humanidad, pues renovar permanentemente los mitos fundacionales y las tradiciones ancestrales es tarea de civilización y de cultura. Pues, ¿qué serían los pueblos sin historia rememorada regularmente? Algo así como un árbol sin raíces, expuesto a la muerte que le depararan la tormenta y sus vientos. La tarea no es fácil pues los humanos amamos lo novedoso y lo extraordinario. Sin embargo, de vez en cuando es imprescindible volver al pasado para entender el presente y proyectarse hacia el futuro. Atrevámonos entonces a volver al inicio de la Guerra del Pacífico.



El 31 de marzo de 1879 entraba en Buenos Aires una cansada misión chilena. Su jefe era un diputado llamado José Manuel Balmaceda. Su tarea era evitar que Argentina hiciese causa común con Bolivia y Perú. El 5 de abril Chile oficializaría la guerra y temía que el pacto Fierro-Sarratea se hiciese efectivo en contra nuestra. La prensa y la calle argentinas eran abiertamente partidarias de los bolivianos y peruanos. Una multitud, con sirenas y petardos, expresaban su hostilidad hacia Chile, ante el hotel de la misión chilena. Partir a la Casa Rosada, caminando en medio de una silbatina, no fue cosa fácil para nuestro futuro Presidente de Chile.



Todo cambió a partir del 24 de mayo. Cuando se supo lo ocurrido en Iquique la opinión pública argentina reconoció que ya no había «carrera corrida contra Chile». El propio Miguel Grau había exclamado: «Ä„Ä„Cómo se baten estos chilenosÄ„Ä„». Rubén Darío escribió: «Para él (Arturo Prat) el sacrificio, para Chile la Gloria». La actitud del gobierno trasandino giró en redondo. El heroísmo de Arturo Prat y sus soldados nos salvó de una alianza que hubiese sido fatal para nuestro futuro como nación.



El pueblo chileno se galvanizó y de allí en adelante las llamadas a concurso militar fueron completadas en forma voluntaria. Un marino nos había enseñado lo que era morir cumpliendo con el deber y sacrificándose por la patria. A su mujer Carmela Carvajal le había descrito la pena que le producía la gente que perdía todo lo que tienen, y van orgullosos y contentos a la guerra porque «su Chile está antes que nada». Ella agradecerá al caballero que fue el peruano Miguel Grau, que no dudó en asociarse al duelo de la viuda y al engrandecimiento de su enemigo. Le señala que su esposo «… en ese supremo instante… comprometidos en la contienda el alto nombre y los grandes destinos de la república… no se pertenecía ni a su familia ni a sí mismo…».



Arturo Prat nos recuerda algo fundamental para la supervivencia y desarrollo de los pueblos. La moral es la simiente de todo progreso. Hay veces que creemos que la guerra, la política y la economía son regidas por los más fríos cálculos individualistas y los intereses materiales más groseros. Pareciera se que en «el amor y en la guerra, todo vale» Cuando está en juego la propia vida, la naturaleza humana parece que es reducida a sus formas más elementales. «Sálvese quien pueda» será el grito del cobarde. Cualquier cosa hará el valiente por defenderse él, su familia y su patria. Pareciera ser que en la guerra, la moral y la ley deben guardar silencio. «Cuando las armas hablan callan las leyes»



Pero eso no es así. Las consecuencias militares y políticas del sacrificio de Iquique nos demuestran justamente lo contrario. Incluso en las peores circunstancias el hombre y la mejer pueden ser libres. Cuando el martirio está servido, el santo puede ofrendar su vida. Cuando el enemigo está indefenso, la pasión puede ser contenida y la muerte cruel evitada. Michael Walzer nos invita a pensar en algunas palabras de la guerra: fidelidad, abnegación, patriotismo, heroísmo, magnanimidad, defensa propia, pacificación, crueldad, actos despiadados, atrocidades, torturas, masacres. Todas estas palabras esconden juicios morales que producen consecuencias políticas y militares centrales incluso en la suerte de una guerra.



Arturo Prat era un hombre que sabía que hay cosas por las cuales la vida es bella y otras por las cuales vale la pena morir. Lo hizo saber a todo el pueblo chileno y la victoria fue irrefrenable. Bueno, justo y necesario es recordarlo.





*Sergio Micco A., pertenece al Centro de Estudios para el Desarrollo (sergiomicco@hotmail.com).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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