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La ignorancia alimentando el prejuicio


Hay que decirlo claramente: el consenso de la comunidad científica mundial sobre este tema es diáfano. La inmensa mayoría de los estudios científicos dice que los niños criados con padres o madres homosexuales no muestran ninguna diferencia significativa con niños criados con padres o madres heterosexuales.



Estos niños presentan un desarrollo sicológico personal completamente normal. Los estudios de B. Fitzgerald (1999), por ejemplo, corroboran las conclusiones de trabajos anteriores en el sentido de que no hay diferencia en mediciones de auto-estima, ni en la frecuencia de síndromes de ansiedad o depresión. Tampoco se pueden medir diferencias en bienestar emocional ni en ninguna faceta de la auto-percepción y auto-valoración.



Para estudiar la identidad sexual, los expertos la dividen en tres aspectos: la identidad de género (la identificación de una persona con lo masculino o lo femenino), la conducta de roles de género (preferencia por actividades u ocupaciones que se identifican con lo masculino o lo femenino) y la orientación sexual (atracción sexual por lo masculino o lo femenino). En ninguno de estos aspectos se encuentran diferencias entre niños criados por homosexuales y niños criados por heterosexuales.



Ya en 1983 S. Golombok había determinado que la mayoría de los niños de padres homosexuales estaban conformes con su propio género y que no tenían deseos de ser de un sexo diferente, que es exactamente lo que sucede con niños de padres heterosexuales.



Por otra parte, R. Green, J.B. Mandel, M.E. Hotvedt y otros demostraron ya en 1986 (es decir, en una época en que la homosexualidad era mucho menos aceptada que hoy) que entre grupos de hijos de madres lesbianas e hijos de madres heterosexuales no había diferencia detectable en cuanto a gustos por juguetes, ropas, pasatiempos, deportes, personajes o programas de televisión. Estudios subsecuentes sobre hijos de padres homosexuales han arrojado los mismos resultados.



El último aspecto de la identidad sexual -y el que parece causar mayor ansiedad en los ciudadanos desinformados- es la preferencia sexual, y aquí, una vez más, la ciencia (Bailey, 1995; Golombok y Tasker, 1996; Patterson, 1997, inter alia); dice que no hay diferencias detectables entre un niño criado en un hogar homosexual y uno criado en un hogar hetero. La proporción de preferencia homosexual es la misma que en la población en general, menos de un diez por ciento.



Ya que los jueces de la mayoría de la Cuarta Sala de la Corte Suprema expresaron preocupación por el entorno social de las hijas de la jueza Atala, hay que decir claramente que el desarrollo social y la adaptación al entorno de los niños criados por padres homosexuales es igual o incluso mejor que el de otros niños. C.J. Patterson, en su estudio sobre familias de San Francisco, concluye que los hijos de madres lesbianas tienen un desarrollo sicosocial absolutamente indiferenciado y que, más aún, manifiestan mayores grados de alegría, conformidad y contento consigo mismos que hijos de madres heterosexuales. Esto a pesar de que en ciertos momentos, particularmente en su adolescencia, estos niños sientan la presión de una sociedad que, como la chilena, todavía manifiesta altos grados de homofobia cultural.



La ilustrísima y desinformada opinión de los jueces (legos en esta materia, a todas luces) expresa lo siguiente, que el lector puede cotejar con lo que se ha dicho anteriormente: «Aparte de los efectos que esa convivencia puede causar en el bienestar psíquico y emocional de las hijas, atendidas sus edades, la eventual confusión de roles sexuales que puede producírseles por la carencia en el hogar de un padre de sexo masculino y su reemplazo por otra persona de género femenino, configura una situación de riesgo para el desarrollo integral de las menores respecto de la cual deben ser protegidas».



Los jueces de la mayoría dejan entrever un grado embarazoso de ignorancia y de prejuicio al apuntalar una decisión discriminatoria con argumentos que suenan bien pero que nadie que esté informado toma en serio. Razonamientos tan débiles como el de la mayoría de la Cuarta Sala indica que la calidad de la justicia en Chile -y con esto me refiero a la calidad intelectual de los jueces que representan su más alta instancia-deja mucho que desear. Las consecuencias de esta mediocridad las pagarán las niñas de la jueza Atala, separadas de su madre en un ambiente de oscurantismo exacerbado por la misma ignorancia prejuiciosa de estos magistrados. Ese oscurantismo, tan arrogante como dañino, es lo realmente peligroso para nuestra sociedad, y ya va siendo hora de que se acabe.





*Roberto Castillo es escritor y profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Haverford, EEUU.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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