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Carta abierta a Tohá, Bitar y Lagos sobre la Universidad Pública


Estimada diputada Tohá:



Le agradezco su comentario sobre la Carta a Sergio Bitar y Ricardo Lagos sobre la Universidad Pública. Recibí también algunas ideas de parte del diputado Kast, a quien tuve el agrado de remitirle además, por pedido de él, parte del Informe Bricall que ha contribuido a ordenar el debate en España sobre el tema universitario.



Estoy totalmente de acuerdo con usted en que hace falta renovar el contrato entre la sociedad chilena y las Universidades Públicas. Mientras el ministro Bitar y el profesor Brunner nos tachan injustamente y con cierta simplificación de «estatistas» (declaraciones de las últimas dos semanas), hay que estar de acuerdo con los editorialistas de El Mercurio: el pasado 5
de julio opinaban que «la Universidad de Chile ha sido olvidada por todos los gobiernos de los últimos 30 años», y que ninguna solución será posible si previamente -citamos en forma textual «el Estado no decida qué objetivos debería cumplir una universidad de esta especie en Chile». Ä„Milagro! Ä„El Mercurio pide más Estado, y Bitar menos!



Temores



Dos temores tiene cualquier miembro de la Universidad de Chile ante las acciones aparentemente erráticas del actual gobierno: que pueda haber una oscura zona en que la razón pública se entrelace de mala manera con negocios privados; y que esté ejerciendo el poder quien no está debidamente preparado para ello.



A la vez, es preciso conceder que tanto el gobierno como la sociedad deben tener también sus miedos frente a la Universidad de Chile: miedo a las posturas corporativas, y miedo a la ingobernabilidad de las universidades. Las universidades nacieron en el siglo XIII como corporaciones, y lo son hasta hoy. El corporativismo garantiza cierta cohesión, respeto por las tradiciones, seriedad y defensa de la misión institucional, pero suele ser causa de vicios: redes de protección, ficcionalidad en las evaluaciones, falta de transparencia en los procedimientos, autismo, inmovilidad y distancia ante los cambios culturales y económicos de la sociedad. Es evidente que cualquier autoridad política debe prevenir las distorsiones corporativas.



Respecto a la ingobernabilidad, las disposiciones de autogobierno sumadas a cierta tradición de lucha política radical, conducen a que a menudo la Universidad Pública se vea sometida a decisiones arbitrarias de grupos pequeños que, por la fuerza, logran ocupar físicamente algunos recintos e impiden la presencia a los demás miembros de la comunidad. El ardor épico de estas «tomas» provoca simpatía entre algunos académicos, pero deja en mal
pie las negociaciones con la sociedad. En efecto, es inconsistente defender a la Universidad Pública -por esencia abierta, sin dueños y, por lo tanto, dependiente de la ley y los reglamentos- mediante actos privados de grupos que, por muy buena intención que posean en su origen, desconocen el gobierno
institucional, violan los derechos de académicos y estudiantes y secuestran el espacio que es de todos. Pero hay más. Tratar de gobernar con eficiencia una institución como la Universidad de Chile siguiendo el ritmo del Estatuto Administrativo es una hazaña imposible e inútil.



Creo que en la Universidad de Chile existe hoy la madurez suficiente como para que los académicos puedan agruparse según sus afinidades, pero superando los vicios corporativos; y para que los estudiantes protesten, critiquen, debatan o presionen sin generar burbujas de ingobernabilidad. Siendo así, será sensato esperar que en el gobierno exista una voluntad para afrontar el tema universitario sin simplificaciones, al margen de zonas borrosas y con el debido conocimiento de los hechos.



Un pacto solemne



Una política de Estado para la Universidad de Chile, como bien lo propone usted, podría fundarse en un pacto solemne con la sociedad y con las autoridades: la institución se compromete a garantizar su propia gobernabilidad y a desterrar las prácticas corporativas; a cambio, el Estado debe proveer de los medios no sólo financieros, sino también administrativos o de gestión que garanticen un funcionamiento similar al que actualmente tienen las Universidades Públicas de los países de la OECD, en especial
aquellos cuya tradición universitaria y valórica es similar a la nuestra. Es decir, mientras los miembros de la universidad se someten a los criterios de gestión moderna, transparencia, evaluación y desempeño que se aplican en los países más desarrollados, el gobierno facilita los medios para que el
esfuerzo público tenga resultados.



Por último, tenemos que ser capaces de asentar cualquier nuevo modelo de Universidad Pública en la tradición, una tradición que en el caso de nuestro país nos honra. Como bien afirma el medievalista Le Goff (que al parecer le gusta al profesor Brunner) refiriéndose a los procesos de globalización, «la destrucción de la memoria, de la historia del pasado, es una marca
terrible para una sociedad». La Universidad de Chile representa en parte importante esa memoria. Su reinstalación sobre bases firmes será para el país una garantía de estabilidad y el retorno pleno de la dignidad al campo del saber.



Identidad y valores



En Chile, y pese a su actual penuria, las Universidades Públicas han mantenido hasta hoy la identidad que las distingue. Son establecimientos dedicados al conocimiento en condiciones de equidad, pluralismo, complejidad y respeto por la tradición, sin fines de lucro y sin ideología oficial. Sumisión no es competir, sino colaborar.



La Universidad de Chile se inscribe dentro de esta tradición de valores, que aparece en la Carta Marta de las Las Universidades Europeas (Bolonia, 1988), marco del actual proceso de homologación universitaria que allí se lleva a cabo: «la libertad de investigación, de enseñanza y de formación son el principio fundamental de la vida de las Universidades; los poderes públicos
y las Universidades, cada uno en su esfera de competencias, deben garantizar y promover el respeto a esta exigencia fundamental. El rechazo de la intolerancia y el diálogo permanente hacen de la Universidad un lugar de encuentro privilegiado entre profesores, que tienen la capacidad de transmitir el saber y los medios de desarrollarlo mediante la investigación y la innovación, y estudiantes que tienen el derecho, la voluntad y la capacidad de enriquecerse con ello. Depositaria de la tradición del humanismo europeo, pero con la constante preocupación de atender al saber universal, la Universidad, para asumir su misión, ignora toda frontera geográfica o política y afirma la necesidad imperiosa del conocimiento recíproco y de la interacción de las culturas».



Agradeciendo su interés, y a su disposición para esclarecer estos asuntos y aportar datos o inquietudes al debate universitario, se despide de usted.



*Juan Guillermo Tejeda Marshall es profesor asociado de la
Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile
(tejeda@uchile.cl).



Guillermo Tejeda (29 de junio de 2004)
Carta abierta a Sergio Bitar y Ricardo Lagos sobre la Universidad Pública

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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