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J.F. Kerry, más continuidad que ruptura


Es probable que JF Kerry, el flamante candidato del partido demócrata a las elecciones presidenciales de los EEUU, tras una reñida campaña donde la escalada verbal nacionalista y el tema de la seguridad marcarán el ritmo, se convierta en el próximo timonel del Imperio.



Pese a sus posturas generales en contra de la guerra unilateral y «preventiva» de Bush, es difícil pensar que alguien que votó por la invasión de Irak y por el Patriot Act, se dote de un pensamiento estratégico esencialmente diferente al de los halcones neoconservadores. Porque ahora, las guerras pueden ser declaradas unilateral e ilegalmente por el Imperio, para convertirse al cabo de un tiempo de forcejeos y de «realismo político» en multilaterales, es decir, legitimadas por la ONU. Es lo que acaba de suceder en Irak.



Es por lo tanto motivo de sospechas el manto de silencio que se ha tendido sobre la situación en Irak desde que Paul Bremer fue reemplazado por el embajador John Negroponte (el mismo que siendo embajador de Reagan en Honduras allá por los 80, trasformó a ese país en una base militar de los «contras» para lanzar ataques terroristas hacia Nicaragua sandinista).



Lo que se ha tratado de ocultar es la maniobra a la cual se prestó el Consejo de Seguridad de la ONU consistente en otorgarle al nuevo gobierno interino-designado en Irak, del Premier Y. Alaoui, con la resolución 1546 (votada en junio último), una legitimidad ficticia para facilitar las cosas a las actuales autoridades de Washington y dar carta blanca a una posible administración demócrata para quedarse a «reconstruir» Irak.



En un contexto de extrema fluidez de la política internacional, donde las decisiones de las elites tecnócratas (los expertos) de los centros mundiales de poder escapan absolutamente al control ciudadano, algunas declaraciones permiten evaluar el alcance de la medida del Consejo de Seguridad de la ONU, del cual Chile forma parte este año. En una entrevista difundida en la cadena pública radial NPR, el ex consejero de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski expresó: «Con una fortaleza como Embajada de los EE.UU. en el medio de Bagdad y con un ejército de 140.000 soldados bajo comando norteamericano, no se puede hablar de plena soberanía (del gobierno interino). Ä„Qué nadie se engañe!». Difícil es no estar de acuerdo con tan sensata opinión de quién fuera otrora el arquitecto del desastre soviético en Afganistán.



Sin embargo, la resolución 1546 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada por unanimidad, además de otorgar la soberanía plena al Gobierno Interino, otorgó a las tropas de ocupación americano-británicas a partir del 28 de junio, el apelativo y la calidad de Fuerza Multinacional bajo Comando Norteamericano. «El camuflaje es perfecto», escribe Franí§ois Schlosser en Le Nouvel Observateur del 17 de junio pasado, «la ONU confiere al gobierno designado por los norteamericanos la calidad de autoridad legítima frente a la ley internacional, por lo que teóricamente Irak ya no será un país ocupado», añade el investigador francés. Ä„Por obra y gracia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ya no hay tropas de ocupación! Además, este ejército tendrá durante al menos 6 meses una inmunidad de facto, debido a que los tribunales iraquíes no tendrán jurisdicción sobre ellas en caso de violación de las leyes iraquíes, según lo estipula el decreto 17 (Order 17) impuesto por el Departamento de Estado al gobierno del Primer Ministro Allaoui.



La analogía entre el Consejo de Seguridad de la ONU y aquel personaje de Quentin Tarantino en Ficción Pulposa, interpretado por Harvey Keitel, cuyo oficio consistía en disimular de manera «chic bon goűt» los crímenes y «gaffes» de ridículos gángteres con poco cerebro, pareciera ser pertinente. A no ser que la tesis de Antonio Negri y Michael Hardt, que sostiene que la ONU forma parte de lo que ellos designan como el Imperio (sistema imperial) sea cierta y que la soberanía misma de los Estados nacionales sea una ficción.



Hasta ahora, el mandato de la ONU no es reparar los entuertos del Imperio sino velar por el respeto de los tratados internacionales que garantizan la convivencia entre las naciones y tienden a pacificar la existencia humana. Pero es la esencia misma de estos principios lo que las elites imperiales se obstinan sistemáticamente en violar, haciendo tabla rasa de lo que constituye la base de una Civilización: el respeto de la norma universal de derecho, los derechos humanos y la identidad cultural de los pueblos.



La guerra de Bush por el control del petróleo iraquí -ese «oscuro objeto del deseo» de las elites imperiales-, por la que el presidenciable J. F. Kerry votó, cuenta hoy nada menos que con el aval de la ONU. Situación aberrante desde la perspectiva del Derecho Internacional. La segunda parte de la película de Michael Moore (Fahrenheit 11/9) se desarrolla ante nuestros ojos. La indignación no basta, es necesario una toma de conciencia sobre el modus operandi del proyecto imperial en su versión republicana o demócrata «soft».



Al menos algo es cierto. Si los ciudadanos de los Estados llamados soberanos y democráticos no debaten acerca de la política internacional o de las relaciones exteriores de sus Estados (de la proyección regional o global del poderío en un marco de paz) y si, por lo tanto, no controlan el mandato de sus representantes, las decisiones y votos de estos últimos en las organizaciones mundiales no corresponderán a la voluntad ciudadana de los Estados nacionales. ¿Cuántos ciudadanos latinoamericanos, después de un debate democrático y racional, votarían por otorgarle a las tropas de ocupación norteamericanas en Irak, el reconocimiento de Fuerza Multinacional y, por lo tanto, colocarlas bajo el paraguas protector de la ONU, además de legitimar como soberano al gobierno designado por las autoridades de ocupación?



*Leopoldo Lavín es profesor del departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Quebec, Canadá (leolavin@sympatico.ca).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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