Publicidad

Las armas las carga el diablo


El 21 de julio el Presidente Alejandro Toledo solicitó revisar los límites marítimos con Chile y entregó un plazo de 60 días a Chile para responder. El vicepresidente peruano, David Waisman, señaló que las Fuerzas Armadas de su país estaban preparadas para un conflicto con Chile. Molesta, la Cancillería negó toda revisión y el Presidente Ricardo Lagos expresó que se trataba de un intento de Toledo de distraer la atención pública peruana de sus problemas internos. De hecho, los líderes de la oposición a Toledo lo han apoyado públicamente este fin de semana, dándole un respiro a su debilitado gobierno. Ante este clima enrarecido, el ex diplomático chileno José Rodríguez Elizondo señaló que «las armas las carga el diablo, el énfasis en la amenaza induce actitudes amenazantes y termina con la materialización de la amenaza».



Siempre es peligroso el nacionalismo en medio de una crisis social y política de un pueblo dividido. Los gobernantes saben que si existe alguien externo a su nación a quien odiar, las tensiones internas de su pueblo se aligeran en el odio común. Todo líder sabe la sabiduría del consejo: «mantén una batalla bajo la manga». De hecho, la crisis del Estado nación es, quizás, la principal razón del «brillante porvenir» que la guerra ha tenido tras la caída del muro de Berlín. Los gobernantes debilitados y viendo a sus naciones divididas pueden alentar el nacionalismo agresivo. Ocurrió en la ex Yugoslavia y en los países de la ex Unión Soviética.



El historiador Armando de Ramón nos recuerda que los conflictos territoriales han causado graves daños a las naciones hispanoamericanas. La causa de ellos se encuentra en la imprecisión de los límites territoriales que existieron durante el período colonial. Recién independizadas nuestras naciones se enfrentaron al problema. Brasil hizo la guerra de la Triple Alianza, junto con Uruguay y Argentina, contra Paraguay, lo que le reportó adquirir nada menos que los 1.231.548 kilómetros cuadrados de la provincia del Mato Grosso. Se apropió además de la provincia de Acre, pagándole a Bolivia dos millones de libras esterlinas, a cambio de 190.000 kilómetros cuadrados y del comercio del caucho.



El general Julio Argentino Roca, luego de la campaña del desierto, conquistó la Patagonia arrebatándosela a las tribus indígenas. Esto casi nos llevó a la guerra con la Argentina. Esta se evitó reconociendo el Estrecho de Magallanes como chileno y la Patagonia como del vecino país. La Guerra del Pacífico significó para Perú y Bolivia perder, respectivamente, las provincias de Tarapacá y de Antofagasta y toda propiedad sobre el salitre. Este último quedó en manos de los ingleses. Bolivia hizo la guerra contra Paraguay por el control de la provincia del Chaco y del petróleo. La guerra estalló en 1933 y terminó con la muerte de cincuenta mil bolivianos y cien mil paraguayos. Paraguay se quedó con 168.913 kilómetros cuadrados del Chaco Boreal. Por cierto, Standard Oil y Royal Dutch Shell siguieron explotando el petróleo. Perú ha hecho la guerra contra Ecuador por la región de Mainas y Quijos en el Amazonas. En 1941, toda la frontera fue objeto de combates militares que sólo llegaron a su fin en 1942, perdiendo Ecuador su condición de país amazónico. En los noventa Alberto Fujimori se lanzó a la aventura de consolidar su desfalleciente poder interno, reiniciando hostilidades contra Ecuador. Ello terminó en un desastre para el Perú y Fujimori arrancando al Japón.



Cuando la guerra se desata, lo peor de la condición humana adquiere realidad: sólo muerte y destrucción ¿Por qué entonces aún el lenguaje bélico y las amenazas militares solapadas? Lawrence Leshan explica las motivaciones guerreras en la sicología de las personas y la cultura de los pueblos. El sostiene que, por diversas razones, los pueblos entran en lo que el llama un tiempo mítico que nos indica que nos estamos moviendo en dirección a la guerra. Las señales de ello son que aparece: 1) La idea que hay una nación enemiga que encarna el mal y que, de ser derrotada, el mundo se volverá un paraíso; 2) La idea de que actuar en contra de ese enemigo es el camino a la gloria y a alturas legendarias de existencia; y 3) La idea de que cualquiera que no esté de acuerdo con tales verdades es un traidor. Durante el tiempo mítico los seres humanos y los pueblos sentimos que las cosas se hacen más fáciles cuando sabemos muy bien quienes son «los malos» y los causantes de todos nuestros problemas. Estos son reducidos a un solo que, de solucionarse, nos traerá la paz y la prosperidad. El problema es además extremadamente simple y surge de una injusticia del otro.



Atravieso la Plaza de Armas de Concepción. Me detengo y escucho a un centenar de penquistas riéndose a mandíbula batiente. Un cómico popular hace mofa de la aspiración marítima boliviana. Antes vi un igualmente peligroso humor en «Caiga quien caiga». Un joven periodista chileno se paseaba por La Paz con un balde de playa. Estamos sembrando vientos huracanados. Me pregunto: ¿Creerá realmente el Presidente Toledo que la línea de demarcación de los mares entre Chile y Perú amerita tamañas reclamaciones? ¿Pensará que es realmente Chile la causa de los dolorosos problemas que aquejan a su país? ¿Deducirá que podrá revitalizar a su gobierno emprendiendo una escalada de declaraciones que azuzarán lo peor de los nacionalismos? Ciertamente «las armas las carga el diablo», y olor a pólvora se huele cuando entramos en el tiempo mítico.



*Sergio Micco Aguayo es abogado y cientista político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias