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La nueva realidad del trabajo

La inestabilidad, y vulnerabilidad afecta a miles de personas invisibilizadas y sumidas en las estadísticas elitistas del actual modelo económico chileno.


Cada vez que aparecen cifras sobre las tasas de desempleo, se gatilla en prensa el análisis de expertos, empresariado y autoridades de gobierno sobre los diversos factores que influyen en su aumento o disminución y en las consecuencias para el desarrollo del país.



Sin embargo, el trabajo como problemática social no ocupa un lugar destacado en los espacios de debate. Son otros los asuntos que concentran la atención de los medios, la agenda y la opinión pública. Y no es porque en este campo ocurra poco. Muy por el contrario, en la realidad del trabajo y del mundo laboral están produciéndose importantes cambios, cuyas implicancias sociales son relevantes.



Estas transformaciones se relacionan con aspectos disímiles: el tipo de producción es cada día más flexible, los procesos productivos se fragmentan, los lugares de trabajo tienden a ser menos estables, más externos y adecuados a los intereses de las empresas (trabajo a domicilio, teletrabajo, entre otros). Los vínculos laborales son difusos, las jornadas de trabajo irregulares, parciales o sobrepasan las ocho horas, la duración en los empleos es cada vez más insegura y las remuneraciones tienden a ser irregulares y variables.



Se trata de una nueva realidad, cuyos contundentes cambios están determinados por las exigencias de una economía que procura hacer cada vez más eficientes los procesos de generación de riqueza. Un contexto que para muchos ha significado la pérdida del sentido del trabajo como instancia de desarrollo de potencialidades, de creación y transformación humana y social.



El trabajo queda entonces reducido a «tener un empleo», caracterizado por la vulnerabilidad y la desprotección social. Se trata de un empleo precario, cuyas implicancias sociales se reflejan en que las personas no sólo ven debilitadas su autoestima, sino también su calidad de actor comunitario y social, así como de su sentido de pertenencia y de compromiso social.



Este fenómeno se ha expandido invisiblemente a profesionales y técnicos, pero particularmente son las mujeres quienes presentan peores condiciones laborales, sueldos más bajos, carencia absoluta de previsión y seguridad social en general. La inestabilidad, y vulnerabilidad afecta a miles de personas invisibilizadas y sumidas en las estadísticas elitistas del actual modelo económico chileno.



La precarización del trabajo es un tema que está explícitamente ligado a gran parte de las problemáticas sociales actuales. Pero sucede, como con otros temas importantes, que se quedan apenas en el análisis coyuntural.



Un estudio publicado recientemente sobre el trabajo precario en la VIII Región, recoge experiencias en el área del trabajo a domicilio, recolección de frutos silvestres y mujeres temporeras, y las iniciativas impulsadas por un grupo de organizaciones no gubernamentales ONGs en el área del respeto de los derechos y dignidad de las personas.



En todos los casos, la clave para el mejoramiento de sus condiciones fue la asociatividad y el fortalecimiento de las capacidades de organización de trabajadores y trabajadoras. Se conjugó el acompañamiento y la asistencia, con el desarrollo de su actoría social, incentivando la articulación, reflexión y propuesta.



Y es que el trabajo constituye uno de los mecanismos fundamentales de integración social, de participación y acceso a la seguridad social, pero el proceso de resignificación que éste ha sufrido, implicó que la vivencia colectiva que se desarrollaba a través del tipo y lugar de trabajo se alterara profundamente. Esa idea de identidad, de pertenencia a un grupo, de capacidad de actuar en conjunto para conseguir mejoras en las condiciones laborales ya no existe.



Es en medio de esta realidad social, tan compleja y cambiante que las organizaciones no gubernamentales intentan demostrar que las tareas sociales están íntimamente vinculadas a las del desarrollo y a las de profundización democrática. También nos revelan la necesidad de llevar a la práctica y no dejar como letra muerta la orientación que entrega la Organización Internacional del Trabajo (OIT), al plantear que: «el trabajo decente es aquella ocupación productiva que es justamente remunerada y que se ejerce en condiciones de libertad, equidad, seguridad y respeto a la dignidad humana».





*Mauricio Laborde es vicepresidente de la Asociación Chilena de ONGs, Acción.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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