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Gemita y el Lobo

Lo trágico no es sólo que el lobo puede estar a punto de devorar ovejas que las mentiras han vuelto inermes, sino que si los cuentos de Pedrito son falsos ya no tendremos modo de saberlo.


Usted puede decir falsedades siendo veraz, y puede mentir diciendo la verdad. Pero uno no puede mentir y ser veraz al mismo tiempo. ¿Le parece un juego de palabras enredado?. El asunto es simple si uno lo considera con cierta atención. La veracidad y la verdad que suelen asimilarse como si se tratara de lo mismo, son cosas algo diferentes.



Uno es veraz cuando lo que dice sobre un acontecimiento determinado calza con la percepción que uno tiene de él, o con lo que recuerda o cree haber visto o escuchado sobre el mismo hecho. Uno dice la verdad, en cambio, cuando lo que uno declara se corresponde con los hechos.



En el primer caso, uno tiene un acceso privilegiado a los estados subjetivos sobre los que está declarando: uno tiene la convicción de que el auto en el que huyeron los asaltantes era rojo y descapotable, está seguro que apagó la cocina antes de salir de casa y de que no llueven monedas de oro desde el cielo. En el segundo caso, nuestro acceso a la realidad tiene todas las limitaciones que nuestros pobres sentidos nos permiten: estaba muy oscuro en ese momento para verle bien la cara, el ruido ensordecedor de la taladradora no le dejó apreciar bien si se trató del llanto de un bebé, del maullido de un gato, u otra cosa.



Más encima, esa percepción imperfecta de la realidad queda registrada en el soporte frágil de nuestra conciencia, una página tan delicada y efímera que hasta lo más insignificante es capaz de borronearla, distorsionarla, o destruirla. Dicho brevemente: uno puede estar seguro de que cree haber visto un ovni, de que apagó el calefón antes de salir, y de que escuchó claramente sus amenazas , pero no de que lo haya hecho.



Uno tiene un acceso privilegiado a su propia conciencia, y si lo desea basta una simple introspección para encontrarse allí con sus sentimientos, sus recuerdos, sus temores, esperanzas y anhelos. Ese acceso privilegiado le pone a uno en una situación única, sólo uno puede saber si lo que está diciendo sobre sus estados internos es cierto o no.



Mi verdad, esa que atañe a lo que siento y pienso, es algo que los demás no tienen más remedio que aceptar. La verdad, en cambio, no depende del acceso que tengamos a nuestra propia conciencia sino a la capacidad bien limitada que tenemos de trascender nuestra subjetividad y de salir al mundo de allá afuera.



La verdad, entonces, es un consenso que diferentes subjetividades alcanzan respecto de la existencia de cosas en el mundo que intersubjetivamente comparten. Este consenso que de ordinario es trivial y no cuestionamos, a veces queda roto adquiriendo un carácter tan problemático que amenaza con no poder ser reconstruido jamás.



Que el libro está sobre la mesa, que hay palomas en la Plaza de Armas y que O’Higgins es el padre de la patria son verdades que nadie cuestiona ni tiene objeto cuestionar. Que si Pedro fue el asesino de Juan, que si hubo vida en Marte o si la Monroe se suicidó o fue asesinada, son ejemplos de cuan problemático puede llegar a ser el alcanzar consensos sobre la verdad.



La verdad es algo tan esquivo que más de un filósofo se ha preguntado si vale la pena fundar la convivencia social sobre bases tan frágiles y elusivas. Lo importante es ser veraz y no tanto si lo que uno dice es cierto o no porque después de todo uno puede equivocarse.



Volviendo a nuestra afirmación del comienzo, Ud. puede ser veraz en cuanto a que cree haber visto a Nessie asomando su largo cuello fuera de las negras aguas de Loch Ness, y sin embargo es perfectamente posible que lo que dice no sea cierto. Somos falibles y por ello lo que podemos exigir, entonces, es veracidad y no verdad.



Así como en el cuento musical de Prokofiev «Pedrito y el lobo», lo que dudamos en el caso de Gemita Bueno no es tanto si lo que dice es cierto o no, eso era al principio, o al menos hasta antes de las declaraciones de la semana pasada. Uno se sentía tentado a creer que ella era veraz, al menos, en cuanto a lo principal y que las discordancias entre lo que ella recordaba y lo que sucedió podían deberse a infinidad de situaciones derivadas de la vida desordenada y difícil que le tocó vivir. A muchos les resultaba verosímil que olvidara fechas y circunstancias o que las confundiera, después de todo eso le ocurre a los que transitan en el medio del sopor que producen las drogas. Eso explicaba incluso que largos meses se transformaran de pronto en unos cuantos días u horas incluso. Todo eso podía ser. Uno podía inventarse o confundir muchas cosas, pero el abuso no, eso no. Y además estaba lo de las marcas corporales, ¿cómo pudo inventárselo o acertarlas con tanta precisión? Eso claro suponiendo que así fuera, porque ninguno de nosotros ha tenido acceso al expediente como para saber si las descripciones físicas son todo lo exactas que se supone que son.



Pero eso era antes. Ahora el tema es peor, porque ya el asunto no es si sus afirmaciones son verdaderas o falsas, si no que no podemos discriminar razonablemente cuando Gemita Bueno ha sido veraz y cuando no. Y como ella es la única que tiene acceso a su propia conciencia, sólo ella puede contarnos sobre lo que recuerda que vivió o que sufrió. Y como decidió contarnos en cada ocasión una cosa distinta, y habría que decir que escandalosamente distinta, entonces tenemos motivos de sobra para no creerle nada, igual que en el famoso cuento de Prokofiev. Quienes asumen que las últimas declaraciones son las verdaderas se equivocan completamente. Lo único que alguien razonable puede asumir es que todas sus declaraciones, desde la primera hasta la última son indignas de crédito. Y cuando eso sucede, la verdad se nos escapa irremediablemente, porque la moraleja de todo esto, igual que en el cuento, es que quien miente puede estar diciendo la verdad.



Lo trágico no es sólo que el lobo puede estar a punto de devorar ovejas que las mentiras han vuelto inermes, sino que si los cuentos de Pedrito son falsos ya no tendremos modo de saberlo. Aunque el lobo se haya vuelto vegetariano seguirá gozando de mala reputación. La meta de la verdad, hacia la cual el camino de la veracidad suele quedarse corto, no es por lo general un objetivo sensato. La proscripción de la mentira, en cambio, es una cuestión fundamental, pues la veracidad es la piedra filosofal sobre la que se equilibran las frágiles relaciones humanas. Gemita Bueno nos ha enseñado con sus mentiras -vaya paradoja- el valor de la veracidad.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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