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Reducir la jornada laboral enriquece la vida democrática

Cuando la duración del tiempo en torno del trabajo, incluidos los traslados, es muy prolongada, como en Chile, el tiempo de descanso o libre, se reduce, en la práctica, sólo a reponer cansancio para volver a trabajar. No queda tiempo objetivo ni energías suficientes para emprender actividades de otro tipo durante un día ni de dar cabida a otras inquietudes.


El 1 de enero de 2005 se reducirá para los chilenos la jornada laboral en tres horas semanales: no podrá durar más de 45. Éste no es sólo un problema legal ni circunscrito al ámbito de las relaciones en las empresas sino que puede ser, además, un asunto de verdadera importancia para la vida ciudadana y el país en su conjunto.



En las últimas semanas el tema se ha vuelto a colocar en forma polémica entre los actores político-laborales. Algo se muestra claro para todos: la jornada laboral es muy prologada medida en horas diarias o en horas durante todo el año.



A diferencia de las posiciones que se esbozaron en torno de la discusión frente a la Reforma Laboral del 2001, en mi opinión marcadas exclusivamente en los costos económicos del asunto, ésta vez, si bien este factor se reitera de parte de sectores del empresariado, han aparecido otros aspectos en el debate. Los efectos sobre la calidad de vida de las personas, sobre la productividad de su trabajo y sobre las posibilidades de un mejor desarrollo en la vida familiar de todos los que trabajan.



Cuando la duración del tiempo en torno del trabajo, incluidos los traslados, es muy prolongada, como en Chile, el tiempo de descanso o libre, se reduce, en la práctica, sólo a reponer cansancio para volver a trabajar. No queda tiempo objetivo ni energías suficientes para emprender actividades de otro tipo durante un día ni de dar cabida a las otras inquietudes o intereses que todas las personas tienen, diferentes a los que desarrollan en su actividad laboral.



Cuando la jornada es muy larga y se está fatigado, el trabajo sigue viajando en cada uno después de él y la desconexión se produce recién cuando dormimos, si el sueño es reparador. De tal manera que conectarse con la dinámica de otros espacios sociales, que tienen sus propias lógicas y ritmos, requiere de un esfuerzo especial que no se sortea siempre con éxito, lo cual produce irritabilidad y frustra expectativas, de manera que terminamos por evitarlos.



Las relaciones familiares, como otras relaciones, tienen pautas propias. Los hijos tienden a esperar la llegada de sus padres en la tarde para jugar, hacerles preguntas, acusarse o, según las edades, oponérseles. Y resulta frecuente que una jornada prolongada no permita disponibilidad anímica para ello, sin resultar excepcional en algunos días que la imagen ideal del descanso sea encontrarse con la familia dormida.



Un país se hace más rico cuando todos sus habitantes cuentan y participan en el desenvolvimiento del conjunto de la vida ciudadana y no sólo en tanto buenos productores de bienes o prestadores de servicios. Ni siquiera sólo como buenos jefes de familia.



Cuando participan y aportan en su vida de barrio donde residen, en organizaciones de vecinos, comunidades sociales, deportivas, religiosas o, simplemente, cuando caminan con tranquilidad las calles donde viven. Cuando saben y buscan conocer qué sucede en el país más allá de su lugar de trabajo y su reducto familiar y quieren y son capaces de pronunciarse respecto de ello. Cuando entienden y se pronuncian sobre qué significa para el país y para cada uno de ellos firmar un tratado de libre comercio, participar en un proceso de integración regional. Cuando es posible tener acceso e incorporarse activamente al mundo de la cultura en cualquiera de sus expresiones. Cuando hay energía para estos nuevos emprendimientos, que no tienen recompensación monetaria, sino de otro tipo.



El tejido social, propio de una democracia sólida, puede irse recomponiendo y hacerse denso en la medida en que los ciudadanos sientan que el país les pertenece también, que en ese entramado su opinión vale y su acción pesa. En la medida en que no atraviesan apurados todos los días sus ciudades fantasmas, sino que son parte real de ellas.



Pero, ya dijimos, esto requiere una disposición, que en buena medida la otorga la posibilidad de disponer y organizar los propios tiempos. La reducción de la jornada laboral es una oportunidad para el país, de tener más de sus ciudadanos. Puede mirarse así también: como una ganancia y enriquecimiento social y democrático de largo plazo.



Magdalena Echeverría. Departamento de Estudios. Dirección del Trabajo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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