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El verdadero cambio: feminizar la política

Para que importe votar se necesita, no sólo legislar por la inscripción electoral automática, sino tener una oferta política interesante y creíble, convocante y movilizadora, en que los ciudadanos perciban que tiene sentido expresar sus preferencias.



Los datos de la reciente elección municipal destacan un par de hechos que deben constituir un punto de partida para enfrentar el futuro próximo. El primero de ellos es que, si bien la derecha tuvo una baja electoral y aumentó su brecha con la Concertación, la coalición gobernante -que resultó beneficiada de lo anterior- no capitalizó tal resultado con mayor adhesión popular, creciendo la abstención, por una parte, y, por la otra, el voto de la izquierda extraparlamentaria. El segundo, es que se acabó para la derecha la consigna del cambio y éste nuevamente puede volver a pertenecer, si la Concertación hace una lectura correcta, a su dominio.



No obstante la distancia entre ellas y la clara supremacía de la Concertación, ambas coaliciones comparten un comportamiento político que provoca malestar y rechazo en casi un tercio del electorado del país que está inscrito y en un contingente superior a los 2 millones de potenciales electores que no se inscriben en los registros electorales. La suma de ese universo de abstencionistas (cercano al 20%), de votantes que se expresan por corrientes políticas extraparlamentarias (del orden del 10%) y del amplio contingente que no ha querido inscribirse, es la gran deuda política que acosa a ambas coaliciones y que definirá las próximas contiendas electorales.



La abstención electoral y la automarginación del padrón electoral se rompen con dos condiciones: cuando el voto importa y cuando importa votar. Para que el voto importe, al menos para las parlamentarias se requiere cambiar el sistema binominal que hace irrelevante el ejercicio del voto y le entrega al sistema político y a los partidos la decisión. Para que importe votar se necesita, no sólo legislar por la inscripción electoral automática, sino tener una oferta política interesante y creíble, convocante y movilizadora, en que los ciudadanos perciban que tiene sentido expresar sus preferencias.



De modo que, aún si importa la inscripción electoral automática y reformar el vigente sistema binominal, urge asumir la verdadera madre de todos los cambios, la que tiene que ver con las prácticas políticas, con su ejercicio y sus reglas.



Las actuales coaliciones y sus partidos no parecen proporcionar una oferta por la que valga la pena movilizarse, no al menos para el 20% que se abstuvo en las municipales, ni para quienes porfiadamente siguen sin inscribirse, ni para el 10% que manifiesta opciones por fuerzas políticas extraparlamentarias, no por convicciones antisistémicas, sino por visiones alternativas que quedan excluidas del restringido juego político que ofrece el binominalismo.



Diversos análisis señalan que la emergencia política de las mujeres se explica en atributos que la actual política no tiene: calidez, cercanía, empatía, subjetividad, afectos. Varias encuestas hablan de los atributos que se le piden a la política y que son catalogados de femeninos, tales como honestidad, dedicación, perseverancia, esfuerzo, valores. Pero todos estos atributos que son percibidos como femeninos, no son necesariamente encarnados por mujeres. Más bien, diversos estudios indican que hombres y mujeres pueden ser portadores indistintamente de atributos femeninos y masculinos. Y así parece evidenciarlo la realidad.



En su momento, Lavín encarnó varios de estos atributos femeninos que, en el ejercicio de sus funciones como conductor de la alianza de derecha, ha ido perdiendo, masculinizando su liderazgo, En igual medida, no son pocas las mujeres que ejercen el poder con los rasgos de la política actual, percibida como masculina: conflictiva, distante, pragmática, vertical, excluyente, fría.



En otras palabras, uno de los mayores reclamos de cambio está en el ejercicio y comportamiento de la política a la que se desvaloriza, no intrínsecamente, sino por sus prácticas.



El gran capital de cambio que exhibía Lavín y que ha estado perdiendo, ha sido apropiado por emergentes rostros de dos mujeres que, si bien son parte de la Concertación y militantes de sus partidos políticos, no provienen de sus liderazgos tradicionales, no han sido promovidas por éstos e, incluso, no cuentan con todo el apoyo de las elites partidarias y del poder. Y esas mujeres resultan ser el capital simbólico más importante que puede ofrecer la Concertación. Pero será insuficiente, a menos que los propios partidos decidan apoyarlas sin condiciones, con lo que ellas son y con lo que tienen para aportar en su especificidad, no absorbiéndolas en las lógicas partidarias internas, ni en sus estilos tradicionales. Con esos rostros de mujer, partidos al servicio de, trabajando para, sumándose a, haciendo política con los partidos, pero no desde los partidos.



El verdadero cambio es, entonces, feminizar la política, a condición de que no haya una lectura simplista de lo que eso significa y que no se reduzca a puro cambio de estilos, omitiendo sus contenidos.



Feminizar la política, otorgándole atributos que aumenten su credibilidad y fiabilidad no excluye, sino al contrario requiere buenas ideas, propuestas sentidas, miradas y proyecto de país en que los valores ocupen un lugar central. Feminizar la política tiene mucho más de valores que de marketing, tiene mucho más de ideas y sueños que de afiches coloridos y enunciados de medidas. Porque con valores, principios, ideas y sueños habrán de proliferar miles de iniciativas concretas, de medidas y propuestas de acción anunciables en los instrumentos de difusión de campaña. En cambio, millares de afiches, jingles y eslogans con miles de anuncios de medidas y acciones no hacen un proyecto de país, no construyen un sueño, ni expresan valores.



Clarisa Hardy. Directora Ejecutiva Fundación Chile 21.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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