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Las guerras culturales


¿Por qué los norteamericanos odian la política? ¿Por qué la mitad de ellos ya ni siquiera se molesta por concurrir a votar? ¿Por qué el malestar con sus instituciones, Casa Blanca y Capitolio incluidos? Estas son las preguntas que se hace E. J. Dionne, Jr, Doctorado en Oxford y columnista del Washington Post. Sus reflexiones siguen teniendo plena validez tras la reelección de George W. Bush, atizando el neoconservadurismo. Sus disquisiciones acerca de los cuarenta últimos años de política norteamericana nos pueden también servir además a los chilenos para no cometer los mismos errores que nuestros vecinos del norte.



Para Dionne Jr., Estados Unidos vive una guerra civil cultural desde los años sesenta. Una serie de batallas culturales pusieron en tensión y contradicción a la sociedad civil y a las instituciones políticas. Se puso sobre el tapete la falta de integración racial y desencadenó el movimiento de los derechos civiles. Desde California llegó «la revolución de las flores» que se propuso enfrentar la tríada patriarcalismo, productivismo y militarismo. Se desencadenó el feminismo que propuso la igualdad de géneros. El movimiento de los homosexuales reclamó la no discriminación. La píldora anticonceptiva terminó de separar sexualidad de reproducción. Finalmente, la Guerra de Vietnam demostró las insuficiencias, lados oscuros e injusticias de la democracia más antigua del mundo.



Richard Nixon se planteó como el candidato de la «ley y del orden» y venció sorpresivamente. Era 1968, el año del asesinato de Martín Luther King y Robert Kennedy. El republicanismo sería el representante de quienes creían en la vida, la familia, el control del delito y el patriotismo. Por otra parte, los hegemónicos demócratas vieron cómo el sur del país, tradicional bastión demócrata, horrorizado ante el avance de la gente de color, giraba hacia los republicanos. El feminismo, el movimiento de los derechos civiles, las minorías sexuales y nacionales, ecologistas, antimilitaristas y pacifistas hicieron del partido demócrata la «coalición del arco iris». Los trabajadores y la baja clase media empezaron a dudar de su partido, el del «New Deal» y de F.D.Roosevelt.



Desde ahí para adelante, la política norteamericana se fue polarizando en falsas opciones y en excesos ideológico-culturales. Reducir todo el debate y las soluciones a optar entre liberales y conservadores constituye un marco político demasiado estrecho, mentiroso, desalentador. Entre otras razones porque ambas familias políticas no tienen respuestas integrales y coherentes para los problemas que aquejan a los norteamericanos.



Los republicanos neoconservadores reclaman «familia, trabajo y vecindario» y que las comunidades sean las que normen lo relativo a sexualidad, pornografía o educación de los niños. Pero no son capaces de asumir que tales valores requieren de un gobierno mucho más fuerte que lo que el neoliberalismo está dispuesto a aceptar. Los liberales son fuertes cuando reclaman justamente que el Estado debe promover derechos sociales para garantizar una igual libertad para todos. Pero se sienten extremadamente incómodos cuando se enfrentan al hecho que una comunidad sana requiere de ciudadanos virtuosos y familias fuertes. ¿Cómo si no combatir así la delincuencia, la drogadicción, la violencia, o el embarazo adolescente?



Sin embargo, debido a un esquema bipartidista, inevitablemente se tiende a polarizar temas que no aceptan las categorías «negro o blanco». Los norteamericanos tienen instintos liberales y valores conservadores … Ä„Ä„al mismo tiempo!!. Ellos creen en la libertad de la persona humana, pero saben que ella sólo puede existir viviendo en una comunidad tan pluralista como ordenada. Sin embargo, estrategas electorales, líderes políticos y comunicadores sociales simplifican las cuestiones morales hasta la caricatura. Se polarizan los temas culturales en la forma que uno de los dos bandos se lleve la mayoría a sus arcas electorales.



Se obliga así a los norteamericanos a concurrir a votar por verdaderos «paquetes cerrados» de credos tan incoherentes como insuficientes. Sin embargo, el sentido común de los norteamericanos se resiste a aceptar estas falsas opciones que se expresan en «esto o lo otro». No, los norteamericanos quieren «esto y lo otro».



Ellos consideran que la inserción de la mujer en el mundo del trabajo es positiva y ello no exige ni el abandono de los niños o la denigración de la mujer ama de casa. Se resisten a sostener que deben optar entre la homofobia más intolerante o la aceptación de los matrimonios entre homosexuales. No creen que la libertad de expresión signifique aceptar el falso dilema pornografía o censura. Creen que la libertad personal y de empresa supone Estados fuertes que regulen sabiamente el mercado. Reclaman que la política en pro de la familia no pasa por aceptar la violencia intrafamiliar o el despotismo machista. En fin.



La política es un difícil y noble arte que consiste en resolver los problemas y acabar con las disputas. Se trata de encontrar los remedios que permitan el buen gobierno de la sociedad. Mientras una mayoría consistente de norteamericanos no vea esa predisposición entre sus líderes continuarán odiando la política.



Sergio Micco Aguayo. Director ejecutivo del CED.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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