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Irak, doctrina militar y democracia


Pese a la política errática de la Casa Blanca en Irak, que augura más fracasos para 2005, la revista norteamericana Time eligió al Presidente Bush para su última portada del 2004. Es la tradicional edición del popular semanario donde se destaca a un personaje o acontecimiento significativo del año.



Al observador internacional le impresionan la lentitud y pesadez de la máquina bélica y política norteamericana en Irak, sobre todo si se la compara con la habilidad de los estrategas republicanos para legitimarse en la escena interior. Pareciera que esta contradicción se inscribe en la esencia misma del dispositivo de poder imperial.



El modus operandi en la proyección de la potencia en el plano militar, político, ideológico y diplomático de Washington en la escena internacional es materia de observación y de fino análisis de los rivales en potencia. Hasta ahora la lista incluye a China, Rusia y la Unión Europea. Pero incluso los Estados enanos tendrían interés en analizar las incoherencias jurídicas de la Casa Blanca y los supuestos ideológicos del pensamiento estratégicos de su fuerza armada.



Irak post-Sadam no es una vitrina de exposición del poder de las virtudes de la ideología neoconservadora en su capacidad de exportar por la fuerza la «libertad» y la «democracia». Se trata más bien de un laboratorio panóptico donde actores clave de la escena política mundial analizan los errores y debilidades del dispositivo militar y doctrinario de la superpotencia. La llamada asimetría de los conflictos contemporáneos se revela allí con crudeza.



El martes 12 de diciembre pasado, en una base militar norteamericana en Mosul, un osado y sorpresivo ataque suicida causó 19 bajas al Marine Corps, dio muerte a cinco civiles que colaboran en las llamadas «tareas de reconstrucción» y dejaron un saldo de 60 heridos.



Hecho sintomático, a algunas semanas de las elecciones programadas para crear la ilusión de que una democracia opera en Irak, la guerrilla iraquí -pareciera ser de corte sunita- puso de manifiesto su protagonismo central en el complejo proceso político de la nación ocupada.



Es tan evidente que no hay condiciones para generar un gobierno legítimo en Bagdad, que tanto el Washington Post como el New York Times llamaron a posponer las elecciones del 30 de enero próximo.



La capacidad de regeneración de la insurgencia iraquí es una realidad que subestimaron los estrategas del Pentágono. Cayó Faluya, pero el territorio iraquí sigue siendo un polo de atracción de lucha de diversas tendencias iraquíes, árabes y político-religiosas contra la ocupación y el proyecto imperial en Oriente Medio.



Sin embargo, la prensa norteamericana sufre aún del síndrome del triunfo de los republicanos y se encuentra bajo el embrujo de las fiestas para celebrar a Bush II. Los fabricantes de opinión, en pana de ideas, no proponen otra cosa que no sea el aumento de tropas.



Donald Rumsfeld, en Kuwait, el recién confirmado Patrón de la Guerra -Ministro de la Defensa, responsable civil del Pentágono-, quedó atónito frente a las quejas de soldados que en una base militar en Kuwait denunciaban las carencias logísticas y los bajos sueldos de la superpotencia militar y tecnológica. Su respuesta dejó perplejos a una buena parte de la opinión publica norteamericana al declarar: «Hacemos la guerra con el ejército que tenemos».



Al malestar generalizado de las tropas se añaden problemas de baja de la moral combatiente que anuncian un problema de credibilidad de la guerra: la disminución notable del reclutamiento de voluntarios para las Fuerzas Armadas norteamericanas.



La denuncias repetidas de tortura de detenidos en la base norteamericana de Guantánamo revela que para las autoridades militares las violaciones a los DD.HH. son un procedimiento normal, un comportamiento sistémico aceptable. Además, una serie de e-mails del FBI recién difundidos señalan que el presidente avalaba la «metodología». Ante tal aberración, el Decano de la Facultad de Derecho de Yale, Harold Koh, dijo al Financial Times: «La idea de que el presidente tiene el poder constitucional de permitir la tortura es como decir que tiene el poder constitucional de cometer genocidio».



En el estricto plano diplomático, la ofensiva de las elites republicanas contra Koffi Annan no dio frutos inmediatos. El Secretario General de las Naciones Unidas, un protegido de la demócrata y ex diplomática del Presidente Clinton, Margaret Albrigth, obtuvo apoyo de peso ante los ataques provenientes de personalidades de Washington que buscaban salpicarlo con las acusaciones de corrupción hechas en contra de su hijo.

Es evidente el interés de los EE.UU. por tener un nuevo Secretario General de la ONU «receptivo» al proyecto imperial. Alguien que les dé una manito para salir del empantanamiento al que los llevó la incapacidad intelectual de los estrategas neoconservadores de prever la espiral del caos en Irak.



Doctrina militar en tiempos del Imperio



¿Cómo procesarán los ciudadanos y las elites militares del mundo los horrores de esta guerra imperial contra el «terrorismo»? ¿Habrán lecciones?



Muchas FF.AA. latinoamericanas recién comienzan a reflexionar sobre su identidad y su inserción en regímenes más o menos democráticos. Lo hacen después de años de ejercicio del poder arbitrario y «preventivo» que los llevó a adoptar una política de violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos.



En sociedades como la chilena, la elite militar y sus cuadros pensantes no pueden ignorar la demanda democrática de cambios en la institución militar, a menos de perder legitimidad. Los operativos de cosmetología castrense no bastan para lavar el deshonor del pasado. Por el momento, hay que impedir, por medio del debate, que faltos de doctrina en un mundo unipolar, la jerarquía castrense se vea tentada de adoptar ideas foráneas que desvirtúen la función militar en un orden democrático.



Un auténtico pensamiento democrático para los «ciudadanos en armas» no puede provenir del ejército imperial norteamericano donde la tortura, el no respeto por la Convención de Ginebra y el desprecio de los códigos de honor del guerrero son la norma. Las FF.AA son un medio de proyección de la potencia y sus objetivos son definidos por la política exterior de una Nación soberana. Según la teoría democrática, la doctrina militar y de seguridad no se construye intra muros de los cuarteles, sino que de manera transparente, en un debate público cuya finalidad es la búsqueda de valores compartidos en el marco de un Estado de Derecho.



En el mundo del Imperio, los ciudadanos tienen que reflexionar sobre las fuentes y los presupuestos ideológicos de las nuevas doctrinas militares que pretenden enfrentar amenazas que muchas veces son productos de delirios de poder o de un neocolonialismo disfrazado en «derecho de injerencia humanitario».



El carácter de los pactos y tratados militares regionales y continentales, al igual que la formación militar de los futuros oficiales y conscriptos en los institutos militares, tienen que ser supervisados por los representantes del pueblo. Es la democracia misma así como los derechos y libertades civiles de los ciudadanos los que pueden estar en juego. Las elites militares y políticas deben ser conscientes y asumir sus responsabilidades. Ä„Al debate ciudadanos!



Leopoldo Lavín Mujica es un profesor universitario chileno de Filosofía, radicado en Quebec, Canadá.










  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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