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Niños, sexo y drogas


Hace pocos días el abogado Camilo Salvo afirmó que «meterse con las hijas, las primas y las sobrinas a las piscinas y nadar en pelotas, como dice la gente» es propio de personas de una situación socioeconómica que «no es la misma que la de usted o la mía». Estas no son mis palabras, es más desconozco los hábitos y ritos con que la rancia burguesía agraria nacional acostumbra enfrentar los plácidos días contando -los más avezados- cómo crecen infinitamente sus fortunas a costa de regímenes tributarios, ambientales y laborales bastante parecidos al modelo asiático y lejanos al crecimiento con equidad, que, según observamos a partir de los últimos datos sobre distribución de la renta en Chile, hoy parece una quimera.



Lo cierto, a menos que los cargos por los que se investiga al Senador Lavandero sean distintos a los enunciados por el Fiscal Armendáriz en la formalización iniciada en su contra, es que estamos en presencia de menores de edad, en situación de vulnerabilidad y bastante ajenos del retrato de época con que el defensor del Honorable nos ha querido ilustrar.



Sucedió con la desafortunada investigación a raíz de las «Fiestas Spiniak», en la que alguien mintió. Al parecer la marca de una antigua cirugía de un Honorable, era lo suficientemente vistosa y conocida como exculpatoria, de modo que el centro de preocupación giró en proteger la honra del Senador Novoa. Más aún, el Cardenal y demás jerarcas de la Iglesia se disculparon a domicilio por haber dudado de la misma y por haber avalado a un sacerdote demasiado obsesionado con la protección de niños en franco desamparo.



Digamos en todo caso, que la absolución cardenalicia vino en medio de una investigación judicial aún en marcha, por lo que el reproche jurídico, si es que lo hubiera, ya no importa y la censura a pederastas tampoco. Por lo demás, todavía está pendiente la posible responsabilidad civil de la Iglesia Católica por daños causados por agentes de ésta a niños y niñas abusados sexualmente.



Es lamentable, en todo caso, que los ausentes de sermones y contriciones a domicilio, de plegarias y preocupaciones palaciegas, y de peticiones a San José María Escrivá, sean precisamente los niños y niñas abusados y abusadas sexualmente.



La investigación que dirige el Fiscal Armendáriz ha adoptado algunas afortunadas decisiones en orden a proteger a éstos, en tanto víctimas y en tanto testigos. No ha sucedido lo mismo con los que desafortunadamente fueron objeto de abusos, en las investigaciones de Santiago, cuyos testimonios han sido desvirtuados, puestos en entredicho y finalmente olvidados.



Se ha violentado de tal manera a estos menores, que las defensas descansan en la premisa que la víctima indigna expuesta al daño no puede demandar su reparación. Así, el discurso racional se sostiene en desacreditar a la misma como sujeto jurídicamente viable y se nos expone -me expreso en plural pues el receptor del discurso es el Juez y mucho más importante usted y todos los que componemos la sociedad-, que si un niño de 13 años dice haber sido abusado por este señor que es un importante político, y ese menor es además consumidor de pasta base, marihuana o chicota, no es razonable ni aconsejable procesalmente estarse al testimonio de este menor que al de este notable «hombre de Estado».



Es más, se nos sigue argumentando que es posible que este menor de 13 años, de iniciales tales y cuales, que es reconocidamente prostituto en las calles de la cuidad, pueda hablar o decir que lo abusó tal o cual persona, pues con bastante suerte puede retener datos más bien elementales con los que transar algo por un poco de pasta base, que lo libere temporalmente de la angustia que padece.



Este discurso necesariamente olvida que el menor de 13 años es un niño o niña, lo hace invisible e ignora que aquel niño es sujeto privilegiado del sistema de Derechos Humanos de Naciones Unidas, al menos formalmente así lo ha declarado el Estado de Chile.



Este niño o niña, efectivamente puede ser consumidor de pasta base, marihuana o chicota, muy probablemente está fuera del sistema escolar y todavía más factible aún, que registre a estas alturas una vasta anotación penal. Incluso más, lo único que sabe es que fue violado o violada por un señor de la tele o mejor dicho, que aparece en la tele, y claro esos son muchos potenciales victimarios y generalmente poderosos e influyentes.



Estos niños y niñas explotados y abusados sexualmente son los protagonistas invisibles de estas historias y de ellos, el 66% no está integrado al sistema escolar y en el caso que lo hagan, están en escuelas públicas donde el 6,2% consume pasta base, según muestras recientes del Sename y Conace. Son niños de la calle, que se encuentran en una posición de vulnerabilidad tal, que sus derechos fundamentales se violan sistemáticamente y ello los hace ser frecuentemente victimizados.



Las estrategias de defensas que veremos en los próximos días, y que no serán muy distintas a las de los imputados en el denominado Caso Spiniak, seguirán consistiendo en desacreditar los testimonios de los niños y niñas abusados. Y por ello, nuestra preocupación extra procesal debiera girar alguna vez en serio, en determinar quiénes son estos niños o niñas que están en situación de vulnerabilidad tal, que cuando son violados, sometidos a las más rudas fantasías de alguno que otro respetable señor, ni siquiera pueden exigir ser escuchados y acogidos.



Así podremos protegerlos de la argumentación fácil que tales o cuales niños o niñas de 11, 13 o 15 años eran prostitutos, eran adictos a la pasta base, marihuana o chicota, o que por un par de zapatillas Nike consienten ser sodomizados. Hoy sólo sabemos que estos niños y niñas fueron violados por algún señor que sale en la tele.



Estos niños y niñas -usted, abogado Salvo, concordará conmigo-, no pertenecen a ese entorno social como el que usted describió en que su Honorable defendido se bañaba «en pelotas».



Luis Correa Bluas.Abogado. Master en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III de Madrid. Magíster (c) en Derecho por la Universidad de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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