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Democracia, esa potente adicción

Las sociedades libres son aquellas en que se protege el derecho a disentir. Como contraste, en las sociedades del miedo, disentir está prohibido. Se puede determinar que una sociedad es libre aplicando el test de «la plaza de la ciudad»: si puedes caminar hacia una plaza y decir lo que deseas sin ser castigado, estás en una sociedad libre. De lo contrario, se trata de una sociedad del miedo.



Hace algún tiempo apareció en Occidente el libro de Nathan Sharansky, antiguo disidente y prisionero político en la ex Unión Soviética: «El caso de la Democracia. El poder de la libertad para sobreponerse a la tiranía y el terror».



Natan Sharansky fue galardoneado en la época de su liberación con la Medalla del Congreso de EE.UU: por su valiente lucha por la libertad, aún durante los quince años pasados en el gulag.



Sharansky sostiene que para escribir su libro, se inspiró en aquellos que son escépticos en el poder de la libertad para mejorar el mundo. Sentía que los argumentos de esos escépticos debían ser respondidos en forma imperativa y dividió los argumentos de los escépticos en tres categorías: primero, que no todo el mundo desea la libertad; segundo, que la democracia en ciertas partes del mundo puede ser peligrosa; y tercero que es poco lo que las democracias pueden hacer fuera de sus fronteras, en pro de la libertad de otros países.



Ese escepticismo es el mismo que se escuchaba dentro de la ex Unión Soviética, cuando muy pocos creían se pudiera lograr una transformación del sistema. Y el mismo que se escucha hoy día cuando se plantea que pueden difundirse valores democráticos en el Medio Oriente.



En su libro, Sharansky considera, de acuerdo a su propia experiencia, que la promoción de la libertad es el único camino posible para la paz y la seguridad. Considera que la libertad no es un bien solo para algunos elegidos; es para cada persona individualmente y es para todos sin excepción, y en este sentido el mundo libre juega un papel críticamente importante en el avance de la democracia a través del globo.



Las sociedades libres son aquellas en que se protege el derecho a disentir. Como contraste, en las sociedades del miedo, disentir está prohibido. Se puede determinar que una sociedad es libre aplicando el test de «la plaza de la ciudad»: si puedes caminar hacia una plaza y decir lo que deseas sin ser castigado, estás en una sociedad libre. De lo contrario, se trata de una sociedad del miedo.



Si bien en las sociedades libres puede haber injusticias y abusos, estas cuentan con instituciones que protegen los derechos de los ciudadanos y con mecanismos correctores de desviaciones. Al contrario, las sociedades del miedo carecen de dichos mecanismos e instituciones.



Para entender porqué un dictador tiene problemas con firmar cualquier acuerdo de paz, o por lo menos una paz genuina debe entenderse la naturaleza de una dictadura y de su entorno. Los líderes democráticos dependen del apoyo popular y se les pasa la cuenta en las elecciones si han fallado en mejorar las condiciones de vida de sus pueblos. Por lo tanto, tienen un incentivo poderoso para mantener sus sociedades pacíficas y prósperas.



El poder de los dictadores, por otra parte, no depende del deseo de sus ciudadanos. Para ellos, mantenerse en el poder, depende más que de tener a la ciudadanía satisfecha, de mantenerla controlada. Para justificar el grado de represión necesario para sostener su ilegítimo poder, los dictadores necesitan constantemente movilizar a su pueblo contra enemigos externos.



La gente puede pensar que es posible estar en una sociedad donde todos estén de acuerdo y por eso no sería una sociedad del miedo. Pero una sociedad monolítica, que puede surgir ocasionalmente, no durará mucho tiempo, debido a la diversidad humana y a que las diferencias de opinión son siempre inevitables. En ese momento la sociedad deberá enfrentarse con una pregunta fundamental: ¿será permitido disentir? La respuesta a esta pregunta nos definirá una sociedad libre o una sociedad del miedo.



Las sociedades no democráticas, vistas desde fuera por un observador poco perspicaz ofrecen una imagen de no disensión que apoya los tres argumentos de los escépticos, especialmente aquel de que «no todas las personas desean la libertad». Sin embargo, la realidad muestra que al interior de estas sociedades monolíticas, se puede distinguir tres grupos: los que están conformes y de acuerdo con el sistema, los disidentes y los «double thinkers» en términos de Sharansky. Estos últimos se mantienen en silencio, pero en sus conciencias y en espacios de intimidad son opositores y críticos con el sistema, ansiando la libertad.



Consideremos Japón por un momento. Los asesores de Truman miraban en forma extraordinariamente escéptica el establecimiento de un régimen democrático, escepticismo que compartía la mayor parte de los «expertos» de la época. Se trataba de un país que por siglos había estado aislado de la influencia del Occidente, la sociedad japonesa, rígidamente jerarquizada, era vista como contraria a la vida democrática e impermeable a nuestra cultura. Pero la democracia en Japón ha sido una gran historia de éxito donde los japoneses manteniendo su cultura y tradiciones, se han incorporado a la comunidad de naciones libres.



Los escépticos podrían decir que los árabes son diferentes. De 22 estados árabes, no existe ninguna democracia. Las escenas que se veían en televisión después del ataque del 11 de Septiembre, donde las masas en El Cairo, Ammán, Bagdad bailaban en las calles celebrando el atentado, podría hacer vacilar al campo de los optimistas.



Sin embargo, afirma Sharansky, convencido y avalado por su propia lucha libertaria, la unanimidad aparente percibida desde Occidente es sin duda una ilusión similar a la ignorancia en su momento, acerca de lo que la gente realmente pensaba al interior del régimen totalitario de la URRS. Agrega Sharansky que los «double thinkers» en las sociedades cerradas se confunden con los conformistas, y se permite anticipar que la gran mayoría de los musulmanes enfrentados a una real elección, optarían por esa potente droga, la libertad, que una vez degustada lleva a que nadie que la conozca desee volver a una sociedad del miedo.



Según Sharansky, las dos cosas más importantes que deben hacerse para promover la democracia en el mundo es, primero tener transparencia y una fuerte base moral en los asuntos mundiales y segundo, unir las políticas mundiales a la promoción de la democracia. Relata que cuando Ronald Reagan llamó a la ex Unión Soviética «Imperio del Mal» fue fieramente criticado por muchos en el occidente que lo vieron como un cowboy loco. Sin embargo en el gulag sus palabras fueron recibidas por los prisioneros con esperanza y alegría cercana al éxtasis. Sabían que en la medida que se hiciera una clara distinción entre los dos tipos de sociedades, los días de la Unión Soviética estarían contados.



Una vez que se tenga esa claridad moral, aprenderemos a llamar las cosas por su nombre, tal como juzgar la única dictadura de América, exactamente como una dictadura. O a considerar las elecciones donde todas las facciones políticas portan armas como ilegítimas, o calificar las dictaduras que mutilan gente, incluso con respaldo legal, como intrínsicamente perversas.



El mundo será un lugar mejor solo en la medida que los estándares morales cambien y que se extienda la democracia, base de la seguridad y prosperidad de las sociedades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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