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Estado palestino, muy probable; paz, en las actuales condiciones, imposible


En las últimas semanas hemos visto el optimismo de las principales cadenas noticiosas al presentar los acuerdos de Sharm el Sheik entre israelíes y palestinos «como una luz al final del camino, un claro camino hacia la paz, el término de una confrontación que parece no tener término». Los hechos se plantean como si el conflicto no tuviera historia. Y como si solo faltara reunirse, llegar a acuerdos y firmarlos. Después, algo muy fácil, aparentemente: cumplirlos.



Sin embargo, la historia reciente nos remite a los Acuerdos de Oslo, donde según lo firmado, los palestinos habrían tenido su estado el año 2000. Y entre los puntos principales estaba que ante cualquier diferencia se negociaba, no se disparaba. El comienzo de la Intifada del año 2000 marca la violación de todo lo firmado, de todos los compromisos. Según declaró en su oportunidad Arafat: «si 600 héroes en el Líbano pudieron expulsar a Israel, nosotros, palestinos, somos perfectamente capaces de borrar a Israel del mapa».



El Hamas, una organización señalada por el Gobierno de Estados Unidos como terrorista, alcanzó el 72% de la votación en las recientes elecciones palestinas. Los «irrenunciables» planteamientos del Hamas son el regreso de 4 millones de palestinos a Israel (no al futuro Estado Palestino), la liberación de todos los prisioneros en cárceles israelíes, incluidos los convictos de cargos de terrorismo y fronteras hasta el mar, lo que simplemente significa la desaparición del Estado de Israel.



Abbas, quien se ha demostrado muy pragmático, sólo ha condenado la violencia, por no ser un método práctico de alcanzar sus objetivos, y esta es básicamente la razón por la que ha decidido detenerla. Pero no ha decidido detenerla para parar la guerra contra Israel, sino porque más violencia le aleja del objetivo principal, que es la destrucción de Israel. Entre sus logros personales destaca el financiamiento y organización de la matanza de los atletas israelíes en Munich. Ha definido a Israel como «la entidad sionista» y lo que es verdaderamente genial, para evitar enfrentar y desarmar a los terroristas, simplemente los ha incorporado a la policía.



Abbas no tiene el carisma de Arafat, ni el control que tenía Arafat de las numerosas milicias. Sin embargo, es un político sumamente astuto, con absoluta claridad en cuanto al objetivo final. Está por verse si sobrevivirá a la violencia interna, que se ha producido entre los diversos grupos armados palestinos, que se ha agudizado notablemente durante el último año.



Los palestinos saben que no cuentan ni con las condiciones económicas, científicas ni tecnológicas para destruir Israel en una colisión frontal. Pero creen que mediante el terrorismo pueden debilitar la moral de Israel e impulsarlo a acciones que le lleven a un aislamiento internacional.



Es impensable que sin llegarse a una democratización y secularización del Medio Oriente pueda alcanzarse la paz. Pero la mayor objeción dentro de Occidente es que una campaña por la democratización del Medio Oriente va a ser inefectiva o contraproducente en ausencia de progresos en el conflicto palestino-israelí.



De acuerdo a este argumento la no solución de este conflicto, que en rigor es una pugna árabe israelí, perpetúa un clima de inseguridad regional, obliga a los gobiernos árabes a armarse y a tener gigantescos aparatos de seguridad, y a restringir la libertad interna en el nombre de la seguridad nacional.



Aunque los gobiernos árabes típicamente justifican sus políticas represivas sobre estas bases, exceptuando Siria y Líbano y en menor medida Jordania, no existe ningún fundamento en este planteamiento. Ningún experto podría plantear que existen posibilidades de conflicto bélico entre Israel y Egipto a lo menos durante los diez próximos años, y el resto de los países árabes ni siquiera tienen fronteras comunes con Israel. De resolverse el conflicto, no faltarían otros pretextos para que los regimenes totalitarios árabes sigan oprimiendo a sus pueblos.
Si nos remitimos a Taiwán o Corea del Sur (ambas democráticas) donde ha habido reales amenazas de confrontación prácticamente durante toda su existencia, vemos que han sido capaces de desarrollar regimenes democráticos donde la seguridad interior no afecta los derechos de los ciudadanos.



Dentro de la sociedad palestina, la opinión prioritaria, si damos crédito al 72% de votación obtenida por Hamas, es implantar la Sharia o Ley Islámica. El líder espiritual de la Hermandad Musulmana, Jeque Yusef Al Qaradawi, el más influyente clérigo islámico divide a los pueblos del libro -judíos y cristianos- en tres categorías:
1. No musulmanes en tierras de conflicto.
2. No musulmanes en tierras de tregua temporal (Hudna).
3. No musulmanes «protegidos» por la ley islámica, es decir los «dhimmis».



El jeque establece claramente que no existe algo así como la «paz» con los infieles. El Corán debe ser expandido y mientras tanto, las relaciones con los no musulmanes están reguladas por numerosos clérigos islámicos a contar del siglo VI sobre la base de los siguientes planteamientos.



Los habitantes de tierras en conflicto son gentes con las que se debe luchar, porque se oponen a la introducción de la ley islámica en sus países. Estos infieles carecen de derechos, sus vidas y propiedades pueden ser tomadas por cualquier musulmán, sus hijos y mujeres esclavizadas. Esto explica sin sombra de duda el origen y la razón de los atentados contra el mundo occidental en general y contra Israel en particular.



Los infieles en tierras de tregua temporal (hudna) se encuentran en un estado de respiro temporal ente dos guerras. La tregua puede romperse en el momento en que los infieles sean más débiles o cuando sea oportuno para el Islam.



Los dhimmis son harbis (habitantes originarios) que han pasado, una vez vencidos, a la categoría de pueblos «protegidos». Ese es el concepto de «tierras a cambio de paz»



La vulnerabilidad del «infiel protegido» se expresa en forma extremadamente dramática con el suicidio de John Joseph, obispo de Faisalabad (Presidente de la Comisión de Derechos Humanos establecida por la Comisión de Obispos Católicos de Pakistán) el 6 de mayo de 1998 para llamar la atención del mundo sobre las condiciones en que subsisten los cristianos en países musulmanes regidos por el Sharia. La palabra de un dhimi en un juicio no tiene valor como testigo contra la palabra de un musulmán, al dhimi le está prohibido llevar armas, debe seguir las reglas islámicas como el ayuno en Ramadán, llevar a un musulmán a la conversión le puede acarrear al cristiano la pena de muerte, sus hijos al quedar huérfanos son «acogidos» por el estado islámico y criados como musulmanes e innumerables otros atropellos que incluyen hasta regulaciones en su forma de vestir.



Podemos asumir a la luz de los antecedentes que emanan de los regimenes árabes, especialmente de una clerecía poderosa que el conflicto palestino-israelí no es sino uno más de los conflictos que durante unos 1.400 años se han promovido para la propagación del Islam.



Cada sociedad y cada religión a través de la historia ha desarrollado sus propias formas de fanatismo. Sin embargo, tras años de lucha y millones de muertos, en las sociedades judío-cristianas y por cierto en algunas ocasiones a un nivel puramente teórico, la intolerancia y opresión están en franca retirada. Hoy día sería impensable en Occidente corrientes que promuevan el restablecimiento de la esclavitud, como sucede en Arabia Saudita, donde aun hoy se denuncia la presencia de 150.000 esclavos e importantes clérigos aducen que la esclavitud la establece el Corán y debe ser reimplantada.



El establishment musulmán nunca ha condenado el Jihad como una forma de guerra genocida que ha exterminado pueblos enteros – ni la dhimmitud – como una institución deshumanizadora y explotadora que ha causado la apropiación de bienes de los ciudadanos de segunda categoría, la explotación, la esclavitud y la expulsión de poblaciones enteras, cuya herencia cultural e histórica ha sido completamente destruida.



Mientras no se consiga establecer regimenes verdaderamente democráticos en los países árabes y principalmente en los palestinos, definitivamente no habrá paz. Las elecciones llevadas a cabo en lo que los israelíes llaman Judea, Samaria y Gaza y la prensa llama Palestina, permitieron presenciar facciones armadas hasta los dientes celebrando sus éxitos con disparos al aire y candidatos alternativos a Abbas quejándose que no les permitieron ni siquiera dirigirse a los electores; en este contexto no habrá democracia.



Los Estados Unidos, y la Unión Europea, en aras de sus intereses geopolíticos podrán imponer un Estado Palestino, con una dirigencia que no ha renunciado a sus objetivos de destruir Israel, pero no será la paz. Por el contrario, será el comienzo de nuevas escaladas de exigencias y terrorismo. Pero alerta mundo. Después de Israel, el Islam querrá recuperar Toledo, Andalucía, Sicilia, Grecia, que a su juicio, son tierras que alguna vez fueron islámicas y por lo tanto deben recuperar, no conquistar. Y después, si no se les para, vendrá el resto.



Amir Taheri, periodista y académico iraní, residente en París, activista de los derechos humanos, estimó el gasto en propaganda islamista en los últimos 20 años en 100 billones de dólares, lo que la convierte en la mayor máquina de propaganda de la historia, incluso mayor que la de la extinta Unión Soviética. Y el petróleo, la mayor concentración de riqueza en contante y sonante que se haya producido hasta el momento, ha permitido construir cientos de miles de mezquitas, docenas de centros de estudios islámicos, capacitar millones de propagandistas que aparecen como clérigos y hacer una separación digerible para occidente entre fundamentalistas y no fundamentalistas. Aquí es donde conviene escuchar a los progresistas árabes. Son los más informados sobre lo que verdaderamente quiere el Islam.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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