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La lección española


El 11 de marzo del año pasado un atentado terrorista en la estación de Atocha, en Madrid, sacudía a España y al mundo. Por primera vez, una célula vinculada a la organización salafista de Al Qaeda golpeaba brutalmente y sin merced en Europa provocando la muerte de 191 personas e hiriendo a otras 1.900. El objetivo terrorista (1) era castigar a España por la participación de sus Fuerzas Armadas en la guerra y ocupación de Irak.



Tras el atentado y durante los tres últimos días que le restaban, el Gobierno de derecha del Partido Popular español de Aznar -que llevaba ocho años consecutivos en el poder- trató de sacarle provecho político a la trágica situación de manera vergonzosa. En el clima electoral que imperaba en ese momento las autoridades del gobierno Aznar utilizaron la mentira de Estado, la desinformación y el control de los medios para manipular a la opinión pública. Trataron de hacer creer a toda costa que los autores del horrendo crimen de hombres y mujeres, trabajadores, estudiantes e inmigrantes era la organización autonomista vasca, ETA.



En un brinco democrático la sociedad española salió de la modorra y evitó lo peor. El trabajo periodístico de búsqueda de información veraz, la honestidad de jueces y policías, la desconfianza de políticos socialistas y de izquierda, así como el rechazo de la ciudadanía a las manipulaciones, impidió que el escenario de inseguridad interna y de psicosis planificado por la derecha española se impusiera. En las manifestaciones que exigían transparencia en la investigación, podían leerse pancartas que decían: «Aznar, por tu culpa pagamos todos». Dando prueba de madurez, el pueblo español eligió como Primer Ministro a Luis Rodríguez Zapatero, entregándole su confianza al Partido Socialista Obrero Español. Las tropas españolas saldrían, sin demora, del pantano iraquí.



Sin embargo, los efectos de la brutalidad terrorista son psíquicamente traumáticos y duraderos en los individuos.



La escritora española Lourdes Ortiz explica: «España ha exorcizado el doble impacto del atentado y de la manipulación de Aznar a través de la catarsis de las elecciones. Nosotros hemos votado (por Rodríguez Zapatero) para «purificarnos» cambiando de gobierno».



En un momento de extrema gravedad, la sociedad española evitó una deriva racista y de caza de brujas. En ese marco político se restableció un clima de convivencia, de seguridad pública y de confianza en la democracia y sus instituciones. Situación que contrasta con la utilización política partidista que los neoconservadores de Bush hicieron el 11 de septiembre de 2001 en una situación análoga. El proyecto imperial se afianzó. Explotó la inseguridad, se manipuló a los medios y a las instituciones para justificar la invasión de Irak y llamada guerra contra el terrorismo. El Estado en manos de los republicanos socavó los derechos individuales, sin que hubiera una amenaza real a la seguridad ciudadana y, para colmo, sus promotores fueron reelegidos.



«En España el voto fue el antídoto al miedo del terrorismo», escribe la periodista francesa Marie Claude Decamps en Le Monde. El siquiatra español Alberto Liria explica: «En los EE.UU., los medios privilegiaron las fotos de héroes de la sociedad civil con propósitos llenos de cólera. El dolor se convirtió allí en ganas de revancha».



Los españoles aprendieron de la experiencia: vivieron una guerra civil, la dictadura franquista y los atentados terroristas del ETA. Esto ayuda a que el debate sobre terrorismo político y religioso se haga de manera clara, profunda y serena. Por supuesto que no es nada fácil. «La Comisión Parlamentaria encargada de establecer la verdad oficial sobre el atentado de la Estación de Atocha no pudo darse puntos de encuentros para elaborar una «verdad consensual» en la cual las víctimas encuentren la serenidad», afirma el cotidiano Le Monde del 11 de marzo de 2005. Pero toma tiempo sanar las heridas.



En la Conferencia sobre Terrorismo y Democracia inaugurada en Madrid el 8 de marzo se analizó el problema de manera global. El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, Presidente del Club de Madrid -institución organizadora del evento- abrió los debates poniendo énfasis en la amenaza que representan para la paz mundial las políticas hegemónicas y unilaterales de los EE.UU. «La democracia no puede reforzarse a escala nacional para luego socavarla internacionalmente», afirmó el economista brasileño. Haciendo directa alusión al presidente George Bush preguntó: «¿Cómo es posible que un líder mundial enarbole la bandera de la libertad y la democracia afirmando que estos principios son su principal objetivo, cuando al mismo tiempo impulsa políticas que desautorizan y debilitan a la Organización de Naciones Unidas». Además, Fernando H. Cardoso reafirmó que la ONU es el único organismo mundial apto para dirimir conflictos.



La posición que prevalece en los sectores opuestos a los métodos estadounidenses empleados para erradicar el terrorismo es afianzar los derechos democráticos y la lucha contra el racismo y la exclusión. Además de un debate profundo acerca del rol de la educación racionalista y laica como factor clave y de largo plazo para contrarrestar el caldo de cultivo del pensamiento y la acción terrorista: el fanatismo religioso y las frustraciones subjetivas profundas derivadas de injusticias políticas sociales y económicas.





Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá



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(1) Optamos por la definición de terrorismo dada por Nelson Mandela: «Son terroristas, los individuos, grupos o Estados que toman en su accionar a los civiles por objetivo».

(2) Para Thomas Hobbes el origen de la legitimidad del poder se encuentra en el miedo del individuo a la muerte súbita en un contexto social (Homo homini lupus). El derecho a la vida y a la propiedad privada de los bienes sólo puede ser garantizado por un Estado todopoderoso al cual los individuos delegan su poder individual, explica Hobbes en El Leviatán (1620). Este mecanismo básico del manejo político es bien conocido por las dictaduras. La institucionalización del miedo y la explotación de la inseguridad en una sociedad permiten justificar la Razón de Estado. Al poner la «Seguridad Nacional» por encima de las leyes, la Autoridad viola selectivamente los derechos individuales (el derecho a la vida, la integridad física y los otros). Así, el Estado centinela se transforma en agresor de grupos de individuos designados como peligrosos, sin pruebas y violando sus cuerpos o negándoselos a los tribunales. Lo que refuerza la lógica del «más frío de los monstruos.» Para Hobbes, todo cuestionamiento del Estado genera la posibilidad de un estado de «bellum», situación que los individuos «por cálculo» buscan evitar. No hay compromiso posible, sólo queda someterse a la voluntad del Estado. John Locke (1700) y Jean-Jacques Rousseau (1754), al contrario de Hobbes afirmarán respectivamente que no es el miedo sino el interés o la plasticidad histórica de los hombres los que posibilitan la construcción de formas justas, legítimas y democráticas de vida que pacifiquen la existencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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