Publicidad

Editorial: El año político y sus interrogantes


Las primeras señales políticas del año que se inicia indican que el país está en un escenario límite para muchos de sus actores tradicionales, si así se pueden denominar a aquellos que han dominado la agenda pública en los últimos quince años. Y que se acerca aceleradamente un período de definiciones que podrían cambiar el sentido y destino de las alianzas y coaliciones hoy vigentes, determinando la salida definitiva de las viejas figuras y el ocaso de los viejos acuerdos. Una de las dudas que persiste es si ello ocurrirá como consecuencia de la carrera presidencial o durante el transcurso del próximo gobierno.



El persistente reclamo a los candidatos para que expresen ideas y programas indica que sicológicamente el país está en otra etapa. Como resultado natural de lo ocurrido el último tiempo, tanto el discurso de la transición como el corte democracia/dictadura, que ordenó los discursos políticos en los años anteriores, se agotó. También la reiteración vacía acerca del cambio. Se vive una atmósfera cultural diferente, y por lo tanto, el ciudadano exige respuestas que den cuenta de esa atmósfera nueva, que rechaza los soliloquios gastados o elusivos que nada dicen de la nueva situación. Como dijo hace poco un analista de la Concertación: "la venta al detalle de ideas" pasó de moda. Peor aún si constituyen un fresco apenas remozado del heroísmo de los años anteriores.



En la derecha el agotamiento del discurso se ha tornado dramático. Carente de una conducción política moderna y flexible, ha quedado atrapada en su imposibilidad de construir una mayoría que le permita ganar las elecciones, no obstante tiene medios institucionales, políticos y económicos para entorpecer o bloquear al gobierno. Más aún, sus grandes empresarios se ven obligados a ajustarse a una conducta comprometida con la estabilidad, para estar adecuadamente representados en el juego de la internacionalización económica de Chile, haciéndose abiertamente gobiernistas en más de alguna ocasión. Tampoco tiene ya el proceso político a los jóvenes en roles muy dinámicos, y las mujeres parecen haber emigrado a temas como el de la solidaridad de género.



Para la Concertación la disyuntiva tampoco es fácil, aunque la ingeniería electoral tradicional le augura un triunfo fácil en primera vuelta. Deberá superar con inteligencia los filosos escollos que tiene por delante. En las elecciones presidenciales pasadas, a estas alturas del calendario, se tenía fecha para las primarias y se discutía sólo acerca de locales, impresión de votos, distribución de materiales electorales, etc. El 15 de diciembre de 1998, exactamente, se suscribió el acuerdo entre los presidentes de los partidos de la Concertación sobre primarias abiertas. Claro que no existía elección parlamentaria conjunta con la presidencial, ni la tensión que ello crea en la candidatura presidencial.



Para la coalición de gobierno, la elección parlamentaria es el mar de fondo que complica las primarias y presiona subrepticiamente para que se llegue a primera vuelta con dos candidatas. Aunque si alguna de las precandidatas cede lo suficiente, podría ser todo lo contrario. El sistema binominal transforma a todos en adversarios de todos, pero especialmente de los aliados. Por lo mismo, se ven pocas campañas conjuntas y cada vez más se hace patente la incomodidad y dificultad de tener que disciplinar en una negociación los componentes de la elección parlamentaria.



Los escenarios que se pueden componer son múltiples, y todos cambian según varíe algún componente. Pasa desde un simple ejercicio eleccionario de una coalición electoral sin muchas aspiraciones de cambio, hasta la definición de una alianza programática, con un proyecto-país, término que tanto gusta a los veteranos líderes de la Concertación.



En la Concertación todo parece moverse en torno al primer escenario, aunque a ritmos divergentes. Michelle Bachelet, anclada en su potencia mediática y sin definiciones formales, espera que su candidatura se imponga como un hecho social, sin anticipar ningún compromiso político. Soledad Alvear moviliza las fuerzas de su partido y trata de absorber el viejo ethos concertacionista de la responsabilidad y la confianza, esperando captar apoyo ciudadano. Y si Lavín se desploma, podría cambiar el cuadro.



La atmósfera se ve matizada por el multitudinario entierro de Gladys Marín, el que no debiera confundirse con un renacimiento de la vieja izquierda. En esta nueva atmósfera política y cultural resulta pertinente visualizarlo como un momento en que todas las utopías y sueños de la izquierda de los sesenta y setenta se acrisolaron y concurrieron a un último homenaje a alguien que encarnó una parte de esos sueños. Ese fue el funeral de toda la izquierda chilena, y los que ahí fueron de motu proprio, que son los más, fueron a dar testimonio también del término de una época.



Sin embargo queda flotando la pregunta ¿los tiempos nuevos vienen con tres tercios electorales?

Publicidad

Tendencias